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Si el Hijo os da la libertad

Meditación sobre Jn 8,31-47

Jesús está enseñando en el Templo. Nos ha dejado una profunda revelación sobre quién es Él, una revelación que ha comenzado diciendo:

“Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida”.

Cuando Jesús termina, el evangelista nos dice: Al hablar así, muchos creyeron en Él. Y continúa:

Decía, pues, Jesús a los judíos que habían creído en Él: “Si os mantenéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”.

Qué estructura tan clara tiene la invitación de Jesús a ser libres. La clave es la fe: todo empieza con la fe en Jesús. El que cree acoge y vive su palabra y, así, llega a ser verdaderamente discípulo del Señor y a conocer la verdad que Jesús nos ha traído. El Hijo de Dios ha venido al mundo a revelarnos que su Padre nos ama con el Amor con el que le ama a Él, y a introducirnos en ese Amor. Esa es la verdad que nos hace verdaderamente libres.

   No hay libertad fuera del Amor con el que el Padre nos ama. Fuera de ese Amor todo está marcado con el sello de la muerte eterna y, si la última palabra la tiene la muerte, hablar de libertad es una bobada. La libertad, o se abre a la eternidad o es una palabra vacía.

La reacción de los judíos:

Ellos le respondieron: “Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: «Seréis libres»?”

Aflora el orgullo. Y el orgullo nos hace sordos a las palabras de Jesús. La respuesta de Jesús;

Jesús les respondió: “En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre; mientras el hijo se queda para siempre. Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres”.

Es el Hijo el que nos da la libertad. Solo Él puede hacerlo. Hasta que el Hijo no nos libere de la esclavitud del pecado, nos dé a participar de su condición de Hijo de Dios, y nos lleve a la Casa del Padre, no seremos realmente libres. Jesús nos revela la estrecha relación que hay entre la libertad y la filiación divina. La libertad es cosa de los hijos de Dios; es un regalo que el Hijo de Dios nos hace. La libertad que el Hijo nos da nos hace capaces de vivir en la Casa del Padre para siempre.

   Para liberarnos de la esclavitud del pecado y darnos la libertad de la gloria de los hijos de Dios ha venido el Hijo de Dios al mundo. Cristo Jesús nos hará realmente libres al precio de su Sangre. Qué valor debe de tener nuestra libertad a los ojos de Dios. Realmente el cristianismo es la religión de la libertad. Fuera de estas palabras de Jesús todo está dominado por el pecado y el hombre, aunque se engañe, es un esclavo del mal y de la muerte: pasará por la vida haciendo el mal hasta que le llegue la hora de caer bajo el poder de la muerte eterna.

Lo que Jesús acaba de decirnos es entusiasmante; lo que va a decir ahora es terrible:

“Ya sé que sois linaje de Abraham. Pero tratáis de matarme, porque mi palabra no prende en vosotros. Yo hablo lo que he visto donde mi Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído donde vuestro padre”.

   Ellos le respondieron: “Nuestro padre es Abraham”.

   Jesús les dice: “Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham. Pero tratáis de matarme, a mí que os he dicho la verdad que oí de Dios. Eso no lo hizo Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre”.

   Ellos le dijeron: “Nosotros no hemos nacido de la prostitución; no tenemos más padre que a Dios”.

   Jesús les respondió: “Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque Yo he salido y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino que Él me ha enviado. ¿Por qué no reconocéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Este era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira. Pero a mí, como os digo la verdad, no me creéis. ¿Quién de vosotros puede probar que soy pecador? Si digo la verdad, ¿por qué no me creéis? El que es de Dios, escucha las palabras de Dios; vosotros no las escucháis, porque no sois de Dios”.

Lo que está en juego es la paternidad. A estos hombres, que pretenden ser hijos de Abraham e hijos de Dios, Jesús les dice que son hijos del diablo y quieren cumplir los deseos de su padre, homicida desde el principio y padre de la mentira. En estas pocas palabras de Jesús está contenido el misterio de su Pasión y de su Cruz.

Pero la revelación verdaderamente importante que Jesús nos deja es lo referente a su filiación. Él es el Hijo Unigénito de Dios, que habla lo que ha visto donde su Padre y que dice la verdad que ha oído de Dios. Jesús es el Hijo que ha salido y viene de Dios; no ha venido por su cuenta, sino que Dios le ha enviado; y nadie puede probar que sea pecador.

Si estos hombres fueran hijos de Dios, amarían a Jesús. La manifestación de nuestra filiación divina es el amor al Hijo de Dios hecho hombre; el escuchar su palabra. En último extremo todo es cuestión de filiación: ¿de quién quieres ser hijo? ¿qué palabras quieres escuchar? ¿qué obras quieres hacer? ¿qué deseos quieres cumplir? Jesús termina diciéndonos que la manifestación de a quién hemos elegido por padre es clara: El que es de Dios, escucha las palabras de Dios.


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