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He ahí el Cordero de Dios

Meditación sobre Jn 1,29-39

Juan ha estado bautizando en Betania, al otro lado del Jordán, donde nos ha dejado su primer testimonio sobre Jesucristo. En la línea del testimonio va a seguir:

Al día siguiente ve a Jesús venir hacia él y dice: “He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.

Qué poderosa revelación de quién es Cristo Jesús y para qué ha venido al mundo nos deja el que, cuando los sacerdotes y levitas le preguntaron: «¿Quién eres tú? ¿Qué dices de ti mismo?» respondió:

«Yo soy voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías».

Juan debió emocionarse al ver venir al Señor hacia él. Y de su corazón brota esa admirable confesión de fe: Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

   Quitar el pecado del mundo significa acogerlo en el amor obediente y humilde a su Padre Dios. Así se lo dirá Jesús a sus apóstoles en el Cenáculo, cuando esté a punto de encaminarse a la Pasión para quitar el pecado del mundo:

“Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado”.

En su amor al Padre Jesús carga con el pecado, lo expía, repara todo el mal hecho y lo ofrece a su Padre Dios por nuestra salvación.

En la Pasión de Cristo se cumplirá, y de qué modo, la profecía contenida en el cuarto Canto del Siervo del libro de Isaías (Is 53,2–7):

No hay en Él parecer,

no hay hermosura que atraiga nuestra mirada,

ni belleza que nos agrade en Él.

Despreciable y desecho de hombres,

varón de dolores y experimentado en el sufrimiento;

como uno ante quien se oculta el rostro,

despreciable, y no le tuvimos en cuenta.

¡Y con todo eran nuestras dolencias

las que Él llevaba

y nuestros dolores los que soportaba!

Nosotros le tuvimos por azotado,

herido de Dios y humillado.

Pero Él ha sido herido por nuestras rebeldías,

molido por nuestras culpas.

Él soportó el castigo que nos trae la paz,

y en sus llagas hemos sido curados.

Todos nosotros como ovejas errábamos,

cada uno seguía su propio camino,

y Yahveh descargó sobre Él

la culpa de todos nosotros.

Fue maltratado y Él se dejó humillar,

y no abrió su boca;

como cordero llevado al matadero,

y como oveja muda ante sus esquiladores,

no abrió su boca.

Qué admirable Canto. Cómo ilumina la Pasión del Señor. El profeta deja claro que el Siervo es varón de dolores y experimentado en el sufrimiento, pero no por sus culpas sino por las nuestras; que son nuestras dolencias las que Él lleva y nuestros dolores los que soporta; que ha sido herido por nuestras rebeldías y molido por nuestras culpas. Dios descargó sobre Él la culpa de todos nosotros, y el Siervo soportó el castigo que nos trae la paz, y en sus llagas hemos sido curados. Y qué claro deja el Canto que lo que mueve al Siervo es el amor obediente y humilde a Dios.

   El Cordero de Dios acoge, en la obediencia amorosa y humilde a su Padre, toda la maldad del pecado; así lo expía y nos reconcilia con Dios. Llevando nuestros pecados en su cuerpo nos asocia a su Pasión, y nos da el poder de transformar nuestra vida en reparación por todo el mal que hemos hecho.

El testimonio de Juan continúa:

“Éste es por quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que Él sea manifestado a Israel”.

   Y Juan dio testimonio diciendo: “He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre Él. Y yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: «Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre Él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo». Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios”.

Juan se está refiriendo al bautismo de Jesús en el Jordán. Ahora que Dios le ha revelado quién es Jesús y Juan ha visto que el Espíritu ha bajado y se ha quedado sobre Él, ahora el Bautista, al que Dios envió a bautizar con agua, puede dar este poderoso testimonio: «Jesús, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, es el Hijo de Dios, el que bautiza con Espíritu Santo». Qué asombrosa confesión de fe y qué poderosa revelación. El Hijo de Dios ha venido al mundo a bautizarnos con Espíritu Santo. A trasladarnos del poder del pecado y de la muerte al ámbito de la santidad de Dios.

Del modo que solo Dios conoce, Juan y Andrés van a entender todo esto:

Al día siguiente Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: “He ahí el Cordero de Dios”. Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: “¿Qué buscáis?” Ellos le respondieron: “Rabbí –que significa: «Maestro»– ¿dónde vives?” Les respondió: “Venid y lo veréis”. Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquel día. Era más o menos la hora décima.

Llevando sus discípulos a Jesús el Bautista ha culminado su misión. Así Juan ha grabado su sello en el cristianismo: dimensión esencial de la vocación cristiana es llevar a las personas al encuentro con el Cordero de Dios.

   Jesús se vuelve y les dice: “¿Qué buscáis?” Es la primera palabra de Jesús en este evangelio. Es una palabra que recorre los siglos buscando los corazones de los hombres; es la palabra clave que Jesús nos dirige a cada uno. Ojalá nuestra respuesta a esta pregunta sea la de esos dos primeros discípulos de Jesús: «Te busco a tí, Señor». La razón es que buscamos al que pueda perdonarnos de todo el mal que hemos hecho en nuestra vida, liberarnos del poder del pecado y de la muerte y llevarnos al Reino del Amor de Dios.

   El relato dice que Jesús les invitó a acompañarle y que se quedaron con Él aquel día. Sí, es verdad. Pero realmente en la vida de estos hombres aquel día no tendrá ocaso y se abrirá a la eternidad. Ahora están con el Maestro en la Casa del Padre, que es donde realmente vive Jesús. Estar con Jesús en la Casa de su Padre para siempre es la prueba de haberse encontrado con Él. Una vez que realmente te encuentras con Jesús ya no lo puedes dejar. Qué agradecidos deben de estar estos discípulos de Jesús a Juan Bautista.

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