Meditación sobre Jn 14,1-14
Estamos en el Cenáculo se está despidiendo de sus discípulos. Jesús les conoce. Sabe que son buenos israelitas y que creen en el Dios de Israel. Ahora les invita a creer en también Él. Solo esa fe les llevará a aceptar que todo lo que va a vivir responde al designio de Dios. Eso les serenará y les dará esperanza.
“No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas moradas. De lo contrario, ¿os hubiera dicho que voy a prepararos un lugar? Cuando me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré y os tomaré conmigo, para que donde Yo estoy estéis también vosotros”.
Todo responde al Amor que el Padre nos tiene. Por ese amor nos envía a su Hijo y dispone las cosas para que podamos estar en su Casa para siempre. Creer en Dios y en Jesús es creer que la Pasión es el camino por el que el Hijo vuelve a la Casa del Padre para prepararnos un lugar.
Solo la fe puede salvar el abismo que separa estas palabras de Jesús de lo que va a vivir a partir de Getsemaní. Solo la fe en Dios y en Jesús puede poner en nuestro corazón el deseo, por encima de todo otro deseo, de que el Señor vuelva para llevarnos con Él a la Casa de su Padre Dios.
Qué horizonte de eternidad y felicidad nos abre la fe. Una vida sin fe está marcada con el sello de la muerte: antes o después, de un modo o de otro, la muerte tiene siempre la última palabra; y si tiene la última palabra, tiene todas las palabras.
Pedidle al Señor que nos dé la fe con la que quiere que creamos en Dios y en Él: una fe a la medida de sus palabras, una fe capaz de acogerlas y de vivirlas.
San Juan continúa:
“Y adonde Yo voy ya sabéis el camino”.
Díjole Tomás: “Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?”
Jesús le dijo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie viene al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto”.
La fe en Dios y en Jesús nos revela que Jesús ha venido al mundo a darnos a participar de su filiación divina, a hacernos hijos amados de su Padre Dios, que es el único modo de ir al Padre. Y nos lleva a conocer a Jesús y, conociendo al Hijo, conocemos también al Padre. Por eso les dice a sus discípulos: desde ahora lo conocéis y lo habéis visto.
La fe en Dios y en Jesús nos lleva a conocer al Padre y al Hijo; es la puerta que nos da acceso al camino al Padre; nos hace capaces de acoger el amor que el Padre nos tiene –que es la verdad última del obrar de Dios– y la vida que del Padre nos llega.
Jesús nos va a manifestar el nivel más profundo de revelación de la fe Trinitaria:
Felipe le dijo: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”.
Jesús le dijo: “Felipe, ¿tanto tiempo ha que estoy con vosotros y no me habéis conocido? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: «muéstranos al Padre»? ¿No crees que Yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que Yo os digo no las hablo de mí mismo; el Padre, que mora en Mí, hace sus obras. Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí; a lo menos creedlo por las obras”.
Jesús nos revela la comunión que Él tiene con el Padre. La fe en Dios y en Jesús nos lleva a conocer a Jesús y a conocer que Él está en el Padre y el Padre en Él. Jesús insiste de distintos modos en esta verdad central del cristianismo. Por eso el que le ha visto, ha visto al Padre. Y el que escucha las palabras de Jesús y las guarda está escuchando al Padre.
Jesús habla desde el Padre y hace las obras del Padre. Y Jesús nos invita a que le creamos cuando nos revela este misterio central de su comunión con el Padre. Es el misterio del que brota toda la revelación cristiana. El Hijo de Dios ha venido al mundo para revelarnos que Él está en el Padre y el Padre en Él; para introducirnos en ese misterio de comunión; para traernos las palabras del Padre. Camino privilegiado para creer que Jesús está en el Padre y el Padre en Él son sus obras, ya que de la comunión con su Padre brota, como de su fuente, todo lo que Jesús dice y hace.
Jesús vuelve a invitarnos a creer en Él –que es creer en el Padre–; la invitación a la fe es el hilo conductor que recorre todas estas palabras de Jesús:
“En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que Yo hago, y hará mayores aún, porque Yo voy al Padre. Y todo lo que pidáis en mi Nombre Yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi Nombre, Yo lo haré”.
La fe en Jesús nos hace capaces de hacer las obras que Él hace incluso, nos dice, mayores aún. La razón es: porque Yo voy al Padre. Así abrimos espacio al obrar de Cristo Resucitado en nuestro mundo. Podemos querer con su corazón, mirar con sus ojos, trabajar con sus manos, sufrir con su Pasión, rezar con su alma; y dar la vida para colaborar con Él en la salvación de las almas.
Por dos veces nos asegura que lo que pidamos en su Nombre, Él lo hará. La fe nos da un poder inusitado: el poder contenido en ese: “Yo lo haré”. Creer en Jesús transforma la vida del cristiano. Todo lo que pueda ser introducido en esa fe se convierte en una petición que Dios escucha con agrado. Y así el Padre será glorificado en el Hijo. Un poder de la fe, como todo lo que nos viene de Jesús, redunda en la gloria del Padre. Según esto, cuanto más pidamos al Señor más gloria estamos dando a Dios.
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