Meditación sobre Jn 7,1–13
En la sinagoga de Cafarnaúm, cuando Jesús termina de revelarnos el misterio de la Eucaristía, dirige a sus discípulos una terrible palabra:
“¿No os he elegido Yo a vosotros, los Doce? Y uno de vosotros es un diablo”.
Y el evangelista comenta:
Hablaba de Judas, hijo de Simón Iscariote, porque éste le iba a entregar, uno de los Doce.
La Cruz proyecta su sombra tenebrosa sobre todos los acontecimientos de la vida de Jesús. Ese es el ambiente en el que Cristo llevó a cabo su misión.
Tras el discurso Eucarístico, el evangelista Juan continúa:
Después de esto caminaba Jesús por Galilea, pues no quería andar por Judea, ya que los judíos le buscaban para matarlo. Pronto iba a ser la fiesta judía de los Tabernáculos. Entonces le dijeron sus hermanos: “Márchate de aquí y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces, porque nadie hace algo a escondidas si quiere ser conocido. Puesto que haces estas cosas, muéstrate al mundo”. Ni siquiera sus hermanos creían en Él.
Juan nos informa de la falta de fe en Jesús hasta de sus parientes. Estos hombres no han llegado a comprender que la gran obra que Jesús hace es su propia vida: su enseñanza, los milagros, el modo de tratar a las personas, etc. Todo el que tiene ojos para ver puede verlo.
Los parientes de Jesús no creen en Él. No ven que todo lo que Jesús hace y dice es signo poderoso en el que se revela que en Cristo está Dios reconciliando al mundo consigo.
La clave del porqué estos hombres tan cercanos a Jesús por parentesco no llegan a creer en Él nos la da el Señor en el discurso Eucarístico. Primero dice a los judíos:
“La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado”.
Y luego:
“Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y Yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: «Serán todos enseñados por Dios». Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí”.
El Padre nos envía a su Hijo y el Padre nos lleva a aceptar en la fe que Jesús de Nazaret es su Hijo Unigénito. No hay otro modo de llegar a conocer a Jesucristo. Por eso, para ir a Jesucristo hay que dejarse llevar por el Padre, hay que escuchar al Padre y aprender. Y esto es así para todo hombre. ¿El modo? Eso solo Dios lo sabe.
El mostrarse al mundo de Jesús tiene una profundidad que sólo el Padre, el único que conoce al Hijo, y Él pueden comprender. Sólo ellos saben cuándo llegará la hora de ir a Judea y de subir a Jerusalén a encontrarse con la Cruz. Cuando llegue su hora Jesús dejará que los judíos, que lo buscan para matarlo, lo encuentren.
Entonces, Jesús les dijo: “Mi tiempo aún no ha llegado, pero vuestro tiempo siempre está a punto. El mundo no puede odiaros, pero a mí me odia porque doy testimonio de él, de que sus obras son malas. Vosotros subid a la fiesta; Yo no subo a esta fiesta porque mi tiempo aún no se ha cumplido”.
Jesús tiene una clara conciencia de que su tiempo aún no ha llegado. Es su Padre el que determinará cuando su tiempo se ha cumplido. Y Jesús tiene una clara conciencia del odio del mundo; y de la razón de este odio: con su presencia, con su palabra y con sus obras, da testimonio del mundo, de que sus obras son malas. En la hora de la Pasión este odio descargará con fuerza diabólica sobre Él. No deja de ser triste lo que Jesús dice de sus parientes. Se ve que el modo de pensar y de obrar de estas personas lleva el sello de su mentalidad terrena.
Él dijo eso y se quedó en Galilea. Pero una vez que sus hermanos subieron a la fiesta, entonces Él también subió, no públicamente sino como a escondidas. Los judíos le buscaban durante la fiesta y decían: “¿Dónde está ése?” Y la gente hacía muchos comentarios sobre él. Unos decían: “Es bueno”. Otros, en cambio: “No, engaña a la gente”. Sin embargo, nadie hablaba abiertamente de Él por miedo a los judíos.
El miedo; el miedo a los judíos enmudece a todos e impide hablar abiertamente del Redentor. Pero si no hablamos del Redentor, ¿de qué vamos a hablar que tenga el menor interés para la vida eterna? Durante la fiesta reina la división y el miedo con relación a Jesús. Se ve que esa sociedad está bajo el poder del Príncipe de este mundo; está orientada a la muerte.
El Señor, como sabe que todavía no ha llegado su hora de mostrarse al mundo, va a subir a Jerusalén discretamente, evitando todo espectáculo, y en Jerusalén se dedicará a llevar adelante la misión que el Padre le ha encargado: se pondrá a enseñar en el Templo. La peregrinación de Jesús a la fiesta judía de las Tiendas marca el fin de su ministerio en Galilea. Jesús se encamina a la gran lucha que va a librar en Jerusalén. Cómo le costaría dejar Galilea.
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