Ir al contenido principal

Dios de toda consolación

Meditación sobre 2 Cor 1,1-14


San Pablo abre la Carta a la Iglesia de Dios que está en Corinto con un precioso saludo que se abre a todos los santos que están en toda Acalla.


Pablo, apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, y Timoteo, el hermano, a la Iglesia de Dios que está en Corinto, con todos los santos que están en toda Acaya; a vosotros gracia y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo.


Pablo tiene clara conciencia de quién es él: apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios; elegido para llevar a todos los cristianos la gracia y la paz de parte de la Santísima Trinidad. Y Pablo tiene clara conciencia de la dignidad de los cristianos elegidos –santos– de Dios. Por eso sólo pide a Dios para ellos bendiciones que permanezcan para la vida eterna, las que sólo de Dios podemos recibir.


San Pablo responde a las bendiciones de Dios bendiciendo al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, del que nos llega el consuelo con el que podemos consolar nosotros:


¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra, para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación con el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios! 


Qué palabras tan preciosas. El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, nos consuela para que podamos consolar con el consuelo que de Él recibimos. 

   Bendito sea el Padre de las misericordias, que  nos has enviado a su Hijo para reconciliarnos con Él y revestirnos de entrañas de misericordia. Nos has dado el poder de unir nuestros sufrimientos a los padecimientos de Cristo para poder consolar a los que están en toda tribulación.

   Qué dignidad tan grande la de nuestra vida a los ojos de Dios; y qué esperanza la que el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo ha puesto en cada uno.


El Apóstol continúa: 


Pues, así como abundan en nosotros los padecimientos de Cristo así, por mediación de Cristo, abunda también nuestra consolación. Si somos atribulados lo somos para consuelo y salvación vuestra; si somos consolados lo somos para el consuelo vuestro, que os hace soportar con paciencia los mismos padecimientos que también nosotros padecemos; y nuestra esperanza respecto de vosotros es firme, pues sabemos que, como sois solidarios con nosotros en los padecimientos, así lo seréis también en la consolación.


El sello que la Pasión de Cristo pone en el cristianismo es la comunión. Los padecimientos de Cristo son vínculo de identificación con Él. No hay otro. La Pasión de Cristo es creadora de comunión en la Iglesia; de comunión en los padecimientos y en los consuelos; comunión en la redención y en en la salvación; comunión en la paciencia y en la esperanza. En la Iglesia de Jesucristo nadie sufre solo; ningún dolor nos es ajeno; ninguna lágrima se derrama en vano. El cristiano vive sus propios sufrimientos para consuelo y salvación de todos. Como Jesucristo.


Ahora el Apóstol va a aplicar lo que acaba de decirnos a la tribulación sufrida en Asia:


Pues no queremos que lo ignoréis, hermanos: la tribulación sufrida en Asia nos abrumó hasta el extremo, por encima de nuestras fuerzas, hasta tal punto que perdimos la esperanza de conservar la vida. Pues hemos tenido sobre nosotros mismos la sentencia de muerte, para que no pongamos nuestra confianza en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos. Él nos libró de tan mortal peligro, y nos librará; en Él esperamos que nos seguirá librando, si colaboráis también vosotros con la oración en favor nuestro, para que la gracia obtenida por intervención de muchos sea por muchos agradecida en nuestro nombre.


San Pablo entiende esa tribulación, que le llevó a las puertas de la muerte, como una lección que recibió para que aprendiera a no poner la esperanza en sus propias fuerzas, sino en Dios que resucita a los muertos. El Apóstol aprendió: Dios le libró de tan mortal peligro y, con la ayuda de la oración de los cristianos, tiene la segura esperanza de que le seguirá librando. Así la gracia obtenida por la oración de muchos sea agradecida por todos. 


Porque ésta es nuestra gloria: el testimonio de nuestra conciencia, de que nos hemos comportado en el mundo, y especialmente entre vosotros, con la santidad y sinceridad que vienen de Dios, no con sabiduría carnal sino con la gracia de Dios. Pues no os escribimos otras cosas que las que leéis y conocéis, y espero conoceréis por completo, como ya nos conocisteis en parte: que somos vuestra gloria, lo mismo que vosotros la nuestra en el día de nuestro Señor Jesús.


La gloria de San Pablo es el testimonio de su conciencia de haberse comportado siempre con la santidad y sinceridad que vienen de Dios, no con sabiduría carnal, sino con la gracia de Dios. Eso es lo que expresan sus escritos y su predicación. 


Excursus: María 


El Apóstol nos ha hablado de la comunión en el consuelo, en los padecimientos, en la oración y en la acción de gracias. En el corazón de esa comunión que constituye la Iglesia está María. Jesús, en la Cruz, envuelto en el dolor, el consuelo, la oración y la acción de gracias de su Madre nos la da por Madre. Y la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, ha acogido cada vez más profundamente a la Madre de Jesús en su vida. Y María ha grabado el sello del dolor, del consuelo, de la oración y de la acción de gracias en todas las dimensiones de la vida del cristiano. Porque el Corazón de María ha sido creado por Dios especialmente para ejercer ese ministerio; plenamente en la hora terrible de la Cruz y, desde esa hora, en todas las horas de la vida de los cristianos.

   Y el Apóstol nos ha hablado de esa gloria suya, que es el testimonio de su conciencia de que se ha comportado siempre con la santidad y sinceridad que vienen de Dios, no con sabiduría carnal sino con la gracia de Dios. Estas admirables palabras de San Pablo adquieren una profundidad única cuando es María quién las pronuncia.


Excursus: Las bendiciones de Dios


El canto de bendición de Dios con el que comienza la Carta es otra manifestación de que Pablo es un verdadero israelita. Guiado por el Espíritu Santo, Israel llegó a comprender que bendecir a Dios es consecuencia de verlo todo como una bendición de Dios; que Dios nos bendice siempre, en todo, y sirviéndose de todos los acontecimientos; así la vida se transforma.

   San Pablo ve en las tribulaciones –que hay que entender en el sentido más amplio, y que son consecuencia de la fidelidad del cristiano a Jesucristo en medio del mundo–, una bendición de Dios, porque nos hacen partícipes de la Pasión de Cristo. Así podemos estar seguros –y sólo así– de que Cristo vive en nosotros y nosotros en Él. Entonces nuestra vida dará gloria a Dios y colaborará con la obra de la Salvación.

   Si los sufrimientos de Cristo abundan en nosotros, también abundan sus consuelos; y podremos consolar a los que sufren con el consuelo con el que somos consolados por Dios. Tanto el ser consolados como el ser hechos portadores del consuelo de Dios es una gran bendición del Dios

   Es una gran bendición de Dios la unión con Cristo sufriente, que nos hace descubrir que no sufrimos solos, que Cristo padece en nosotros; y que nuestros padecimientos son los mismos que sufren todos los cristianos –y tantas gentes de buen corazón–. Así descubrimos esa dimensión de la Comunión de los Santos que es la comunión en la tribulación. Y el sufrimiento nos enrecia, nos hace capaces de padecerlo todo con paciencia.

   Es también una bendición de Dios –aunque pueda sonar extraño– que experimentemos tribulaciones por encima de nuestras fuerzas, porque eso nos decidirá a no confiar en nosotros mismos, a poner nuestra confianza sólo en Dios, a no vivir de esperanzas puramente humanas y, con la gracia de la Pasión de Cristo, ser capaces de soportar con paciencia todos los padecimientos y fatigas de la vida.

   Y es una bendición de Dios el que las tribulaciones nos llevan a la comunión en la oración, para pedir a Dios la gracia de vivirlas unidos a Cristo y, si Él quiere, que nos libre de ellas. Y la gracia de Dios, que no nos va a faltar, nos llevará a vivir unidos dando gracias a Dios. Qué gran bendición de Dios.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Las mujeres de Galilea

Meditación sobre el Evangelio de San Lucas  Después de relatarnos el encuentro de Jesús con la pecadora arrepentida, San Lucas nos dice: Y aconteció luego de esto que recorrió Él una tras otra las ciudades y aldeas predicando y anunciando el Evangelio del Reino de Dios. Con Él iban los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, la llamada Magdalena, de la cual habían salido siete demonios, y Juana, la mujer de Cuza, procurador de Herodes, y Susana, y otras muchas, las cuales le servían de sus bienes. Qué tierra tan privilegiada es Galilea. En Galilea se encarnó el Hijo de Dios, allí vivió la Sagrada Familia tantos años, y en esa región comenzó Jesús a proclamar la Buena Nueva de Dios. Ninguna otra tierra en el mundo ha tenido una relación tan estrecha con el Señor. Los escrituristas que conocen bien esta región  consideran que ha dejado una huella profunda en Jesús, y que sus parábolas se adaptan admirablemente a Galilea: a lo amab

La Asunción de María

Meditación sobre Jn 17,24-26 Jesús termina la oración en el Cenáculo: “Padre, los que Tú me has dado quiero que donde Yo esté estén también conmigo; para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo”. Jesús nos ve como un don que el Padre le ha hecho; por eso quiere tenernos con Él. Esta petición se refiere de un modo especial a su Madre, que es el don por excelencia que el Padre le ha hecho; el don insustituible. La Redención es la obra de la Santísima Trinidad y del «Sí» de María. Por, en un sentido propio, a quien Jesús quiere tener junto a Él para que contemple su gloria es a su Madre. La Asunción de la Madre es la respuesta de Dios Padre a la petición de su Hijo.    Jesús quiere tener a su Madre junto a Él en el Cielo como la ha tenido siempre en la tierra. Y que el corazón de su Madre, junto al que empezó a latir el suyo, y que fue traspasado por el dolor en el Calvario, siga latiendo –ahora lleno de alegría– junto a Él en la gl

Yo soy la vid verdadera

Meditación sobre Jn 15,1-8 Para expresar el amor de Dios por su pueblo los Profetas de Israel recurren a distintas imágenes; todas son preciosas. Una de estas es la imagen de la viña: Dios es el viñador e Israel es su viña exquisita. Página conmovedora es la canción de la viña del profeta Isaías: Voy a cantar a mi amigo la canción  de su amor por su viña.  Una viña tenía mi amigo en un fértil otero. La cavó y despedregó,  y la plantó de cepa exquisita.  Edificó una torre en medio de ella,  y además excavó en ella un lagar.  Y esperó que diese uvas,  pero dio agraces. Ahora, pues, habitantes de Jerusalén  y hombres de Judá,  venid a juzgar entre mi viña y yo:  ¿Qué más se puede hacer ya a mi viña,  que no se lo haya hecho yo?  Yo esperaba que diese uvas.  ¿Por qué ha dado agraces? La viña ha defraudado las esperanzas y los cuidados del viñador. Israel no ha dado el fruto de santidad y justicia que Dios esperaba. Ahora escuchamos a Jesús en el Cenáculo: “Yo soy la vid verdadera, y