Meditación sobre Rom 8,1-13
El capítulo octavo tiene una importancia especial en la Carta a los Romanos. El Apóstol lo comienza con una afirmación decisiva:
Así pues, ninguna condenación pesa ya sobre los que están en Cristo Jesús. Porque la ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte. Pues lo que era imposible a la Ley, reducida a la impotencia de la carne, Dios lo ha hecho posible: enviando a su propio Hijo en una carne semejante a la del pecado, y a causa del pecado, ha condenado el pecado en la carne, a fin de que la justicia de la Ley se cumpliera en nosotros, que no andamos según la carne, sino según el espíritu.
Qué revelación tan preciosa. El núcleo es, como siempre, el amor que Dios nos tiene, ese amor que le lleva a enviarnos a su propio Hijo en una carne semejante a la del pecado para condenar el pecado en la carne. Así somos hechos capaces de estar en Cristo Jesús y podremos andar según el espíritu –la gracia santificante–, porque la ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús nos ha liberado de la ley del pecado y de la muerte.
Ante el hombre se abren dos caminos: andar según la carne o andar según el espíritu. Cada uno tiene que elegir. Lo que significa vivir según la carne:
Los que viven según la carne tienden hacia lo que es carnal; en cambio los que viven según el espíritu tienden hacia lo que es espiritual. Ahora bien, la carne tiende a la muerte, mientras el espíritu tiende a la vida y a la paz. Aquello a lo que tiende la carne es contrario a Dios, porque no se somete a la ley de Dios; ni siquiera podría. Los que se dejan dominar por la carne no pueden agradar a Dios.
Queda claro lo que el Apóstol entiende por «carne». Es una realidad semejante al pecado, que abarca todas las dimensiones del hombre, también su relación con Dios, y que lleva al hombre a lo que es carnal; le lleva a la muerte y a todo lo que es contrario a Dios. El hombre que se deja dominar por la carne, ni puede obedecer a Dios ni puede agradarle.
San Pablo deja claro que nuestra vida es combate. Un combate a muerte en el sentido más fuerte del término. Lo que abre la puerta a la vida y a la paz es, con el poder del espíritu, vivir agradando a Dios. Los que viven según el espíritu pasan por este mundo sometiéndose complaciendo a Dios en todo. Eso es lo decisivo. Es lo que da relieve y valor a todas las dimensiones de nuestra vida; lo que hace que la vida ordinaria se pueda santificar. Todo lo demás está marcado con el sello de la muerte.
Lo que ahora vamos a escuchar a San Pablo sobre la vida según el espíritu es asombroso:
Ahora bien, vosotros no estáis bajo el dominio de la carne, sino del espíritu, desde el momento en que el Espíritu de Dios habita en vosotros. Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, ése no le pertenece. Pero si Cristo está en vosotros, ciertamente el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu es vida por la justicia. Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos, habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará vida también a vuestros cuerpos mortales, por medio de su Espíritu que habita en vosotros.
El Espíritu es el Espíritu de Cristo y el Espíritu de Dios. El designio de Dios es que su Espíritu habite en nosotros. Entonces no estaremos bajo el dominio de la carne, sino del espíritu. Además perteneceremos a Cristo –que habitará en nosotros–, y a nadie más; seremos liberados de todo otro poder. Y Dios Padre, que ha resucitado a Cristo de entre los muertos, nos dará a participar de su Resurrección por medio de su Espíritu que habita en nosotros; recibiremos del Padre la vida de Cristo resucitado, seremos hechos hijos de Dios.
Meditas esas palabras inspiradas del Apóstol y el corazón se llena de gozo. Cuánto valemos a los ojos de Dios; qué importancia tenemos cada uno de nosotros para la Santísima Trinidad; qué designio de vida nos tiene preparado. Qué asombroso misterio. Las tres Personas Divinas obran para que participemos en la Resurrección de Jesucristo y seamos templo del Espíritu de Dios. Ser cristianos no es más que, con la gracia, hacer honor al obrar de Dios en nosotros.
El Apóstol nos va a hacer considerar la deuda que tenemos con Dios:
Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis. Mas si por el espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.
No somos deudores de nadie más que de Dios, del que recibimos la vida eterna. Por eso se trata de vivir, no conforme a la carne, cuyo destino es la muerte, sino según el espíritu. Se trata de hacer honor, con la gracia de Dios, a lo que tantas veces ha dicho el Apóstol: el Espíritu de Dios habita en vosotros. Todo en nuestra vida cristiana es un don de Dios. Lo que no es un don de Dios está marcado con el sello de la muerte. Cuántas gracias tenemos que dar a la Santísima Trinidad por el amor que nos tiene.
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