Meditación sobre Lc 4,1–13
San Lucas presta particular atención a la presencia y la acción del Espíritu Santo en la vida de Jesús. En el bautismo en el Jordán, Dios lo ha ungido con el Espíritu Santo. Enseguida el Espíritu Santo lo lleva al desierto para preparar en la oración la misión que el Padre le ha encargado:
Jesús, lleno de Espíritu Santo, se volvió del Jordán, y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por el diablo. No comió nada en aquellos días y, al cabo de ellos, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: “Si eres hijo de Dios di a esta piedra que se convierta en pan”. Jesús le respondió: “Está escrito: No sólo de pan vive el hombre”.
“Si eres hijo de Dios”. En las Escrituras de Israel la expresión «hijo de» es muy rica de sentido; la expresión «hijo de Dios» hace referencia al israelita justo y temeroso de Dios. Cristo Jesús es mucho más que eso. Él es el Hijo Unigénito de Dios. Por eso la respuesta. Algún tiempo después, en el marco del encuentro con la mujer samaritana, Jesús dirá a sus discípulos:
“Yo tengo para comer un alimento que vosotros no sabéis”. Los discípulos se decían unos a otros: “¿Le habrá traído alguien de comer?” Les dice Jesús: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra”.
Qué revelación tan poderosa. Hacer la voluntad del Padre que le ha enviado y llevar a cabo su obra es el alimento de Jesús. Qué desorientado está el diablo: precisamente porque es el Hijo de Dios, Jesús no va a prestarle ninguna intención.
El diablo sigue llevando el protagonismo:
Llevándolo a un lugar elevado le mostró en un instante todos los reinos de la tierra; y le dijo el diablo: “Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque a mí me ha sido entregada, y se la doy a quien quiero. Si, pues, me adoras, todo será tuyo”. Jesús le respondió: “Está escrito: Adorarás al Señor tu Dios y sólo a Él darás culto”.
El hombre, que recibió la creación de las manos de Dios, hizo de Satanás el príncipe de este mundo. Eso es el pecado. Ahora Satanás pretende servirse de ese poder para que Jesús lo adore. El Señor responde con la palabra de la Escritura que vence toda tentación sin ni siquiera combate: “Adorarás al Señor tu Dios y sólo a Él darás culto”.
Los capítulos 12 y 13 del libro del Apocalipsis son un admirable desarrollo de este encuentro; dejan claro que lo que busca el gran Dragón rojo es que la tierra entera se postre, maravillada, ante él.
Qué desorientado debía estar el diablo para ofrecer al Hijo, que ha venido a traer el Reino de Dios, los reinos en los que ha grabado su sello de homicida desde el principio y padre de la mentira.
El diablo pretende que Jesucristo le adore. Qué lejos está de imaginar que será él el que doble su rodilla ante Jesús cuando, una vez que haya implantado el Reino de Dios en el mundo, su Padre lo exalte y le otorgue el Nombre que está sobre todo nombre,
para que al Nombre de Jesús
toda rodilla se doble en los cielos,
en la tierra y en los abismos,
y toda lengua confiese:
¡Jesucristo es el Señor!,
para gloria de Dios Padre.
Por último el diablo va a intentar lo que me parece la tentación definitiva; también esta tentación pone también de relieve el profundo desconocimiento que el diablo tiene de Jesús. Otra vez va a llevar el diablo a Jesús de un sitio a otro. Qué asombroso que Jesús se deje manejar por este repugnante ser. Qué importancia debe tener para Él dejarnos este testimonio:
Le llevó a Jerusalén y le puso sobre el alero del Templo, y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo; porque está escrito: «A sus ángeles te encomendará para que te guarden». Y: «En sus manos te llevarán para que no tropiece tu pie en piedra alguna»”. Jesús le respondió: “Está dicho: «No tentarás al Señor tu Dios»”.
Sacando los textos de contexto, el diablo hace un uso mentiroso y servil de la Escritura –ojo, hay que estar prevenidos–. Tampoco ahora la tentación conmueve lo más mínimo a Jesús. El Hijo de Dios no va a utilizar el Templo –la Casa de su Padre– como un teatrillo para lucimiento personal. Y no va a intentar manipular a Dios. Esta tentación adquirirá toda su fuerza en el Calvario:
Los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: “Tú que destruyes el Santuario y en tres días lo levantas, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!” Igualmente los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo: “A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: que baje ahora de la cruz, y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que dijo: «Soy Hijo de Dios»”.
Jesús no tentará al Señor su Dios. Precisamente porque es el Hijo de Dios, Jesús ama la voluntad de su Padre, que es lo que le ha llevado a la Cruz. Y obedeciendo a su Padre por amor se está salvando a sí mismo y nos está salvando a nosotros. Y porque no baja de la Cruz manifiesta su confianza en Dios, da testimonio del amor que el Padre le tiene –que es la razón última de la Crucifixión–, y nos hace capaces de creer que es nuestro Redentor. Pretender llegar a tener poder sobre Dios es la más profunda tentación del hombre, la que hace eco al: “seréis como dioses”.
El relato de las tentaciones termina:
Acabada toda tentación, el diablo se retiró de Él hasta un tiempo oportuno.
El diablo no conoce a Jesús; piensa que es un hombre como los demás y, si ha fallado con la seducción, triunfará con la violencia. Por eso el tiempo oportuno al que se refiere el evangelista será la Pasión. La Pasión, la hora del poder de las tinieblas, será la hora de la tentación extrema. Jesús entrará en esa hora diciéndonos:
“Ahora es el juicio de este mundo; ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera. Y Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”.
Excursus: Las tentaciones
En este relato de las tentaciones de Jesús no hay ningún combate. Satanás hace su propuesta y Jesús se la quita de encima con una breve cita de las Escrituras de Israel.
El diablo no conoce a Jesús. No puede conocerlo porque Jesús es Santo, y Satanás solo conoce el mundo del pecado, el mundo del odio a Dios y al hombre. Todas las propuestas que hace el diablo se mueven en el horizonte del pecado. Solo pueden tener atractivo para un corazón pecador. Eso es así desde el pecado del origen: cuando la serpiente le propone a Eva que desoiga la palabra de Dios, ya Eva había anidado en su corazón la desconfianza de Dios.
Por eso al diablo solo hay que temerlo si no nos decidimos a tomarnos la santidad en serio. Nosotros tenemos que luchar por ser santos. Así, cuando llegue la tentación, nos encontrará tan metidos en Dios que no nos dirá nada y, contando con la gracia de Dios, podremos rechazarla .
Excursus: La interpretación de las Escrituras
Jesús rechaza al tentador con las Escrituras de Israel: «Está escrito». Lo que significa que Jesús reconoce esa Escritura como Palabra de Dios. Cristo sabe desde el primer momento lo que está en juego: en el desierto con Él –como en el Paraíso con la mujer– lo que el tentador pretende es que el hombre desprecie la Palabra que Dios, la Palabra que es portadora del amor que Dios le tiene y de la misión que le encarga; la Palabra que se abre a la vida eterna. Todo lo demás pasará.
Con el recurso a las Escrituras Santas Jesús nos deja su biografía: Él vive desde la voluntad de su Padre, y encuentra en las Escrituras de Israel las líneas maestras de lo que Dios le ha encomendado realizar en la tierra. Por eso desde niño cumple todas las cosas según la Ley del Señor: circuncisión, el nombre, la presentación en el Templo, etc. Así nos enseña que toda tentación se vence con la obediencia a la Palabra de Dios; y sólo con la obediencia a esa Palabra.
Aunque el diablo recurre a las Escrituras no le sirve de nada. Jesús es el Verbo de Dios Encarnado. Sólo Él conoce el sentido verdadero de las Escrituras de Israel. Por eso, cuando llegue el momento de explicar la Ley, introducirá cada enseñanza diciendo: “Habéis oído que se dijo a los antepasados. Pues Yo os digo”.
Jesús conoce también lo que está en las Escrituras que no es de Dios (cf. por ejemplo, Mc 10,1s). No es decisivo que algo esté en el Antiguo Testamento. Lo decisivo es que Jesús nos diga que eso es Palabra de Dios y nos revele el sentido. Lo decisivo es que esa página de la Escritura alcance su cumplimiento en Cristo. El Señor –su Persona, su vida, sus obras, sus palabras– es el criterio de juicio de las Escrituras de Israel. Él es el único intérprete.
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