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Yo le conozco y guardo su palabra

 Meditación sobre Jn 8,52-59

Va a terminar la polémica de Jesús con este grupo de judíos. El planteamiento obtuso de estos hombres le da ocasión al Señor para seguir revelándonos quién es Él, que es lo único realmente importante y valioso. Los judíos vuelven sobre el tema de Abraham, tema que abrió y va a cerrar esta polémica:

Le dijeron los judíos: “Ahora estamos seguros de que tienes un demonio. Abraham murió, y también los profetas; y tú dices: «Si alguno guarda mi palabra, no probará la muerte jamás». ¿Eres tú acaso más grande que nuestro padre Abraham, que murió? También los profetas murieron. ¿Por quién te tienes a ti mismo?”

Cuando Jesús nos dice que si alguno guarda su palabra no probará la muerte jamás, está claro por quién se tiene a sí mismo: Él es el Hijo de Dios que ha venido a traernos la vida que recibe del Padre; sus palabras son portadoras de esa vida. Ahora depende de cada uno creer en Jesucristo o no; aceptar sus palabras, o no. Lo que nos jugamos está claro.

   La clave, como siempre, es decidir quién es, para mí, el «yo» que dice esas palabras. Si es el yo de un hombre todo eso es un completo despropósito, y la muerte eterna tendrá la última palabra. Pero si es el Yo de Dios Hijo, cuya Palabra es portadora de la vida que recibe del Padre, entonces esas palabras de Jesús son las únicas importantes en mi vida; las únicas que tengo que escuchar. Y guardar esas palabras es la puerta que abre el camino de la vida eterna. La única puerta. Todo lo demás está marcado con el sello de la muerte. Cada uno tiene que elegir.

   Preguntarle a Jesús por quién se tiene a sí mismo no deja de ser una bobada, porque desde que el Señor empezó a predicar nos lo está diciendo. Pero es una pregunta que podemos dirigir a Jesús en la oración, y dejar que nos vaya contestando. Lo hace en los Evangelios, claro; y en ningún otro sitio. Y las respuestas de Jesucristo, que cada vez entenderemos con más profundidad, van dilatando el horizonte de nuestra vida y van llenando el corazón de asombro y agradecimiento.

La respuesta de Jesús a la pregunta de los judíos es magnífica:

Jesús respondió: “Si Yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi Padre quien me glorifica, de quien vosotros decís: «Él es nuestro Dios», y sin embargo no le conocéis. Yo sí que le conozco, y si dijera que no le conozco, sería un mentiroso como vosotros. Pero Yo le conozco y guardo su palabra. Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi Día; lo vio y se alegró”. Entonces los judíos le dijeron: “¿Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham?” Jesús les respondió: “En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy”.

Si escuchas las palabras de Jesús y las meditas con calma en la oración procurando, con la ayuda del Espíritu Santo, comprenderlas bien, irás profundizando en lo que quiere expresar Jesús cuando dice: “Yo Soy”’. Él es el Hijo Unigénito de Dios Padre, y solo de su Padre recibe gloria. Él es el único que conoce al Padre y, por eso, el único que lo puede revelar. Él es el que siempre guarda la palabra de su Padre Dios. Jesús es el que viene a cumplir la Promesa que Dios hizo a Abraham.

La reacción de los judíos a la revelación de Jesús es profundamente entristecedora:

Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del Templo.

Jesús sabe que ha llegado su Día, ese Día que tanto regocijo y alegría le dió a Abraham cuando, en la fe, supo que Dios cumpliría la Promesa que le hizo de que, en su descendencia, serían bendecidos todos los linajes de la tierra. Pero Jesús sabe también que todavía no ha llegado su Hora.


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