Meditación sobre Jn 8,31-36
Jesús está enseñando en el Templo. Juan nos ha dicho que, al escucharle, muchos judíos han creído en Él. A estos se dirige ahora el Señor:
Decía, pues, Jesús a los judíos que habían creído en Él:
“Si permanecéis en mi palabra,
seréis verdaderamente discípulos míos,
y conoceréis la verdad,
y la verdad os hará libres”.
Jesús, como siempre, invita. Él no avasalla ni manipula. Él invita. Qué cadencia tan marcada tiene la invitación de Jesús a ser libres. Para darnos la libertad ha venido el Hijo de Dios al mundo.
Como siempre, depende de cada uno acoger la palabra de Cristo en la fe y permanecer en ella. Claro que para eso es necesaria la asistencia del Espíritu Santo, porque Jesús solo habla las palabras que el Padre le ha enseñado, pero es necesaria la colaboración de la voluntad. Nadie, ni siquiera el Espíritu Santo, será capaz de hacernos creer en Jesús y de permanecer en su palabra si no queremos.
¿Qué verdad es esa que Jesús nos dice que llegaremos a conocer? Me parece que es la verdad que es fundamento y razón de todo lo que existe. Esa verdad, que solo el Hijo nos puede revelar, es el Amor que su Padre Dios nos tiene. Jesús, el Hijo Unigénito de Dios, ha venido al mundo a traernos el Amor del Padre, a amarnos con el Amor con el que el Padre le ama a Él. El Amor del Padre es la verdad que da razón del obrar de Dios, de la Creación y de la Redención. De esa verdad nos habla Jesús en el encuentro con Pilato en la Pasión:
Pilato le dijo: “¿O sea, que tú eres Rey?”
Jesús contestó: “Tú lo dices: Yo soy Rey. Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad escucha mi voz”.
Ésta es la verdad que nos lleva a escuchar la voz de Jesús y a permanecer en su palabra; a ser, verdaderamente, discípulos de Cristo. Es la verdad que nos hace libres. No hay libertad fuera del Amor con el que el Padre nos ama. Fuera de ese Amor todo está marcado con el sello de la muerte eterna y, si la última palabra la tiene la muerte, hablar de libertad es una bobada. La libertad –como el amor, la verdad, y la vida– o se abre a la eternidad o es una palabra vacía.
Ellos le respondieron: “Nosotros somos descendencia de Abraham y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: «Seréis libres?»”
Jesús les respondió: “En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre; mientras el hijo se queda para siempre. Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres”.
Como tantas veces ocurre, Jesús y esos judíos están hablando en horizontes distintos. El horizonte en el que Jesús se mueve es el horizonte escatológico. Desde el pecado del origen todos los hombres, incluyendo a Abraham –y, por lo tanto, a su descendencia– han nacido esclavos del pecado, sin el derecho a vivir en la casa de Dios para siempre. El Hijo de Dios ha venido al mundo a traernos ese derecho, el derecho del hijo; ha venido a liberarnos de la esclavitud del pecado y a darnos la libertad de la gloria de los hijos de Dios; ha venido a hacernos realmente libres. El hombre solo puede recibir la libertad verdadera y real de Jesucristo. Toda otra libertad es ficticia, y está marcada con el sello de la muerte.
Solo el Hijo de Dios puede darnos la libertad, porque solo Él pueda liberarnos de la esclavitud del pecado y reconciliarnos con su Padre Dios. Solo el Hijo puede hacernos partícipes de su vida; la libertad del hombre es el fruto de la filiación divina.
Cristo Jesús nos dará la libertad gloriosa de los hijos de Dios al precio de su Sangre. Qué valor debe de tener nuestra libertad a los ojos de Dios. Realmente el cristianismo es la religión de la libertad. Fuera de estas palabras de Jesús todo está dominado por el pecado y la muerte; el hombre, aunque se engañe, es un esclavo.
Comentarios
Publicar un comentario