Meditación sobre Dt 30,15-20
A lo largo de la historia, Dios ha ido gobernando su designio de Salvación. Un episodio importante de la historia de la Salvación ha sido la Alianza que establece con los Israelitas en Moab. De esa Alianza nos habla el libro del Deuteronomio en el tercer y último discurso de Moisés, que se abre diciendo: y
Estas son las palabras de la alianza que Yahveh mandó a Moisés concluir con los israelitas en el país de Moab, aparte de la alianza que había concluido con ellos en el Horeb.
A esta Alianza en Moab pertenecen estas admirables palabras:
El Señor, tu Dios, circuncidará tu corazón y el de tus descendientes, para que ames al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas.
La circuncisión del corazón –la única importante, la de la carne es solo un signo– es obra de Dios. Con esa circuncisión el Dios de Israel derramará su amor en el corazón de su pueblo, y le hará capaz de amarle con todo el corazón y con toda el alma. El fruto será la vida eterna. Qué cosa tan admirable es esta circuncisión del corazón. Ahora Israel podrá convertirse al Señor, escuchar sus mandamientos y guardarlos. Y Dios volverá a complacerse en su pueblo, como se complacía con sus padres.
Muy cerca ya del final de este tercer discurso, Dios le dice a su pueblo:
Porque estos mandamientos que yo te prescribo hoy no son superiores a tus fuerzas, ni están fuera de tu alcance. No están en el cielo, para que hayas de decir: «¿Quién subirá por nosotros al cielo a buscarlos para que los oigamos y los pongamos en práctica?» Ni están al otro lado del mar, para que hayas de decir: «¿Quién irá por nosotros al otro lado del mar a buscarlos para que los oigamos y los pongamos en práctica?» Sino que la palabra está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón para que la pongas en práctica.
El sentido inmediato del texto es la situación privilegiada de Israel, el único pueblo al que Dios dirige su palabra. El autor sagrado lo expresa de manera admirable, a través de dos hermosas metáforas, compuestas con un cierto ritmo poético.
Porque Dios ha dirigido su palabra a Israel, porque ha puesto su palabra en la boca y en el corazón de su pueblo, Israel no tiene que enviar a buscar los mandamientos de Dios ni al cielo ni al otro lado del mar; los mandamientos que el Señor le prescribe con su Alianza, ni son superiores a sus fuerzas, ni están fuera de tu alcance. La palabra de Dios está bien cerca de Israel, está en su boca y en su corazón; la puede poner en práctica cada día.
Todo esto es como un antecedente para que escuchemos la llamada solemne y patética que Dios, por medio de Moisés, dirige a Israel:
Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia. Si escuchas los mandamientos de Yahveh tu Dios que yo te prescribo hoy, si amas a Yahveh tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, preceptos y normas, vivirás y te multiplicarás; Yahveh tu Dios te bendecirá en la tierra a la que vas a entrar para tomarla en posesión.
Israel es completamente libre para elegir entre la vida y la muerte, entre la felicidad y la desgracia. De la escucha de la palabra de Dios, del amor a Dios, de seguir sus caminos, y de la fidelidad a sus mandamientos dependerán las bendiciones del Señor en la tierra en la que Israel va a entrar para tomarla en posesión. Fruto de la bendición del Señor, su Dios, Israel vivirá y se multiplicará.
Pero Israel puede elegir otro camino:
Pero si tu corazón se desvía y no escuchas, si te dejas arrastrar a postrarte ante otros dioses y a darles culto, yo os declaro hoy que pereceréis sin remedio y que no viviréis muchos días en el suelo que vais a tomar en posesión al pasar el Jordán.
Pereceréis sin remedio. Ese es el fruto amargo de desviar el corazón de Dios, de no escuchar y guardar sus palabras, de dar culto a otros dioses. Desde luego el lenguaje de Moisés no puede ser más claro. Ahora todo depende de cada uno. En las relaciones con Dios todo es cuestión de la libertad.
La exhortación conclusiva resulta particularmente conmovedora. Es un juicio ante la creación entera. Lo que está en juego es la vida o la muerte, la bendición o la maldición. Lo que el Señor Dios, por medio de Moisés, le dice a su pueblo es: «Escoge la vida». Es realmente emocionante pensar que es lo que Dios nos dice a cada uno de nosotros, porque lo que de verdad desea es que vivamos unidos a Él para siempre.
Pongo hoy por testigos contra vosotros al cielo y a la tierra: te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia, amando a Yahveh tu Dios, escuchando su voz, viviendo unido a Él; pues en eso está tu vida, así como la prolongación de tus días mientras habites en la tierra que Yahveh juró dar a tus padres Abraham, Isaac y Jacob.
«Escoge la vida». Esta palabra de Dios que recorre toda la historia de la Salvación, es la palabra de Jesús que, desde la Cruz, resuena en lo más íntimo de nuestro corazón.
Y, luego, Moisés nos explica lo que es la vida: que vivas, tú y tu descendencia, amando a Yahveh tu Dios, escuchando su voz, viviendo unido a Él; pues en eso está tu vida. Qué palabras tan preciosas. Fuera de esas palabras todo está marcado con el sello de la muerte.
El discurso se cierra dejando claro que Dios es fiel a su Promesa; que está gobernando la historia de Israel para cumplir lo que había jurado a sus padres Abraham, Isaac y Jacob.
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