Meditación sobre Jn 8,31-45
Jesús está enseñando en el Templo. El evangelista nos ha dicho que, al escucharle cómo habla, muchos judíos han creído en Él. A estos se dirige ahora el Señor:
Decía, pues, Jesús a los judíos que habían creído en Él: “Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres. Ellos le respondieron: “Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: «Seréis libres?»” Jesús les respondió: “En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre; mientras el hijo se queda para siempre. Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres”.
Qué estructura tan marcada tiene la invitación de Jesús a ser libres. Todo empieza con la fe en Jesús, con la acogida de su Palabra y con ser verdaderamente sus discípulos. Entonces, solo entonces, conoceremos la verdad y la verdad nos hará libres.
¿Qué verdad es esa que Jesús nos dice que llegaremos a conocer si permanecemos en su Palabra? Me parece que esa verdad, que solo el Hijo nos puede revelar, es el Amor que su Padre Dios nos tiene. Jesús, el Hijo Unigénito de Dios, ha venido al mundo a traernos el Amor del Padre, a amarnos con el Amor con el que el Padre le ama a Él. Esa es la verdad que nos hace libres. Una verdad que solo se puede conocer cuando se vive.
No hay libertad fuera del Amor con el que el Padre nos ama. Fuera de ese Amor todo está marcado con el sello de la muerte eterna y, si la última palabra la tiene la muerte, hablar de libertad es una bobada. La libertad, o se abre a la eternidad o es una palabra vacía. Jesús nos revela la estrecha relación que hay entre la libertad y la filiación divina. La libertad es cosa de los hijos de Dios; es un regalo que Dios hace a sus hijos.
Cristo Jesús nos hará realmente libres al precio de su Sangre. Qué valor debe de tener nuestra libertad a los ojos de Dios. Realmente el cristianismo es la religión de la libertad. Fuera de estas palabras de Jesús todo está dominado por el pecado y la muerte; el hombre, aunque se engañe, es un esclavo.
La revelación de Jesús se hace particularmente profunda:
“Ya sé que sois linaje de Abraham. Pero tratáis de matarme, porque mi Palabra no prende en vosotros. Yo hablo lo que he visto donde mi Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído donde vuestro padre”. Ellos le respondieron: “Nuestro padre es Abraham”. Jesús les dice: “Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham. Pero tratáis de matarme, a mí que os he dicho la verdad que oí de Dios. Eso no lo hizo Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre”. Ellos le dijeron: “Nosotros no hemos nacido de la prostitución; no tenemos más padre que a Dios”.
Jesús les respondió: “Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque Yo he salido y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino que Él me ha enviado.¿Por qué no reconocéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi Palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Este era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira. Pero a mí, como os digo la verdad, no me creéis”.
Lo que está en juego es la paternidad. A estos hombres, que pretenden ser hijos de Abraham e hijos de Dios, Jesús les dice:
“Vosotros sois de vuestro padre el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre”.
Enseguida revela que los deseos del diablo son el homicidio y la mentira. En estas pocas palabras de Jesús está contenido el misterio de su Pasión y de su Cruz.
Pero la revelación verdaderamente importante que Jesús nos deja es lo referente a su filiación. Él es el Hijo Unigénito de Dios, que habla lo que ha visto donde su Padre y que dice la verdad que ha oído de Dios. Jesús es el Hijo que ha salido y viene de Dios; no ha venido por su cuenta, sino que Dios le ha enviado.
Por eso estos judíos no pueden amarlo; no pueden reconocer su lenguaje ni escuchar su Palabra; y tratan de matarlo, porque su Palabra no prende en ellos. Por eso seguirán empeñados en cumplir los deseos de su padre el diablo, que es homicida desde el principio, en el que no hay verdad, mentiroso y padre de la mentira. Así será siempre.
En último extremo todo es cuestión de filiación. Una vez que el Hijo de Dios ha venido al mundo, la elección de cada uno es: hijo de Dios en Cristo, o hijo de Satanás. Claro que las palabras de Jesús suenan muy fuertes, pero si las escuchamos con el horizonte de la Pasión de Cristo siguen sonando muy fuertes, pero resultan más razonables.
Jesús nos revela que la manifestación de la filiación divina es amarle a Él: “Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí”. Qué revelación tan poderosa. La fe y el amor a Jesucristo abre la puerta a nuestro ser hijos de Dios. En la fe y el amor a Jesucristo nos lo jugamos todo.
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