Meditación sobre Mt 24,1-14
Jesús nos va a revelar el misterio de su Venida al final de los tiempos.
Salió Jesús del Templo y, cuando se iba, se le acercaron sus discípulos para mostrarle las construcciones del Templo. Pero Él les respondió: “¿Veis todo esto? Yo os aseguro que no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derruida”.
Jesús ha salido del Templo. Ya no volverá. El Templo de Jerusalén ha cumplido su misión. Pocos años después será destruido. Jesús lo afirma con lenguaje solemne. Es la primera afirmación de Jesús en este discurso escatológico. La ruina del Templo es ya un acontecimiento de la Venida del Salvador.
Los discípulos entienden que Jesús ha abierto un tema mucho más amplio que la destrucción del Templo. Por eso la pregunta que le van a hacer:
Estando luego sentado en el monte de los Olivos, se acercaron a Él en privado sus discípulos, y le dijeron: “Dinos cuándo sucederá eso, y cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo”.
Los discípulos de Jesús le hacen la pregunta decisiva: “cuál será la señal de tu venida”. Lo decisivo es la Parusía, la Venida de Cristo con todo su poder y gloria para juzgar al mundo. Esa Venida marca el fin de este mundo y trae el mundo al que el vidente del Apocalipsis se refiere con estas palabras admirables:
Luego vi «un cielo nuevo y una tierra nueva» –porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya-.
Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo.
Y oí una fuerte voz que decía desde el Trono:
“Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá «su morada entre ellos,
y ellos serán su pueblo y Él,
Dios –con– ellos», será su Dios.
Y «enjugará toda lágrima de sus ojos»,
y no habrá ya muerte ni habrá llanto,
ni gritos ni fatigas,
porque el mundo viejo ha pasado”.
Jesús nos va a enseñar a preparar el encuentro con Él. Primero nos previene para que no nos dejemos engañar por nadie:
Jesús les respondió: “Mirad que no os engañe nadie. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: «Yo soy el Cristo», y engañarán a muchos. Oiréis también hablar de guerras y rumores de guerras. ¡Cuidado, no os alarmeis! Porque eso es necesario que suceda, pero no es todavía el fin. Pues se levantará nación contra nación y reino contra reino, y habrá en diversos lugares hambre y terremotos. Todo esto será el comienzo de los dolores de alumbramiento”.
La revelación que Jesús nos ha dejado del diablo –que encontramos en el Evangelio de San Juan– es:
“Era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira”.
Ya sabemos quién está detrás de todos esos falsos «cristos» que vendrán a lo largo de la historia –en todas las épocas– usurpando el nombre del Señor y pretendiendo –y no pocas veces lográndolo– engañar a muchos.
No hay que alarmarse ni dejarse engañar. Todo esto, por muy terrible que sea, no es mas que el comienzo de los dolores de alumbramiento de un cielo nuevo y una tierra nueva donde el mal –simbolizado en la página del Apocalipsis por el mar– no existirá.
Dos consideraciones: la primera es que los dos mil años de historia transcurridos desde que Jesús nos ha dejado esta palabras ayudan a comprender la seriedad de lo que nos dice; la segunda consideración es que si la cantidad de sangre y lágrimas derramadas desde el pecado del origen no es mas que el comienzo de los dolores de alumbramiento, ¿cómo será el cielo nuevo y la tierra nueva?
Ahora Jesús nos va a revelar a los cristianos la suerte que nos espera. La clave es que todo sucederá por causa de su Nombre, y que el que persevere hasta el fin se salvará:
“Entonces os entregarán a la tortura y os matarán, y seréis odiados de todas las naciones por causa de mi Nombre. Muchos se escandalizarán entonces y se traicionarán y odiarán mutuamente. Surgirán muchos falsos profetas, que engañarán a muchos. Y al crecer cada vez más la iniquidad, la caridad de la mayoría se enfriará. Pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará”.
El mundo del pecado se resiste a morir, y tratará de hacer el mayor mal posible. ¿Cómo es posible que los cristianos sean entregados a la tortura, matados y odiados de todas las naciones y en todos los tiempos? El Apocalipsis, en los capítulos 12 y 13, lo explica admirablemente, con ese lenguaje suyo tan sugerente. El que está detrás de todo es el gran Dragón rojo, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero. La causa es el odio que tiene a Jesucristo: el gran Dragón persigue a Jesucristo en los cristianos; eso expresa el por causa de mi Nombre que Jesús nos dice. Esto significa que el ser perseguidos manifiesta que vivimos movidos por la fe y el amor a Jesucristo.
Pero el miedo que genera esa diabólica persecución que el mundo va a descargar sobre los cristianos es terrible. Y ese miedo será la causa de que muchos abandonen la fe –se escandalizarán– y de las tradiciones y del odio entre ellos; será también la causa de que muchos abandonen la doctrina verdadera y engañen a otros. Fruto del miedo crecerá cada vez más la iniquidad, y la caridad de la mayoría se enfriará. El panorama que Jesús nos presenta es desolador. Pero el Señor deja claro que, en ese mundo terrible, se puede perseverar en la fe; y el que persevere hasta el fin se salvará. Cuánta gracia de Dios y cuánta fortaleza se necesita para ser cristiano en medio de este mundo.
Las palabras de Jesús, que expresan el designio de Salvación de Dios en un mundo marcado por el pecado, no son fáciles de entender. Solo contemplando la Pasión y Cruz de nuestro Señor, y con la asistencia del Espíritu Santo, se pueden acoger. Acoger, pero no entender. Lo que hay que tener claro es que no nos vamos a salvar por lo que entendamos, sino por nuestra fortaleza, por la gracia de la perseverancia hasta el fin en la fidelidad a Jesucristo.
El Señor concluye la introducción de su discurso:
“Se proclamará esta Buena Nueva del Reino en el mundo entero, para dar testimonio a todas las naciones. Y entonces vendrá el fin”.
Esta Buena Nueva del Reino que se proclamará en el mundo entero es la totalidad del Evangelio. No vendrá el fin hasta que Dios haya dado a todo hombre la posibilidad de acoger el Evangelio. ¿Cómo será eso? Solo Dios lo sabe.
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