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Vencer con Cristo

Meditación sobre Ap 2-3


El libro del Apocalipsis se abre con una poderosa visión de Jesucristo Resucitado. El Señor manda a Juan que escriba a las siete Iglesias de Asia. El valor simbólico del número siete sugiere que son cartas que Cristo envía a la Iglesia universal de todos los tiempos. Escuchemos:


Al Ángel de la Iglesia de Efeso, y escribe: Esto dice el que tiene las siete estrellas en su mano derecha, el que camina entre los siete candeleros de oro. Conozco tu conducta: tus fatigas y paciencia; y que no puedes soportar a los malvados y que pusiste a prueba a los que se llaman apóstoles sin serlo y descubriste su engaño. Tienes paciencia y has sufrido por mi nombre sin desfallecer. Pero tengo contra ti que has perdido tu amor de antes. Date cuenta, pues, de dónde has caído, arrepiéntete y vuelve a tu conducta primera. Si no, iré donde ti y cambiaré de su lugar tu candelero, si no te arrepientes. Tienes en cambio a tu favor que detestas el proceder de los nicolaítas, que yo también detesto. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias. Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida, que está en el Paraíso de mi Dios.


Las iglesias están en las manos de Cristo, en su poder y bajo su protección. Él conoce todo lo que pasa en cada Iglesia. Qué gran alabanza hace el Señor de la fortaleza de la Iglesia de Éfeso. Pero tiene una cosa contra ella: se ha endurecido. Qué valor tiene a los ojos del Señor la frescura y novedad del amor. El árbol de la vida es el símbolo de la vida plena y eterna. El vencedor, el que recupere la ilusión de la primera caridad, el que ame siempre con el amor con el que Jesús le ama a él, recibirá de las manos de Jesucristo el fruto de ese árbol.


Al Ángel de la Iglesia de Esmirna escribe: Esto dice el Primero y el Último, el que estuvo muerto y revivió. Conozco tu tribulación y tu pobreza —aunque eres rico— y las calumnias de los que se llaman judíos sin serlo y son en realidad una sinagoga de Satanás. No temas por lo que vas a sufrir: el Diablo va a meter a algunos de vosotros en la cárcel para que seáis tentados, y sufriréis una tribulación de diez días. Permanece fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias. El vencedor no sufrirá daño de la muerte segunda. 


Jesús Resucitado conoce los sufrimientos de su Iglesia y valora, por encima de todo, su fidelidad. Invita a los cristianos de Esmirna a permanecer fieles hasta la muerte. Así podrá coronarlos con la corona de la vida. La muerte segunda es la muerte eterna, la verdadera muerte. El vencedor no la sufrirá.


Al Ángel de la Iglesia de Pérgamo escribe: Esto dice el que tiene la espada aguda de dos filos. Sé dónde vives: donde está el trono de Satanás. Eres fiel a mi Nombre y no has renegado de mi fe, ni siquiera en los días de Antipas, mi testigo fiel, que fue muerto entre vosotros, ahí donde habita Satanás. Pero tengo alguna cosa contra ti: mantienes ahí algunos que sostienen la doctrina de Balaam, que enseñaba a Balaq a poner tropiezos a los hijos de Israel para que comieran carnes inmoladas a los ídolos y fornicaran. Así tú también mantienes algunos que sostienen la doctrina de los nicolaítas. Arrepiéntete, pues; si no, iré pronto donde ti y lucharé contra ésos con la espada de mi boca. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias. Al vencedor le daré maná escondido; y le daré también una piedrecita blanca, y, grabado en la piedrecita, un nombre nuevo que nadie conoce, sino el que lo recibe.


Jesucristo sabe de las dificultades de su Iglesia y de la fidelidad a su Nombre. Pero no se deciden a poner remedio a una situación que acabará corrompiendo toda la Iglesia de Pérgamo. Al vencedor, al que actúe con energía en defensa de la fe, el Hijo le dará el alimento del Reino celestial, y la piedrecita blanca que es señal de la admisión en el Reino, y el nombre nuevo, el que expresa la naturaleza del hijo de Dios.


Escribe al Ángel de la Iglesia de Tiatira: Esto dice el Hijo de Dios, cuyos ojos son como llama de fuego y cuyos pies parecen de metal precioso. Conozco tu conducta: tu caridad, tu fe, tu espíritu de servicio, tu paciencia; tus obras últimas sobrepujan a las primeras. Pero tengo contra ti que toleras a Jezabel, esa mujer que se llama profetisa y está enseñando y engañando a mis siervos para que forniquen y coman carne inmolada a los ídolos. Le he dado tiempo para que se arrepienta, pero no quiere arrepentirse de su fornicación. Mira, a ella voy a arrojarla al lecho del dolor, y a los que adulteran con ella, a una gran tribulación, si no se arrepienten de sus obras. Y a sus hijos, los voy a herir de muerte: así sabrán todas las Iglesias que yo soy el que sondea los riñones y los corazones, y yo os daré a cada uno según vuestras obras. Pero a vosotros, a los demás de Tiatira, que no compartís esa doctrina, que no conocéis «las profundidades de Satanás», como ellos dicen, os digo: No os impongo ninguna otra carga; sólo que mantengáis firmemente hasta mi vuelta lo que ya tenéis. Al vencedor, al que se mantenga fiel a mis obras hasta el fin, le daré poder sobre las naciones: las regirá con cetro de hierro, como se quebrantan las piezas de arcilla. Yo también lo he recibido de mi Padre. Y le daré el Lucero del alba. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias.


La mirada de Jesucristo penetra los corazones. Todo está patente a los ojos de Aquel al que hemos de dar cuenta de nuestra vida. El elogio de la Iglesia de Tiatira, la patria de Lidia, es el más rico y espléndido de todas las cartas. Pero no todo es bueno en Tiatira. Da la sensación de que algunas iglesias no valoran la gravedad de los errores doctrinales y la corrupción moral que los acompaña. Son muy recias combatiendo a los enemigos exteriores, como el culto al emperador pero, quizá por una caridad mal entendida, no se dan cuenta de la importancia de la verdad en el cristianismo. El vencedor será el que se mantenga fiel a las obras de Jesucristo, que han estado  movidas por el amor y la obediencia a su Padre Dios. Entonces Cristo le asociará al poder que Él ha recibido de su Padre y le dará a participar de su glorificación.


Escribe al Ángel de la Iglesia de Sardes: Esto dice el que tiene los siete Espíritus de Dios y las siete estrellas. Conozco tu conducta; tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto. Ponte en vela, reanima lo que te queda y está a punto de morir. Pues no he encontrado tus obras llenas a los ojos de mi Dios. Acuérdate, por tanto, de cómo recibiste y oíste mi Palabra: guárdala y arrepiéntete. Porque, si no estás en vela, vendré como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti. Tienes no obstante en Sardes unos pocos que no han manchado sus vestidos. Ellos andarán conmigo vestidos de blanco; porque lo merecen. El vencedor será así revestido de blancas vestiduras y no borraré su nombre del libro de la vida, sino que me declararé por él delante de mi Padre y de sus Ángeles. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias.


La carta a la Iglesia de Sardes es muy triste. Aún así el Señor, que tiene los siete Espíritus de Dios, anima a esta Iglesia a rehacerse, luchar y vencer. El premio que Jesús tiene reservado para el vencedor será magnífico: andar con Cristo revestido con la túnica blanca de la victoria, mantener el nombre en el libro de la vida, y que Jesús se declare por ellos delante de su Padre y de sus Ángeles. Vale la pena luchar para que Jesús encuentre nuestras obras llenas a los ojos de su Dios.


Al Ángel de la Iglesia de Filadelfia escribe: Esto dice el Santo, el Veraz, el que tiene la llave de David: si Él abre, nadie puede cerrar; si Él cierra, nadie puede abrir. Conozco tu conducta: mira que he abierto ante ti una puerta que nadie puede cerrar, porque, aunque tienes poco poder, has guardado mi Palabra y no has renegado de mi Nombre. Mira que te voy a entregar algunos de la Sinagoga de Satanás, de los que se proclaman judíos y no lo son, sino que mienten; yo haré que vayan a postrarse delante de tus pies, para que sepan que yo te he amado. Ya que has guardado mi recomendación de ser paciente, también yo te guardaré de la hora de la prueba que va a venir sobre el mundo entero para probar a los habitantes de la tierra. Vengo pronto; mantén con firmeza lo que tienes, para que nadie te arrebate tu corona. Al vencedor le pondré de columna en el Santuario de mi Dios, y no saldrá fuera ya más; y grabaré en él el nombre de mi Dios, y el nombre de la Ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, que baja del cielo enviada por mi Dios, y mi nombre nuevo. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias.


Los nombres que se dan a Cristo en esta Carta son una profunda revelación de su Misterio. Qué gran alabanza hace el Señor de esta Iglesia a la que ama: Conozco tu conducta: ... aunque tienes poco poder, has guardado mi Palabra y no has renegado de mi Nombre. Anima a su Iglesia a no dejarse arrebatar la corona hasta que Él llegue. Al vencedor le grabará tres nombres: el primero indica que seremos propiedad de Dios; el segundo nos dice cuál es nuestra patria definitiva; el tercero revela nuestro participar de la vida de Cristo resucitado.


Al Ángel de la Iglesia de Laodicea escribe: Así habla el Amén, el Testigo fiel y veraz, el Principio de la creación de Dios. Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca. Tú dices: ‘Soy rico; me he enriquecido; nada me falta’. Y no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que me compres oro acrisolado al fuego para que te enriquezcas, vestidos blancos para que te cubras, y no quede al descubierto la vergüenza de tu desnudez, y un colirio para que te des en los ojos y recobres la vista. Yo a los que amo, los reprendo y corrijo. Sé, pues, ferviente y arrepiéntete. 


Qué situación tan triste la de esta Iglesia. Ha caído en la tibieza y vive completamente engañada. Pero el Señor no se olvida de ella y, por el amor que le tiene, la reprende y acude con todo lo necesario para que la Iglesia de Laodicea vuelva a la fidelidad a Dios. 


Jesucristo cierra el ciclo de las cartas con una palabra admirable:


Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. 

   Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como Yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias.


La clave del cristianismo es el encuentro personal con Jesucristo. Lo demás son circunstancias. El Hijo de Dios ha venido al mundo a encontrarse con cada uno de nosotros; a llamar a nuestra puerta y, si oímos su voz y le abrimos –siempre el respeto del Señor por nuestra libertad–, vivir una relación personal de amistad que la imagen de la cena expresa admirablemente. Nuestra vida quedará profundamente transformada. Nunca estaremos solos. Estaremos siempre con Jesucristo Resucitado. Todo lo podremos introducir en nuestra relación con Él. 

   Jesucristo Exaltado quiere hacernos partícipes de su victoria. No luchamos solos ni luchamos nuestros propios combates. Todos esos campos de lucha que hemos ido escuchando en las siete Cartas, son los combates de Cristo. No luchamos contra nada ni contra nadie. Luchamos para ser fieles al amor que Jesús nos tiene. Y el Señor tiene la esperanza de que seamos vencedores y de concedernos el sentarnos con Él en su trono. Eso es lo único importante en nuestra vida. Por eso la invitación a escuchar lo que el Espíritu dice a las Iglesias.



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