Meditación sobre Jn 10,11-21
Para revelarnos el amor de Dios por su pueblo, los profetas de Israel utilizan diversas imágenes. Todas son preciosas. Una de las mas frecuentes es la imagen del pastor y su rebaño. A este horizonte pertenece este oráculo que nos ha dejado el profeta Ezequiel en el capítulo 34. Magnífico capítulo:
Porque así dice el Señor Yahveh: “Aquí estoy Yo; Yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él. Como un pastor vela por su rebaño cuando se encuentra en medio de sus ovejas dispersas, así velaré Yo por mis ovejas. Las recobraré de todos los lugares donde se habían dispersado en día de nubes y brumas. Las sacaré de en medio de los pueblos, las reuniré de los países, y las llevaré de nuevo a su suelo. Las pastorearé por los montes de Israel, por los barrancos y por todos los poblados de esta tierra. Las apacentaré en buenos pastos, y su majada estará en los montes de la excelsa Israel. Allí reposarán en buena majada; y pacerán pingües pastos por los montes de Israel. Yo mismo apacentaré mis ovejas y Yo las llevaré a reposar”; oráculo del Señor Yahveh.
Qué fuerza tiene ese «Yo mismo» que Dios pronuncia una y otra vez. Ese «Yo mismo» contiene la promesa de Dios de cuidar de su rebaño, velar y apacentar sus ovejas, y llevarlas a reposar. Esta promesa, como todas las que están contenidas en los libros proféticos, la cumplirá Dios en Jesucristo. San Pablo lo expresa con fuerza en la segunda Carta a los Corintios:
Por la fidelidad de Dios, que la palabra que os dirigimos no es sí y no. Porque Jesucristo, el Hijo de Dios –que os predicamos Silvano, Timoteo y yo– no fue sí y no, sino que en Él se ha hecho realidad el sí. Porque cuantas promesas hay de Dios, en Él tienen su sí; por eso también decimos por su mediación el amén a Dios para su gloria.
Con este horizonte escuchamos a Jesús:
“Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas”.
Día grande aquel en el que el Señor nos reveló que en Él está Dios cuidando de su rebaño y velando por él. A Jesús le importamos. Mucho. Hasta el punto de dar su vida por nosotros. Por cada uno. A Jesús le pertenecemos porque somos un don que el Padre le ha hecho. Y porque nos ha comprado al precio de su Sangre. Jesús no tiene miedo a lobo alguno. Podemos vivir tranquilos. Él nos protege y nos defiende. Tenemos que pedir al Señor la gracia de crecer en la conciencia de que es nuestro Pastor.
Jesús sigue profundizando este misterio de amor:
“Yo soy el buen Pastor. Y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí; como me conoce el Padre y Yo conozco a mi Padre. Y doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; Yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre”.
El Hijo de Dios ha venido al mundo a introducirnos en la relación de conocimiento, vida, y amor que Él tiene con su Padre, a introducirnos en el misterio de Comunión de la Santísima Trinidad. Para eso dará su vida por sus ovejas y nos enviará, de junto al Padre, al Espíritu Santo. Por eso le ama el Padre. Esta es una de las claves del insondable misterio que es la Cruz.
“Esa es la orden que he recibido de mi Padre”. Estas palabras de Jesús contienen el misterio de su vida. Él hace siempre lo que le manda el Padre. Por eso se ha hecho hombre, por eso es nuestro buen Pastor, y por eso dará su vida por nosotros y la recobrará de nuevo también por nosotros, para resucitarnos el último día. Nadie se la quita; la da voluntariamente; tiene poder para darla y poder para recobrarla de nuevo. Jesús da su vida y la recobra de nuevo –no solo la da, también la recobra– por obediencia a su Padre, para hacernos hijos amados de su Padre Dios. El designio de Dios es que haya un solo rebaño y un solo Pastor. Por eso la Iglesia escucha la voz de Jesús; y le sigue.
El desenlace:
Se produjo otra vez una disensión entre los judíos por estas palabras. Muchos de ellos decían: “Tiene un demonio y está loco. ¿Por qué le escucháis?” Pero otros decían: “Esas palabras no son de un endemoniado. ¿Puede acaso un demonio abrir los ojos de los ciegos?”
Jesús es signo de contradicción. Escuchas sus palabras y necesariamente tienes que tomar partido: ¿quién es el «yo» que dice «Yo soy el buen Pastor»? Porque si es el yo de un hombre, lo que Jesús dice es un despropósito. Pero si es el Yo de Dios Hijo, entonces sus palabras son lo único que tiene valor en nuestra vida; son la única razón de nuestra esperanza; el único fundamento sólido sobre el que podemos edificar para la eternidad. El relato queda abierto; cada uno tiene que decidir.
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