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Como Yo os he amado

Meditación sobre Jn 13,21-38


Estamos en la Última Cena. Jesús sabe que el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo. Y Jesús deja claro que todo responde al designio de su Padre: “Tiene que cumplirse la Escritura: ‘El que come mi pan ha alzado contra mí su talón’”.


La traición:


Jesús se turbó en su interior y declaró: “En verdad en verdad os digo que uno de vosotros me entregará”. Los discípulos se miraban unos a otros sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: “Pregúntale de quién está hablando”. Él, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: “Señor, ¿quién es?” Le responde Jesús: “Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar”. Mojando, pues, el bocado, lo toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: “Lo que vas a hacer, hazlo pronto”. Ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta, o que diera algo a los pobres. En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche.


Cómo le afecta a Jesús el ser entregado por uno de sus discípulos. A la pregunta del discípulo al que Jesús amaba responde con un último gesto de afecto con Judas. Ese gesto dispara el mecanismo de la traición: el hijo de Simón Iscariote rechaza el amor de Jesús y abre su corazón al diablo: entró en él Satanás. Aquí está la clave del comportamiento del Iscariote. Lo demás –que era ladrón, quizá un fanático zelote, etc.– es secundario. La clave es el corazón.

   Durante años Judas ha oído las palabras de Jesús, pero no les ha abierto su corazón. A Satanás, sí. El hombre que había sido elegido por Jesús para llevar el Reino de Dios al mundo termina siendo un servidor de Satanás. Ya no hay nada que hacer, y Jesús le dice que actúe cuanto antes. El Señor está preparado desde hace mucho tiempo. 

   El Señor no descubre al traidor públicamente. Cuando Judas sale sus compañeros no saben dónde va; pero el evangelista, que escribe muchos años después, sí: En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche. Qué expresión tan terrible. Judas ha salido a la noche, al poder de las tinieblas. Judas ha dejado la Luz del mundo en el Cenáculo y se ha sumergido en el reino de las tinieblas, buscando dar la muerte al que es la Vida. Pobre hombre.

   Los discípulos están ajenos a la turbación del corazón de Jesús y al drama que en el Cenáculo se está desarrollando. Un drama que tuvo su primera escena el día que Dios dijo a Caín: “¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo”; y que culminará en la Sangre derramada de Jesús, que clama mejor que la de Abel. El Padre escuchará el clamor de la Sangre de su Hijo.


Qué misterio tan insondable es el pecado. ¿Por qué Judas no dejó a Jesús antes? Tuvo muchas oportunidades para alejarse del Señor si tenía otras ideas, otros proyectos. Pudo irse, con otros muchos que hasta entonces seguían a Jesús, el día en el Señor habló claramente de la Eucaristía en la sinagoga en Cafarnaúm.


Judas se dará cuenta enseguida que no ha sido más que una marioneta en manos del poder del pecado. Nos lo cuenta san Mateo: 


Llegada la mañana, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo celebraron consejo contra Jesús para darle muerte. Y después de atarlo, le llevaron y le entregaron al procurador Pilato. Entonces Judas, el que lo entregó, viendo que había sido condenado, fue acosado por el remordimiento, y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo: “Pequé entregando sangre inocente”. Ellos dijeron: “A nosotros, ¿qué? Tú verás”. Él tiró las monedas en el Santuario; después se retiró, y fue, y se ahorcó.


¿Por qué Judas no fue a pedir perdón a Jesús? No hubieran sido necesarias las palabras, hubiese bastado un cruce de miradas, como con Pedro. Si Judas hubiera buscado el perdón de Jesús lo habría encontrado; y podría haber dedicado el resto de su vida a llorar amargamente su pecado; y esas lágrimas habrían purificado su corazón. ¿Por qué no lo hizo? Para mí ésta es la parte más incomprensible del misterio de Judas. Porque este hombre había sido testigo durante años de la misericordia de Jesús. Le había visto acoger en su mesa a los pecadores, perdonar los pecados a todo el que se lo pidió con fe, compadecerse de los más pobres y desamparados, le había oído parábolas tan admirables como la del padre misericordioso. ¿Cómo este hombre no ha llegado a conocer el Corazón de Jesús? Porque conocer el Corazón de Jesús es lo esencial en la vida del discípulo. Qué misterio tan insondable. Éste relato es una advertencia que el Espíritu Santo nos hace.


Con la salida de Judas a la noche desaparece la turbación del corazón de Jesús:


Cuando salió, dice Jesús: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, Dios también le glorificará a Él en sí mismo; y le glorificará pronto”.


Con la salida de Judas a la noche la Pasión ha comenzado. Para Jesús ya está todo consumado: sabe que el Padre va a aceptar el ofrecimiento de su vida por nosotros y lo va a exaltar en su gloria. Así el Sacrificio de Cristo manifestará la plenitud del amor que Dios nos tiene.


Jesús está ahora en un ambiente de intimidad familiar. En ese ambiente empieza a despedirse de los suyos:


“Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis y, lo mismo que les dije a los judíos, os digo también ahora a vosotros: adonde Yo voy, vosotros no podéis venir. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros; que, como Yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros”.


En el camino que Jesús tiene por delante sus discípulos no le pueden acompañar. Es un camino que tiene que recorrer Él solo. Estamos en la hora escatológica, no es cuestión de afectos y sentimientos. Nos deja su mandamiento. Para amarnos con corazón humano se ha hecho hombre el Hijo de Dios. Para que podamos amar con el amor con el que Él nos ama va a glorificar a Dios entregándole su vida en la Cruz. Entonces podremos transformar el mundo.


Es un mandamiento nuevo porque brota del Corazón de Jesús. Es un amor que se estrena cada mañana, en el que no cabe rutina ni acostumbramiento. Un amor en el que sólo hay una razón para amar y un criterio de medida: el amor con el que Jesús me ama. 

   Este mandamiento de Jesús es el sello distintivo del cristiano. No hay otro modo de manifestar que somos discípulos de Jesús más que amándonos unos a otros con el amor con el que Él nos ama. Así le haremos presente en nuestro mundo, que tanta necesidad tiene de Él y de su amor. En cualquier ambiente en que vivamos siempre podremos hacer presente a Jesucristo con nuestro modo de querer.


Pedro interviene otra vez:


Simón Pedro le dice: “Señor, ¿a dónde vas?” Jesús le respondió: “Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde”. Pedro le dice: “¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti”. Le responde Jesús: “¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces”.


Pedro no ha prestado atención a las importantes palabras de Jesús; pasa por alto lo esencial y, movido por una susceptibilidad vanidosa, se detiene en un aspecto secundario que a todos les quedará claro pocos días después, cuando Jesús Resucitado vaya a encontrarlos.

   Jesús, con admirable paciencia, le explica que el designio de Dios tiene sus tiempos, tiempos que sólo Dios conoce. Como Pedro insiste de un modo impertinente –es como si estuviera pidiendo cuentas a Jesús–, el Señor le dice adónde va a conducirlo su comportamiento.


Qué noche tan terrible. Hace un rato Judas se ha hundido en la noche para entregar a Jesús. Ahora el Señor le dice a Pedro que también él, en esta noche, va a ser dominado por el poder de las tinieblas y le va a negar tres veces. Entre la traición de Judas, y la inminente negación de Pedro resuena, poderoso, el mandamiento nuevo de Jesús. Si amamos con el Corazón de Jesús nunca le negaremos. Ésa es la única garantía de fidelidad a Jesucristo. Así conocerán todos que somos discípulos de Jesús.



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