Meditación sobre Jer 17,5-10
Los profetas. Siempre los profetas. Los profetas han profundizado en el misterio del corazón de Dios y de sus relaciones con Israel de un modo único. Los profetas han hecho grande a Israel.En esta preciosa página del profeta Jeremías el Señor, Dios de Israel, trata, una vez más, el tema de los dos caminos. Escuchemos:
Así dice el Señor:
“Maldito el hombre que confía en el hombre,
y pone en la carne su apoyo,
alejando su corazón del Señor.
Será como el tamarisco en la estepa;
no verá venir el bien,
vivirá en los sitios áridos del desierto,
en tierra salada, donde nadie puede vivir”.
¿Por qué el Señor nos dirige su palabra? ¿Qué es lo que mueve el hablar de Dios? Es la misma razón por la que nos enviará a su Hijo: por el amor que nos tiene y porque quiere darnos la vida eterna. Así nos lo explica Jesús en el Evangelio de San Juan:
Se celebró por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno. Jesús paseaba por el Templo, en el pórtico de Salomón. Le rodearon los judíos, y le decían: “¿Hasta cuándo vas tenernos en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente”. Jesús les respondió: “Ya os lo he dicho, pero no me creéis. Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz; Yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno”.
Por el amor que nos tiene, el Padre ha hecho de nosotros un don para su Hijo; para que su Hijo no dé vida eterna; para introducirnos es ese: “Yo y el Padre somos uno”. En el obrar de la Santísima Trinidad todo es un misterio de comunión familiar de vida.
El Señor nos da tres razones por la que no tiene otro remedio –muy contra su voluntad– de revelar que un hombre es un maldito, que no camina hacia la vida eterna: confiar en el hombre; hacer de la carne su apoyo; y apartarse del Señor en su corazón. La consecuencia es que no verá venir al bien, y sus años en este mundo los pasará en los sitios áridos del desierto, es decir, en sitios grabados con el sello de la maldición de Dios.
El contraste:
“Bendito el hombre que confía en el Señor
y el Señor es su confianza.
Es como árbol plantado a las orillas del agua,
que hacia la corriente extiende sus raíces;
no teme que llegue el calor,
sus hojas permanecerán lozanas,
no se inquietará en año de sequía,
ni dejará de dar fruto.
Las palabras de Dios nos llegan desde su corazón, y nos revelan el camino que nos conduce a su corazón; y nos revelan el modo de recorrer ese camino para encontrarnos con Él para siempre. La palabra de Dios brota de su corazón y nos lleva a su corazón. La palabra de Dios es la clave de nuestra vida cristiana.
Las palabras del Señor se mueven en el horizonte escatológico. No pertenecen al ámbito de la antropología ni al de la filosofía moral. Pertenecen al ámbito de la salvación y de la vida eterna. Por eso sólo Jesucristo nos puede revelar el sentido.
La clave para llegar a ser bienaventurado, nos dice el mismo Dios, es confiar en Él, que Él sea nuestra confianza. Punto. Y el hombre que confía en el Señor, es como árbol plantado a la orilla del agua. Siempre lozano, siempre fecundo, incluso en tiempo de sequía. La confianza en el Señor es garantía de vida sin temor, de vida sin inquietud, de vida fecunda.
Ahora el Señor nos revela que solo Él conoce el misterio del corazón del hombre. Por eso solo Dios puede retribuir a cada uno según sus caminos, según el fruto de su obras:
“Engañoso es el corazón
más que todas las cosas, y perverso;
¿Quién lo conocerá?
Yo, el Señor, que penetro los corazones
y pruebo los riñones,
para retribuir a cada uno según sus caminos,
según el fruto de sus obras”.
El corazón y los riñones indican la realidad más profunda de la persona: inteligencia, voluntad, sentimientos, afectos. Es de ese ámbito íntimo, que solo Dios conoce, de donde salen todas las maldades que corrompen al hombre. Así lo reveló Jesús en una polémica con escribas y fariseos. Dijo el Señor:
“Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre”.
Toda la maldad que cunde en la tierra desde el pecado del origen, y la envuelve completamente, sale de dentro, del corazón de los hombres. Porque solo el Señor penetra los corazones, solo Él puede retribuir a cada uno según sus caminos, según el fruto de su obras. En la relación del corazón de Dios con el nuestro nos lo jugamos todo.
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