Meditación sobre 1 Cor 6,11-20
San Pablo les explica a los cristianos de Corinto que su conversión ha sido obra de la Santísima Trinidad:
Habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre de Jesucristo el Señor y en el Espíritu de nuestro Dios.
Lavados con la Sangre de Cristo, trasplantados del poder del pecado al reino de la Santidad de Dios, transformados de rebeldes en justos ante Dios.
Ahora el Apóstol va a sacar algunas consecuencias:
«Todo me es lícito»; mas no todo me conviene. «Todo me es lícito»; mas ¡no me dejaré dominar por nada! «La comida para el vientre y el vientre para la comida». Mas lo uno y lo otro destruirá Dios. Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder.
Una vez que has sido liberado por Dios ya no puedes dejarte dominar por nada. El cuerpo es para el Señor, que llevó nuestros pecados en su cuerpo. Así nos lo dice la primera Carta de San Pedro:
El mismo que, sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; con cuyas heridas habéis sido curados.
Así nos ha hecho capaces de participar de su resurrección. Por el poder de Dios, nuestro cuerpo participará de la Resurrección de la Humanidad de Jesucristo. Ésa es la asombrosa dignidad de nuestro cuerpo, en el que –aunque quizá deteriorado por la enfermedad– resplandece ya la gloria de Cristo Resucitado. Cuando no se ve ese resplandor la solución es clara: aborto o eutanasia; muy triste, pero muy razonable.
El Apóstol sigue considerando la dignidad del cuerpo del cristiano:
¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? Y ¿había de tomar yo los miembros de Cristo para hacerlos miembros de prostituta? ¡De ningún modo! ¿O no sabéis que quien se une a la prostituta se hace un solo cuerpo con ella? Pues está dicho: ‘Los dos se harán una sola carne’. Mas el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con Él. ¡Huid de la fornicación! Todo pecado que comete el hombre queda fuera de su cuerpo; mas el que fornica, peca contra su propio cuerpo. ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo.
Además de lo que ya nos ha dicho, San Pablo añade ahora que nuestro cuerpo es miembro de Cristo, que es un solo espíritu con Él, que es santuario del Espíritu Santo, y que ha sido comprado por Cristo al precio de su Sangre. De aquí saca dos conclusiones: una negativa: ¡Huid de la fornicación!; otra entusiasmante: Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo. Qué asombroso que podamos dar gloria a Dios en nuestro cuerpo. Cómo transforma este misterio la relación con el cuerpo humano, el propio primero.
Esta página de San Pablo ilumina el misterio de la Asunción de la Madre de Jesús en cuerpo y alma a los Cielos. En Ella la Santísima Trinidad ya ha obrado plenamente; y lo ha hecho a la medida de la santidad de la Llena de gracia. Por eso la Iglesia, en los temas a los que hace referencia el Apóstol en esta página, siempre nos ha puesto a María como modelo y nos ha aconsejado con insistencia que acudamos a su ayuda.
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