Meditación sobre Mc 7,32-37
Cristo Jesús es el Mesías anunciado por los Profetas de Israel, el Mesías que trae la Salvación de Dios. El libro de Isaías, en el capítulo 35, expresa el amor de Dios por su pueblo de un modo admirable:
¡Que el desierto y el sequedal se alegren, regocíjese la estepa y florezca como flor!
Estalle en flor y se regocije
hasta lanzar gritos de júbilo.
La gloria del Líbano le ha sido dada,
el esplendor del Carmelo y del Sarón.
Se verá la Gloria de Yahveh,
el esplendor de nuestro Dios.
¡Fortaleced las manos débiles,
afianzad las rodillas vacilantes!
Decid a los de corazón intranquilo:
¡Ánimo, no temáis!
Mirad que vuestro Dios viene vengador;
es la recompensa de Dios,
Él vendrá y os salvará.
Entonces se despegarán los ojos de los ciegos,
y los oídos de los sordos se abrirán.
Entonces saltará el cojo como ciervo,
y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo.
Pues serán alumbradas en el desierto aguas,
y torrentes en la estepa;
se trocará la tierra abrasada en estanque,
y el país árido en manantial de aguas;
en la guarida donde moran los chacales
verdeará la caña y el papiro.
Habrá allí calzada y camino,
Vía Sacra se la llamará;
no pasará el impuro por ella,
ni los necios por ella vagarán.
No habrá león en ella,
ni por ella subirá bestia salvaje,
ni allí se encontrará;
sólo los redimidos la recorrerán.
Regresarán los liberados por Yahveh,
entrarán en Sión entre aclamaciones,
y habrá alegría eterna sobre sus cabezas.
Regocijo y alegría les acompañarán.
¡Adiós, penar y suspiros!
Con este horizonte grandioso, en el que desborda la alegría y el regocijo porque el mismo Dios viene a salvar, hay que escuchar el relato de la curación de un tartamudo sordo. Los milagros de Jesús testimonian que la hora de la Redención anunciada por los profetas ha llegado a su plenitud con Él. Por eso hay que ver las obras y escuchar las palabras de Jesucristo en el horizonte de la Salvación escatológica.
El evangelista nos acaba de decir que, después del encuentro con la mujer sirofenicia, Jesús se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Quizá este largo rodeo por tierra de gentiles esté movido por el deseo del Señor de tener tiempo y calma para instruir a sus apóstoles.
San Marcos nos deja ahora el testimonio de otro de los admirables encuentro de Jesús:
Le presentan un sordo tartamudo y le ruegan imponga la mano sobre él. Y apartándolo de la gente le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua; y levantando los ojos al cielo suspiró, y le dijo: “Effatá”, que quiere decir: «¡Ábrete!» Y al punto se abrieron sus oídos, y se soltó la atadura de su lengua, y hablaba correctamente. Y les ordenó que a nadie lo dijesen; pero cuanto más se lo ordenaba, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.
El Effatá lo dirige Jesús al hombre para que abra su corazón a la palabra de Dios. Entonces oirá perfectamente y podrá anunciar, sin impedimentos, esa palabra. San Pablo, hablando de la justicia que viene de la fe, dice en Rom 10:
Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir la salvación.
El hombre escucha con el corazón y habla desde el corazón. Por eso, esta sola palabra de Jesús –Effatá– nos hace capaces de escuchar la palabra de Dios, que nos llevará a la fe en Jesús Resucitado. Y todo nuestro hablar -palabras y obras– será confesar que Jesús es Señor. Y seremos salvos.
El Señor hace todo lo posible para que el encuentro con aquel hombre quede en un encuentro personal. Por eso el intento de que no se publique a los cuatro vientos. Fracasa. Pero solo fracasa en cierto modo, porque con su insistencia nos deja claro que lo importante en nuestra vida es el encuentro personal con Él. Y nos revela que en ese encuentro nos va a invitar a abrir el corazón a la palabra de Dios, a la obediencia a esa palabra, a la santidad; así todo nuestro vivir será dar testimonio de fe en Jesucristo.
El relato concluye de un modo notable: Y se maravillaban sobremanera y decían: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Es la maravilla ante el obrar de Dios en Jesús y, en este encuentro, de modo particular en su humanidad.
La referencia a la bondad del obrar de Jesús nos lleva al relato de la Creación, con el que se abre la Escritura: Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien. Con Jesucristo comienza la nueva y definitiva Creación.
La referencia a hacer oír a los sordos y hablar a los mudos nos lleva a la profecía del libro de Isaías que anuncia la venida del Mesías. Con Cristo Jesús comienza el Reino Mesiánico de Salvación.
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