Meditación sobre Jn 5,19-47
Después de terminar el relato de la curación del paralítico de la piscina, el Evangelio continúa:
Jesús, pues, tomando la palabra, les decía:
“En verdad, en verdad os digo que el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre; pues lo que Él hace, eso lo hace del mismo modo el Hijo. Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que Él hace, y le mostrará obras mayores que éstas para que vosotros os maravilléis.
Porque, como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie, sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo ha enviado.
En verdad, en verdad os digo que el que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado tiene vida eterna, y no viene a juicio sino que de la muerte pasa a la vida”.
En el principio está el amor con el que el Padre ama a su Hijo. Ese amor le lleva a mostrarle todo lo que hace. Fruto de la comunión en el amor es la comunión en el obrar: Jesús hace siempre y sólo lo que ve hacer al Padre.
El Padre entrega el juicio sobre la vida al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre que lo ha enviado.
El que escucha la palabra del Hijo y cree en el Padre que le ha enviado, tiene vida eterna; y no incurre en juicio, sino que pasa de la muerte a la vida.
El Señor continúa:
“En verdad, en verdad os digo: llega la hora, y es ésta, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán. Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo; y le ha dado poder para juzgar porque es el Hijo del hombre.
No os extrañéis de esto, pues llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz, y saldrán los que hayan obrado el bien para una resurrección de vida, y los que hayan hecho el mal, para una resurrección de juicio.
Yo no puedo hacer nada por mi cuenta; juzgo según lo que oigo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado”.
Estamos en la hora escatológica. La voz del Hijo de Dios llegará a todos los muertos; los que la oigan vivirán, porque el Hijo Amado ha venido al mundo a traernos el amor con el que el Padre le ama y a darnos la vida que recibe del Padre. Y le ha dado poder para juzgar sobre la vida eterna, porque es el Hijo del hombre.
Jesús insiste en que llega la hora en todos los que estén en los sepulcros oirán la voz del Hijo del hombre, Esa voz llama a unos –los que han obrado el bien– a una resurrección de vida, y a otros –los que han hecho el mal– a una resurrección de juicio.
Y el Hijo del hombre, cuyo juicio es justo porque busca solo la voluntad del Padre que le ha enviado, juzga según lo que oye, según lo que las obras de cada uno de nosotros le dice. Jesús ha recibido del Padre el poder de juzgar, pero no según su voluntad, sino según la voluntad del que le ha enviado y según la voluntad de cada hombre tal como se manifiesta en su vida.
Jesús continúa:
“Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es verdadero el testimonio que da de mí. Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio en favor de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan; las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago, testifican acerca de mí que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió, Él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su rostro, y su palabra no habita en vosotros, porque al que Él envió no lo creéis. Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida!”
Sólo el Padre conoce al Hijo. Sólo Él puede dar testimonio de que Jesús de Nazaret, el hijo de María, es su Hijo Unigénito, que Él ha enviado al mundo para darnos la vida. Ese testimonio del Padre se manifiesta en las obras de Jesús, que son las obras que el Padre le ha encargado realizar. El Padre da testimonio también por medio de las Escrituras. Pero es siempre el testimonio del Padre y, por ser testimonio del Padre, lo es en orden a la vida, la vida eterna, la vida de hijos de Dios. Por eso el dolor del Hijo ante los que rechazan ese testimonio: ¡y no queréis venir a mí para tener vida!
El que no quiere ir a Jesucristo es porque no acepta el testimonio del Padre. Pero no creer en el Hijo que el Padre ha enviado significa que se rechaza conocerlo: conocerlo como Padre y como el que nos da la vida de hijos de Dios; significa que no escuchamos su voz, ni vemos su rostro, ni su palabra habita en nosotros.
El Señor termina:
“No recibo gloria de los hombres. Además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros. Yo he venido en nombre de mi Padre y no me recibís; si otro viene en nombre propio, a ese sí lo recibiréis. ¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre; hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?”
El Hijo sólo recibe gloria del Padre. Estos hombres no pueden recibir al que viene del Padre, no pueden creer en Él, porque no buscan la gloria que viene del único Dios. Por eso el amor de Dios no está en ellos. Jesús ha venido a salvar, no a acusar. Todas sus palabras son una invitación a la conversión pero, si no las escuchan, Moisés les acusará.
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