Meditación sobre Lc 21,25-38
El Señor trata, en el llamada discurso escatológico, tres cuestiones relacionadas entre sí: la destrucción de Jerusalén –que tuvo lugar unos cuarenta años después del discurso–, los signos del fin del mundo, y su venida en gloria y majestad, que es la revelación verdaderamente poderosa que nos ha dejado el Señor en este discurso. En su Venida nos vamos a centrar:
“Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación”.
La angustia, el terror y la ansiedad hasta la muerte, forman el marco en el que los hombres veremos venir a Jesucristo Resucitado en todo su poder y gloria. Y los elegidos de Dios cobrarán ánimo y levantarán la cabeza, seguros de que el Hijo del hombre les trae la liberación; la liberación de todo tipo de esclavitud, empezando por la del pecado y continuando con todas las demás. Será un día glorioso; será el día verdaderamente importante en nuestra vida. Tenemos que vivir preparando ese encuentro con el Señor, con la seguridad de que se acerca nuestra salvación.
Será un día glorioso y será un día terrible. El nuevo y definitivo comienzo hará irrupción en medio de una catástrofe de ámbito universal –descrita con el lenguaje de las Escrituras–. Será un día glorioso, que culminará en la visión del Hijo del hombre que viene en una nube con gran poder y gloria. Ahora solo nos queda luchar –con la gracia de Dios– para que lleguemos a pertenecer a ese grupo de elegidos que podremos cobrar ánimo y levantar la cabeza porque se acerca vuestra liberación. Qué imagen tan preciosa; que cuando nos encontremos con Jesús Resucitado podamos levantar la cabeza es lo único verdaderamente importante en nuestra vida.
Me parece que hemos llegado a la cumbre de la revelación de Jesús. Todavía nos va a dejar dos palabras a modo de epílogo, pero lo esencial de su mensaje ya nos lo ha dicho. Quizá nos estamos acercando cada vez más a este horizonte escatológico. De lo que Jesús nos ha dicho parece claro que la cultura, especialmente la cristiana, pero toda cultura humana, va perdiendo vigencia; que se acerca la hora en la que ya no va a poder proteger, ni inspirar, ni dar sentido a la vida del hombre y de la sociedad. Solo nos quedará fundamentar la vida en Jesucristo. Amor, alegría, paz, libertad, familia, trabajo, etc., todo lo podremos arraigar en lo definitivo que es el Señor glorioso.
Jesús insiste en invitarnos a vivir preparados:
Les añadió una parábola: “Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya echan brotes, al verlos, sabéis que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”.
En el mundo de la naturaleza, tal como nos lo dice Jesús, los brotes nos informan que el verano está ya cerca. La misma misión tiene esas señales de las que nos habla el Señor. Nos avisan que el Reino de Dios está al llegar. Hay que vivir prevenidos. Hay que saber leer los signos de los tiempos, porque lo que es seguro es que veremos la llegada del Reino de Dios. Al asegurarnos que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda, me parece que Jesús se refiere a su Resurrección, porque su Resurrección contiene ya toda la obra de la Redención. Lo que es seguro es que las palabras de Jesús no pasarán. Todo lo demás, el cielo y la tierra, pasará; por eso el cielo y la tierra no pueden fundamentar nuestra vida. Solo lo que arraiguemos en las palabras de Jesús permanecerá para siempre. Nada se perderá.
Qué interesante que tengamos que aprender de la creación a estar atentos a los signos de los tiempos. Es como si la higuera, y todos los árboles, año tras año, nos estuviese anunciando la Parusía. La razón última es que Jesús es el Verbo de Dios, y que todo ha sido hecho por Él. Por ser el Verbo de Dios, las palabras de Jesús tienen validez eterna. Son lo único permanente.
La esperanza que Jesús tiene puesta en nosotros:
“Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra.
Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre”.
Lo único seguro es que el Día en el que veremos venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria llegará. Para todos. ¿Cuándo? No sabemos. Pero llegará, y tenemos que estar preparados para ese día que podamos estar en pie delante del Hijo del hombre. Para eso, lo primero es guardarse de todo lo que embota el corazón: el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de la vida. Todo lo que nos impide orar en todo tiempo.
Las últimas palabras de Jesús son preciosas. Nos invita a estar en vela y nos revela que podemos convertirlo todo en oración: el trabajo y el descanso, la vida de familia y todo. Podemos estar orando en todo tiempo; así tendremos fuerza para lo que venga. Para el que vive en vela todo le habla de la venida del Hijo del hombre. Estas palabras de Jesús invitándonos a vivir preparando su Venida dan a nuestra vida, a la más ordinaria de las jornadas de nuestra vida, un relieve y un alcance inimaginable. La esperanza de Jesús es que podamos estar en pie cuando venga a encontrarse con nosotros.
San Lucas cierra el relato de la vida pública de Jesús diciendo:
Durante el día enseñaba en el Templo, y salía a pasar la noche en el monte llamado de los Olivos. Y todo el pueblo acudía a Él muy de mañana al Templo para oírle.
Lucas pone fin con estos versículos al ministerio público de Jesús. Jesús aparece revestido de un espíritu de oración que le mantiene unido con su Padre, y de un espíritu de compasión que atrae a todos.
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