Meditación sobre Sal 130
Este Salmo –el De profundis en la versión latina–, un canto de los que suben en peregrinación al Templo, es el sexto de los Salmos Penitenciales para la Iglesia Católica. Es una oración preciosa. El salmista se dirige a Dios con una admirable confianza filial.
Canción de las subidas.
Desde lo más profundo grito a ti, Señor
¡Señor, escucha mi clamor!
¡Estén atentos tus oídos a la voz de mis súplicas!
Si llevas cuenta de las culpas, Señor,
Señor, ¿quién te puede resistir?
Mas el perdón se halla junto a ti,
para que seas temido.
Desde lo más profundo: puede hacer referencia al abismo de la muerte; pero me parece que el salmista grita a Dios, y le pide que escuche su clamor, desde la profundidad de su conciencia humana abrumada por el peso de sus pecados. Es la súplica que brota desde lo más profundo de un corazón contrito y humillado.
El salmista tiene la seguridad de que los oídos de su Dios estarán atentos a la voz de su súplica porque, si no es así, ¿qué esperanza tenemos?; a todos nos espera la condenación eterna. Si el Señor toma en cuenta nuestras culpas, ¿quién resistirá en el Juicio ante la santidad de Dios? Nuestra única esperanza de vida eterna es el perdón de Dios, del Dios que es grande en perdonar.
Con la conciencia de nuestra condición de pecadores y la seguridad de que Dios es rico en misericordia, el único temor que podemos tener es que nuestra súplica no sea sincera, que nuestro clamor no brote de un corazón arrepentido, que nuestro grito no llegue al Corazón de Dios desde lo más profundo del dolor de corazón por las muchas veces que le hemos ofendido.
La primera parte del Salmo es conmovedora; la segunda, en la que predomina la esperanza es preciosa:
Yo espero en el Señor;
mi alma espera en su Palabra.
Mi alma espera en el Señor
más que los centinelas la aurora.
Mas que los centinelas la aurora
aguarde Israel al Señor,
porque con el Señor está la misericordia;
junto a Él abundancia de Redención.
Él redimirá a Israel de todas sus culpas.
El autor de este Salmo es un tipo grande. El comienzo de esta segunda parte no puede ser más poderoso. Qué claridad de ideas: esperar en el Señor y en su misericordia; esperar en su Palabra. Ya está todo en orden; eso es lo único que puede fundamentar la esperanza de la Redención y de la vida eterna. Qué serenidad y solidez debe tener la vida de una persona cimentada en esta esperanza. Por supuesto que todo es gracia, pero la gracia de Dios pide nuestra colaboración.
Después del poderoso comienzo, la no menos poderosa invitación: aguarde Israel al Señor. Claro; vivir en espera; en vigilia de oración, porque con el Señor viene la misericordia y la Redención de todos los pecados.
Me parece que se podría decir que la venida de nuestro Señor Jesucristo a salvar a su pueblo de sus pecados es la respuesta de Dios a las peticiones de este Salmo que, a lo largo de los siglos, fue rezado por tantos judíos fieles. Jesús ha venido, enviado por Dios, a traernos el Amor con el que el Padre le ama a Él, a pagar con su Sangre el precio de nuestra Redención, a reconciliarnos con su Padre Dios como hijos y a resucitarnos el último día. En Jesús de Nazaret, el Hijo de María, el Dios de Israel que es rico en misericordia, se acuerda de todas las veces –millones– que los hombres y las mujeres le hemos dirigido, con total confianza, la preciosa oración que es este Salmo.
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