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El traje de boda

 Meditación sobre Mt 22,1–14

El Profeta Isaías, en el capítulo 25 de su libro, nos ha dejado un magnífico canto de triunfo. Comienza con la alabanza a Dios:

Yahveh, tú eres mi Dios, yo te ensalzo, alabo tu Nombre, porque has hecho maravillas y planes muy de antemano que no fallan.

Qué alabanza tan preciosa. Qué habría escrito el gran Profeta Isaías si hubiera conocido el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Aunque me parece que, por lo que le vamos a escuchar ahora, Isaías intuía profundamente este Misterio. El Profeta nos va a revelar las maravillas que Dios va a obrar:

Preparará Yahveh Sebaot para todos los pueblos en este monte

un convite de manjares frescos,

convite de buenos vinos;

manjares de tuétanos, vinos depurados.

Y suprimirá en este monte

el velo que cubre a todos los pueblos

y el cobertor que cubre a todas las naciones.

Destruirá para siempre la muerte  

y enjugará el Señor Yahveh las lágrimas de todos los rostros,

y quitará el oprobio de su pueblo de sobre toda la tierra,

porque Yahveh ha hablado.

Se dirá aquel día: «Aquí está nuestro Dios.

En Él esperábamos para que nos salvara;

es el Señor, en quien esperábamos.

¡Exultemos y alegrémonos por su salvación!»

Qué admirable canto. Desde luego Isaías, además de un gran conocedor del obrar salvador de Dios, es un escritor de primera categoría. Dios, no solo destruirá la muerte y quitará el oprobio y la tristeza –la imagen del velo–, y no solo nos tiene preparado un futuro de felicidad plena –la imagen del banquete–, sino que será el mismo Dios el que enjugará las lágrimas de todos los rostros, también del nuestro. No puede haber nada más emocionante.

   En estas palabras de Isaías me parece que está la prueba definitiva de la existencia de Dios. Dios tiene que existir para que la maldad no tenga la última palabra en la historia; tiene que existir para enjugar las lágrimas de los rostros de tantos niños cruelmente asesinados por motivos de poder y de dinero. Al que no le convenza esta razón no le convencerá ninguna otra y será, con palabras de Jesús, un obrador de iniquidad.

Este canto de Isaías es el marco para escuchar a Jesucristo:

Tomando Jesús de nuevo la palabra les habló en parábolas, diciendo:

   “El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. Envió sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir. Envió todavía otros siervos, con este encargo: Decid a los invitados: «Mirad, mi banquete está preparado, se han matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a punto; venid a la boda». Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron. Se airó el rey y, enviando sus tropas, dio muerte a aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad.

Los invitados no han respondido. Manifiestan su desprecio al rey, al hijo del rey y al banquete de bodas. El rey les trata con extraña paciencia; quizá esta paciencia lleva el menosprecio al asesinato. El rey no dejará impune ese proceder.

Estos invitados no eran dignos. Estaban demasiado apegados a las cosas de este mundo. El rey volverá a enviará a sus siervos, que esta vez irán a los cruces de los caminos para buscar nuevos invitados al banquete de bodas de su hijo; hasta que se llene la sala de bodas:

Entonces dice a sus siervos: «La boda está preparada, pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, invitadlos a la boda». Los siervos salieron a los caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales.

   Entró el rey a ver a los comensales, y al notar que había allí uno que no tenía traje de boda, le dice: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?» Él se quedó callado. Entonces el rey dijo a los sirvientes: «Atadle de pies y manos, y echadle a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes». Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos”.

Me parece que las últimas palabras de Jesús, aunque no sean una conclusión de la parábola, nos dan la clave para interpretarla. Jesús habla para cada uno de nosotros, y nos dice que no basta ser invitado y responder a la invitación, que ni siquiera basta estar ya en la sala del banquete, que es esencial el traje de boda.

   Para tomar parte en el banquete que Dios nos tiene preparado es esencial, con palabras de San Pablo, despojarse del hombre viejo con sus obras y revestirse del hombre nuevo. Así nos lo dice en la Carta a los Colosenses:

Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador, donde no hay griego y judío; circuncisión e incircuncisión; bárbaro, escita, esclavo, libre, sino que Cristo es todo y en todos.

Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección.

¿Cómo podemos despojarnos del hombre viejo con sus obras y revestirnos del hombre nuevo? ¿Cómo podemos ponernos el traje de boda? Solo hay un modo: pedirle a Dios la gracia necesaria para luchar cada día en los campos que nos indica San Pablo y dejarnos guiar por el Espíritu Santo hacia ese banquete en el que el mismo Dios destruirá para siempre la muerte  y enjugará las lágrimas de nuestros rostros,


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