Meditación sobre Mc 13,1-13
El Templo de Jerusalén ha sido, durante siglos, el único lugar en el mundo donde se ha dado culto al verdadero Dios y, gracias a ese culto, todo lo bueno que ha habido en todos los santuarios de la tierra ha llegado ante el Trono Dios. El Templo de Jerusalén alcanzó la plenitud de su grandeza cuando, tantas veces, fue la cátedra desde la que Jesús nos entregó su enseñanza. Pero al Templo le quedan pocos años de vida.
Al salir del Templo, le dice uno de sus discípulos: “Maestro, mira qué piedras y qué construcciones”. Jesús le dijo: “¿Ves estas grandiosas construcciones? No quedará piedra sobre piedra que no sea derruida”. Estando luego sentado en el monte de los Olivos, frente al Templo, le preguntaron en privado Pedro, Santiago, Juan y Andrés: “Dinos cuándo sucederá eso, y cuál será la señal de que todas estas cosas están para cumplirse”.
De ese edificio magnífico, donde tanta gloria se ha dado a Dios, no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida. Si el Templo de Jerusalén va a ser completamente atrasado entonces, ¿hay algo permanente en este mundo? Sí. Las palabras del Señor. Eso es lo único permanente. El cielo y la tierra pasarán, pero sus palabras no pasarán. Solo las palabras de Jesús permanecerán; solo en esas palabras puedo fundamentar mi vida; todo, y solo, lo que arraigue en ellas se abrirá a la eternidad. Vamos a escuchar las palabras del Señor.
Jesús empezó a decirles: “Mirad que nadie os engañe. Vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: «Yo soy», y engañarán a muchos. Cuando oigáis hablar de guerras y de rumores de guerras, no os alarméis; porque eso es necesario que suceda, pero no es todavía el fin. Pues se levantará nación contra nación y reino contra reino; habrá terremotos en diversos lugares, habrá hambre. Esto será el comienzo de los dolores”.
Lo primero que Jesús nos dice es: “Mirad que nadie os engañe”. Luego nos dice que lo intentarán muchos; y lo harán recurriendo a todas las maniobras imaginables. Y nos dice, lo que es muy triste, que engañarán a muchos. Por eso el ejemplo de nuestra fidelidad a Jesucristo quizá pueda ayudar a mucha gente a no dejarse engañar.
Luego el Señor nos dice: “No os alarméis”. Da igual lo que suceda y los rumores que os lleguen. No hay que alarmarse porque, aunque las guerras sean muy dolorosas, es necesario que todo eso suceda, pero no es todavía el fin. Por eso, fuertes en la fe y tranquilos. La historia discurrirá según el designio de Dios; como Dios quiera. Nosotros tenemos que ponerlo todo en sus manos, estar alerta, no dejarnos engañar por nadie, y no alarmarnos por nada.
Jesús nos dice que se presentarán muchos usurpando su nombre y presentándose como el que viene a salvar; que habrá que se levantará nación contra nación y reino contra reino; que habrá terremotos en diversos lugares; que habrá hambre. No hay que alarmarse. Toda esa mentira, toda esa violencia, todo ese sufrimiento, es fruto del pecado; y manifiesta que han dado comienzo los dolores del alumbramiento de un cielo nuevo y una tierra nueva. A esta nueva creación se refiere la fuerte voz procedente del Trono de Dios que escucha el autor del libro del Apocalipsis:
“Ésta es la morada de Dios con los hombres: Habitará con ellos y ellos serán su pueblo, y Dios, habitando realmente en medio de ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos; y no habrá ya muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque todo lo anterior ya pasó”.
Por eso, refiriéndose a los dolores del alumbramiento, el Señor os dice que es necesario que eso suceda, pero que no es todavía el fin.
Jesús nos revela que los terremotos en diversos lugares y las hambrunas forman parte de los dolores de parto que que la Creación experimenta para dar a luz un mundo nuevo. San Pablo lo expresa de modo admirable en la Carta a los Romanos:
En efecto, la espera ansiosa de la creación anhela la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación se ve sujeta a la vanidad, no por su voluntad, sino por quien la sometió, con la esperanza de que también la misma creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime y sufre con dolores de parto hasta el momento presente.
En las palabras de Jesús acerca del comienzo de los dolores está contenida la verdad de su Pasión. Los dolores de la Pasión de Cristo dan su sentido y valor a todo otro dolor de la historia. La Pasión incorpora todo dolor, también el de la creación, al misterio del alumbramiento de los cielos nuevos y la tierra nueva, de esa morada de Dios con los hombres de la que nos habla el Apocalipsis.
Con este horizonte, Jesús revela a sus discípulos qué es lo que les espera. La clave de lo que vamos a escuchar ahora a Jesús es el “por mi causa”, y “para que deis testimonio ante ellos”.
“Vosotros estad alerta. Os entregarán a los tribunales, seréis azotados en las sinagogas y compareceréis ante gobernadores y reyes por mi causa, para que deis testimonio ante ellos. Pero es preciso que antes sea proclamado el Evangelio a todas las naciones”.
Ya nos ha dicho el Señor que no dejemos que nadie nos engañe y que no nos alarmemos por nada; ahora nos dice: “vosotros estad alerta”. Así Jesús va dibujando la verdadera fisonomía del cristiano, la verdadera antropología cristiana –toda otra antropología es de rosa–.
Jesús nos explica ahora el sentido que el sufrimiento de sus discípulos –y de los cristianos– tiene en el designio de Dios. Manifestación clara de que el cristiano padece persecución por causa de Jesucristo, y dimensión fundamental del testimonio de Cristo que tiene que dar en todas las naciones, es el misterio de la consolación; el misterio de ser consolados por Dios para poder consolar a otros. San Pablo, en el comienzo de la segunda Carta a los Corintios, lo expresa admirablemente:
¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios! Pues, así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación.
Qué bendición tan preciosa: el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, nos consuela para que podamos nosotros consolar con el consuelo que de Él recibimos. Esta dimensión de la consolación es fundamental en las tribulaciones y sufrimientos de los cristianos, como lo ha sido en la Pasión de Jesús.
Qué misterio tan admirable es el sufrimiento de los discípulos de Jesús. Y porque abundan en ellos los sufrimientos de Cristo y abunda su consolación, así contribuyen a que el Evangelio sea proclamado en todas las naciones como el Evangelio del consuelo. El Espíritu Santo nos enseñará a expresarlo.
Los gobernadores, reyes, tribunales, y todos los que se consideran con autoridad de juzgar a los cristianos por causa de Cristo –como los que juzgaron a Jesús en su Pasión– se encontrarán, el día del verdadero juicio, con el testimonio irrefutable que ante ellos han dado los discípulos de Cristo. Ese testimonio les juzgará.
El Señor continúa:
“Y cuando os lleven para entregaros, no os preocupéis de qué vais a hablar, sino hablad lo que se os comunique en aquel momento; porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu Santo. Y entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y seréis odiados de todos por causa de mi Nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará”.
Los dos mil años de historia de la Iglesia testimonian la verdad de estas palabras de Jesús. Son palabras terribles, pero también son muy consoladoras. Muy consoladoras porque, nos dice Jesús, contaremos siempre con la asistencia del Espíritu Santo que nos fortalecerá y hablará en nuestro lugar. Y muy consoladoras porque seremos odiados por causa de Jesucristo y, nuestra fidelidad al Señor puede perseverar hasta el final. Ninguna otra fidelidad puede abrirse a la eternidad; por eso la fidelidad a Jesús es portadora de salvación, y el que persevere hasta el fin se salvará.
El sello que la Pasión de Cristo pone en el cristianismo es la comunión. Los padecimientos de Cristo son vínculo de identificación con Él. No hay otro. La Pasión de Cristo es creadora de comunión en sus padecimientos y en los consuelos de Dios; de comunión en la redención y en en la salvación; de comunión en la paciencia y en la esperanza. En la Iglesia de Jesucristo nadie sufre solo; ningún dolor nos es ajeno; ninguna lágrima se derrama en vano. El cristiano vive sus propios sufrimientos para consuelo y salvación de todos. Como Jesucristo.
Comentarios
Publicar un comentario