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La fe de María

 Meditación sobre Lc 1,38-45


El encuentro de Jesús con un centurión en Cafarnaúm termina con una alabanza de la fe: “Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande”. Y lo mismo con la mujer sirofenicia: “¡Oh mujer, grande es tu fe! Hágase contigo como tú quieres”. Y en tantos otros encuentros. A Jesús le admira encontrar personas de fe, porque la fe es la puerta que abre la vida del hombre a la Salvación. Además, en todas estas alabanzas resuena la primera alabanza de la fe que, inspirada por el Espíritu Santo encontramos en los Evangelios, que es la alabanza de la fe de María; Jesús está alabando la fe de su Madre, que es la fe que hace posible la del centurión, la de la cananea y la nuestra.


El relato de la Anunciación termina con el acto de fe de María:


Dijo María: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Y el ángel dejándola se fue.


Y, acogiendo la sugerencia que el ángel le dio –quizá para confirmarla en la fe, desde luego para dejarnos un poderoso episodio de revelación–, Lucas nos dice:


En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Bienaventurada la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!"


Isabel es la gran marióloga: sabe, inspirada por el Espíritu Santo, que «la que ha creído» es nombre propio de la Madre del Señor; es un nombre que expresa admirablemente la vida de María desde su concepción. Por eso la invitación del ángel a que se alegre, por eso es la llena de gracia con la que el Señor está siempre, y por eso ha hallado gracia delante de Dios, que la ha elegido y preparado para ser la Madre de su Hijo.

   Y el Espíritu Santo revela también a Isabel que María es la Bienaventurada, y le dice por qué: María es bienaventurada porque ha creído que tendrán cumplimiento las cosas que le han sido dichas de parte del Señor. Y esas cosas tendrán cumplimiento porque María ha creído en Dios y en su Palabra. La fe de María es única –como todo en Ella–. Nosotros seremos bienaventurados si vivimos de fe, pero de nuestra fe no depende que se cumpla el designio Salvador de Dios. 

   La salvación tampoco depende de la fe de los apóstoles que Jesús eligió. Es muy ilustrativo lo que sucedió en la sinagoga de Cafarnaún cuando Jesús terminó la revelación sobre el misterio de la Eucaristía. San Juan lo cuenta así: 


Esto lo dijo enseñando en la sinagoga, en Cafarnaúm. Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: “Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?” Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: “¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros algunos que no creen”. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y decía: “Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre”. 

   Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con Él. Jesús dijo entonces a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?” Le respondió Simón Pedro: “Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios”. Jesús les respondió: “¿No os he elegido yo a vosotros, los Doce? Y uno de vosotros es un diablo”. Hablaba de Judas, hijo de Simón Iscariote, porque éste le iba a entregar, uno de los Doce.


Desde ese día, muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con Él. ¿Cuál fue la reacción de Jesús? Volverse a los Doce y preguntarles si también ellos querían marcharse. Qué terrible pregunta la que hace Jesús. La respuesta, el acto de fe, de Simón Pedro es admirable. Jesús es el Santo de Dios, el portador de la santidad de Dios, al que Dios nos ha enviado porque quiere trasplantarnos del poder del pecado al reino de su santidad. Solo Jesús tiene palabras de vida eterna. Las palabras de Jesús son espíritu y son vida. Son portadoras de la vida que Él recibe del Padre. El que acoge las palabras de Jesucristo es trasladado del ámbito de la muerte al de la vida eterna. Toda otra palabra, por muy noble y sincera que sea, pasará; solo las palabras de Jesús permanecerán para siempre; solo en ellas podemos fundar la vida para que se abra a la eternidad. 

   Me parece que una revelación clave que nos deja Jesús es que nadie puede ir a Él si no se lo concede el Padre. La fe en Jesucristo es la obra de Dios en nosotros. Si los Doce se hubiesen ido, como se fue Judas, el Señor hubiese empezado de nuevo. Ningún problema. La Redención no depende de si nosotros tenemos fe o no. Sí depende de la fe de María. 


La fe de María expresa la docilidad de la Madre de Jesús a la obra de Dios en ella. Es realmente asombroso el respeto que Dios tiene de la libertad de María: la Redención depende de su «hágase». La falta de fe de Eva fue la puerta por la que entró el pecado en el mundo. María es la Mujer de fe, y esa fe es la puerta por la que entra el Redentor –y, por eso, por la que entra la salvación y la bienaventuranza en el mundo–. Y la fe de María pone su sello en la vida y en la fe del cristiano. También nosotros estamos destinados a ser bienaventurados si creemos en la palabra de Dios. 

   La fe de María es una fe a la medida del obrar en Ella de la Santísima Trinidad; a la medida de la Encarnación del Hijo de Dios; a la medida de la Redención. Es a su Madre a quien Jesús puede decir en sentido pleno y único: “¡Oh Mujer, grande es tu fe!” Y luego, “Hágase contigo como tú quieres”. Y lo que María quiere es que su Hijo pueda resucitarnos el último día. De la fe la Madre brota el poder que tiene ante Jesús.



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