Meditación sobre Mc 13,14-27
Cuando Jesús anuncia que la destrucción del Templo de Jerusalén está ya próxima, Pedro, Santiago, Juan y Andrés le preguntan acerca de cuándo ocurrirá eso, y de cuál será la señal de que todo está a punto de llegar a su fin. Las palabras que vamos a escuchar forman parte de la respuesta de Jesús.
“Cuando veáis la abominación de la desolación erigida donde no debe –quien lea, entienda–, entonces los que estén en Judea, que huyan a los montes; quien esté en el terrado, que no baje ni entre a tomar nada de su casa; y quien esté en el campo, que no vuelva atrás para tomar su manto. ¡Ay de las que estén encinta y de las que estén criando esos días! Rogad para que no ocurra en invierno; porque aquellos días habrá una tribulación como no la hubo igual desde el principio de la creación que hizo Dios hasta ahora, ni la habrá. Y de no acortar el Señor esos días, no se salvaría nadie; pero en atención a los elegidos que Él escogió, ha abreviado los días”.
Qué palabras tan terribles. Menos mal que Jesús las acaba con un acento de esperanza. Qué gran servicio prestan al mundo entero los elegidos que Dios escogió.
La abominación de la desolación es algo – quizá la profanación del Templo, o una gran prueba para la fe como la Crucifixión de Jesús, con Satanás manifestando su poder– que los discípulos verán; y esto disparará una tribulación como no la hubo igual desde el principio de la creación que hizo Dios hasta ahora; ni la habrá. Qué misterio tan insondable. A partir del momento en que los discípulos de Jesús vean la abominación de la desolación erigida donde no debe –¿lo verán solo ellos? ¿ son ellos los únicos que leen y entienden?– hay que huir lo más rápidamente posible, preocuparse por las madres que estén encinta o criando, y pedir a Dios que no ocurra en invierno.
Y dejarlo todo en manos de Dios; confiar en que, aunque el tiempo de angustia será terrible, el Señor no se olvidará de sus elegidos y abreviará esos días para que podamos salvarnos. Qué preciosas las palabras con las que Jesús termina esta revelación: “Y de no acortar el Señor esos días, no se salvaría nadie; pero en atención a los elegidos que Él escogió, ha abreviado los días”.
El amor de Dios por sus elegidos está por encima de todo. Los elegidos de Dios son el hilo conductor de estas palabras de Jesús. Ya nos ha dicho que la tribulación que seguirá a la abominación de la desolación será tan terrible que, de no acortar el Señor esos días, no se salvaría nadie pero que, en atención a sus elegidos, ha abreviado los días. Ahora nos dice:
“Entonces, si alguien os dijese: «Mira, aquí está el Cristo», o «mira, allí está», no os lo creáis. Surgirán falsos mesías y falsos profetas, y harán señales y prodigios para engañar, si fuera posible, a los elegidos. Vosotros estad alerta; todo os lo he predicho”.
Todo esos anuncios, señales y prodigios, forman parte de la gran tribulación, que pretende engañar a los elegidos de Dios. Pero Dios no lo consiente. Sus elegidos no se lo creerán; es la prueba de que son elegidos de Dios. Lo que sí tienen que hacer es estar alerta, atentos a todo lo que el Señor nos ha dicho; y solo a lo que Jesús nos ha predicho. La gran tribulación será un tiempo en el que la soledad en la fe será terrible. Ese será el sello de los elegidos de Dios.
Pero la última palabra la tendrá Jesucristo Resucitado. Llega ahora el anuncio de la Venida del Señor glorioso, el gran acontecimiento que llena de contenido la fe y de seguridad la esperanza de los cristianos que luchan por mantenerse fieles a Cristo en medio de las persecuciones:
“Pero en aquellos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo y las potestades de los cielos se conmoverán. Entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; y enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo”.
Ya no será necesaria la luz del sol, el resplandor de la luna, y el brillo de las estrellas; y las potestades de los cielos se conmoverán. Entonces verán. Todos. Todos veremos venir al Hijo del hombre. La clave de la vida es que ese día lo veamos con los ojos de sus elegidos.
En el difícil discurso que ha precedido al anuncio de su Venida, Jesús ha dejado claro que hemos de contar en la historia con el poder del mal –y de qué modo–; y nos ha animado a perseverar hasta el fin. Porque el fin llegará: las tribulaciones de la Iglesia tendrán término y Jesucristo Resucitado vendrá, con todo su poder y gloria, para reunir a sus elegidos.
Será un día terrible. El nuevo y definitivo comienzo hará irrupción en medio de una catástrofe de ámbito universal –descrita con el lenguaje de las Escrituras–. Será un día glorioso, que culminará en la visión del Hijo del hombre que viene entre nubes rodeado de ángeles. Ahora solo nos queda luchar –con la gracia de Dios– para que lleguemos a pertenecer a ese grupo de sus elegidos a los que se refiere el Señor. Lo único verdaderamente importante en nuestra vida es desear, de todo corazón, pertenecer al grupo de los elegidos de Dios; pedirle con insistencia al Señor la gracia necesaria para ser uno de sus elegidos, y que envíe sus ángeles a buscarnos cuando venga entre nubes con gran poder y gloria.
Me parece que hemos llegado a la cumbre de la revelación de Jesús. Quizá nos estamos acercando cada vez más a los días a los que el Señor se refiere, a este horizonte escatológico. De lo que Jesús nos ha dicho parece claro que la cultura, especialmente la cristiana, pero toda cultura humana, va perdiendo vigencia; que se acerca la hora en la que ya no va a poder proteger, ni inspirar, ni dar sentido a la vida del hombre y de la sociedad. Solo queda fundamentar la vida en Jesucristo: amor, alegría, dolor, paz, libertad, familia, vida, será todo independiente del mundo, arraigado en la elección y en lo definitivo que es Jesucristo.
Comentarios
Publicar un comentario