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Mirarán al que traspasaron

 Meditación sobre Jn 19,31-42


Los judíos se siguen manifestando muy puntillosos en lo que hace referencia al cumplimiento de su ley; una ley que es suya, que no es de Dios porque no es portadora de la voluntad de Dios –como la crucifixión de Jesús manifiesta–; una ley por la que no puede llegar la Salvación. La Salvación llega por ese hombre que está colgado en la Cruz. Y por ningún otro camino.


Los judíos, como era el día de la preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado –porque aquel sábado era muy solemne–rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: No se le quebrará hueso alguno. Y también otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron.


San Juan ha comenzado el relato que culmina en la lanzada que abre el Corazón de Jesús diciendo:


Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.


Que nos ha amado hasta el extremo es el testimonio del que lo ha visto y sabe que dice la verdad. Y nos deja su testimonio para que creamos en el amor que Jesús nos tiene y podamos edificar y arraigar nuestra vida sobre ese amor. Sólo así nuestra vida permanecerá para la eternidad.

   Nos deja también su testimonio, que él sabe que es válido, para que creamos que todo responde al designio de Dios; que estaba anunciado desde tiempo atrás en las Escrituras, que nada en la vida –y en la muerte– de Cristo es consecuencia de las luchas de poder. 


Y porque todo responde a la voluntad de Dios, las palabras de la Escritura: Mirarán al que traspasaron tienen una potencia profética particular. Desde hace dos mil años gentes de toda raza, lengua, pueblo y nación contemplamos a Jesucristo crucificado. De mil maneras, a toda hora, en todos los lugares, contemplamos al Crucificado y, así, correspondemos al amor que le ha llevado a la Cruz por nosotros y por nuestra Salvación.


Para que también vosotros creáis. Pero todavía no ha llegado la hora, aunque falta muy poco, de que podamos creer que Jesús es el Hijo de Dios y que nos ha reconciliado con su Padre. Esa fe llevará a plenitud la fe en Cristo Jesús. Pero falta que el Padre acoja la ofrenda que Jesús le ha hecho de su vida por nosotros. Que la ha acogido quedará de manifiesto cuando lo resucite de entre los muertos. Estamos ya muy cerca, pero primero el Señor tiene que ser sepultado.


Después de esto José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. Fue también Nicodemo –aquel que anteriormente había ido a verlo de noche– con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús.


José y Nicodemo manifiestan su amor a Cristo en esta hora tan dramática. José de Arimatea –miembro del Consejo, hombre bueno y justo– cedió a Jesús su propia sepultura. Qué afortunado ha sido este hombre. Quién le iba a decir a este discípulo de Jesús que el sepulcro nuevo que había hecho excavar en la roca acogería el cuerpo muerto del Hijo de Dios; y que Nicodemo y él tomarían el cuerpo de Jesús, lo envolverían en vendas con aromas y lo pondrían en el sepulcro nuevo. Qué honor la de estos dos hombres. Qué valor deben tener a los ojos de Dios. 


A Nicodemo el Señor le había dicho la primera vez que se encontraron: 

En verdad, en verdad te digo: 

el que no nazca de lo alto 

no puede ver el Reino de Dios

Y Nicodemo le había preguntado: 

¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer? 

La respuesta de Jesús fue:

En verdad, en verdad te digo: 

el que no nazca de agua y de Espíritu 

no puede entrar en el Reino de Dios. 

Lo nacido de la carne, es carne; 

lo nacido del Espíritu, es espíritu. 

No te asombres de que te haya dicho: 

‘Tenéis que nacer de lo alto’. 

El viento sopla donde quiere, 

y oyes su voz, 

pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. 

Así es todo el que nace del Espíritu.

Nicodemo está ya muy cerca de conocer el alcance de las palabras de Jesús.


Todo había comenzado en el Jardín del Edén. La primera creación se ha extendido desde ese huerto al huerto del que nos habla el relato de San Juan. En esa larguísima historia dominada por la muerte –fruto del pecado– el sepulcro había tenido siempre la última palabra. Ahora va a ser distinto. Ya lo sugiere el detalle de que el sepulcro era nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Es una indicación clara de que la sepultura de Jesús forma parte del sacrificio de alabanza a Dios que Jesús le está dando con la entrega de su vida. Nos indica que está a punto de comenzar la nueva creación.



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