Meditación sobre Jn 7,14–32
Jesús deja Galilea, donde ya no volverá hasta después de la Resurrección, y se encamina a Jerusalén. Evita los primeros días con las procesiones y el desbordarse del entusiasmo. A partir de ahora, el Evangelio de San Juan sucede en Jerusalén.
Jesús sube al Templo y se pone a enseñar. Para entender la poderosa enseñanza que Jesús nos va a entregar hay que empezar meditando el Prólogo del Evangelio de San Juan. Esto es así siempre en este Evangelio. El Prólogo contiene las claves de interpretación de las palabras de Jesús en Jn.
Mediada ya la fiesta, subió Jesús al Templo y se puso a enseñar. Los judíos, asombrados, decían: “¿Cómo entiende de letras sin haber estudiado?”
Jesús les respondió: “Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado. Si alguno quiere cumplir su voluntad, verá si mi doctrina es de Dios o hablo Yo por mi cuenta. El que habla por su cuenta, busca su propia gloria; pero el que busca la gloria del que le ha enviado, ese es veraz; y no hay impostura en él. ¿No es Moisés el que os dio la Ley? Y ninguno de vosotros cumple la Ley. ¿Por qué queréis matarme?”
Jesús se sabe enviado de Dios; y se dirige a judíos, que tienen en las Escrituras tantas páginas admirables que dan testimonio de la voluntad de Dios; tantos y tan grandes Profetas que pueden decir con verdad que su doctrina no es suya, sino del Dios de Israel que les ha enviado. El que quiera guardar la voluntad de Dios caerán en la cuenta que esa es la doctrina de Jesús. Esta es la razón por la que la Iglesia ha acogido las Escrituras de Israel.
El Hijo Encarnado no busca su propia gloria, sino la gloria del Padre que le ha enviado. Estando todavía en Galilea, Jesús nos reveló:
“Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.
Solo el Hijo conoce bien al Padre y solo Él lo puede revelar. Lo revela al que está dispuesto a guardar su palabra. Por eso solo el que cumple la voluntad del Padre puede conocer si la doctrina de Jesús es de Dios o está hablando por su cuenta.
Su doctrina es de Dios para que el que la escucha pueda vivir agradando a Dios. Pero los judíos no viven las Escrituras. Ni siquiera buscan dar gloria a Moisés; por eso ninguno de ellos cumple la Ley que les dio. Buscan su propia gloria. Manifestación por excelencia es que buscan dar muerte a Jesús.
Qué palabra tan fuerte la que Jesús dirige a unos hombres del pueblo elegido que están celebrando una fiesta religiosa –la de las Tiendas–, que estaba especialmente marcada por la alegría y la acción de gracias. ¿Qué es lo que esa afirmación de que quieren matarle significa? Jesús lo aclarará poco tiempo después, cuando les diga:
“Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. (...) Vosotros sois de vuestro padre el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Este era homicida desde el principio”.
La discusión se encona:
Respondió la gente: “Tienes un demonio. ¿Quién quiere matarte?” Jesús les respondió: “Una sola obra he hecho y todos os maravilláis. Moisés os dio la circuncisión –aunque no es de Moisés sino de los Patriarcas– y vosotros circuncidáis a uno en sábado. Si se circuncida a un hombre en sábado, para no quebrantar la Ley de Moisés, ¿os irritáis contra mí porque he curado a un hombre entero en sábado? No juzguéis según la apariencia. Juzgad con juicio justo”.
Jesús no tiene un demonio. Él expulsa a los demonios con una sola palabra y, cuando llegue la hora de la Cruz, dirá:
“Ahora es el juicio de este mundo; ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera. Y Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”.
Esa sola obra que ha hecho es la curación del paralítico en sábado (5,1-9a).
Como siempre, la Ley de Moisés –que en el tema de la circuncisión es pura tradición humana– no es más que un comodín que se usa según conviene. Pura hipocresía. El consejo de Jesús es poderoso:
“Juzgad con juicio justo”.
Hay que juzgar con juicio justo porque así seremos juzgados por el Justo Juez.
Decían algunos de los de Jerusalén: ¿No es a ése a quien quieren matar? Mirad cómo habla con toda libertad y no le dicen nada. ¿Habrán reconocido de veras las autoridades que éste es el Cristo? Pero éste sabemos de dónde es, mientras que, cuando venga el Cristo, nadie sabrá de dónde es.
Otra vez la referencia a que quieren matar a Jesús. Lo conseguirán. Y de qué modo. El resultado será terrible, pero todas estas discusiones son bobadas. Jesús es el Hijo Unigénito de Dios y solo el Padre conoce al Hijo. Por eso reveló en la sinagoga de Cafarnaúm:
“Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y Yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: «Serán todos enseñados por Dios». Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí”.
El cómo sea eso en cada uno solo Dios lo sabe, pero nadie puede ir a Jesucristo si no se lo concede el Padre que nos lo ha enviado. Nadie puede saber quién es Jesús si no se deja enseñar por Dios, si no escucha al Padre y atiende. Y ahí nos lo jugamos todo: el ser o no resucitados por Cristo el último día. Jesús no es tema de discusión.
El clamor de revelación de Jesús:
Jesús enseñando en el Templo clamó: “Me conocéis a mí y sabéis de dónde soy. Pero Yo no he venido por mi cuenta; sino que verdaderamente me envía el que me envía; pero vosotros no le conocéis. Yo le conozco, porque vengo de Él y Él es el que me ha enviado”.
Este clamor de Jesús enseñando en el Templo envolverá la tierra y resonará en el cielo para siempre. Jesús nos revela con palabras humanas que viene de Dios Padre, que es el que le ha enviado; que no ha venido por su cuenta. Solo Él nos lo puede revelar porque solo Él conoce al Padre. Sus palabras y sus obras son la revelación de este misterio.
Este episodio concluye:
Querían, pues, detenerle, pero nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora. Y muchos entre la gente creyeron en Él y decían: “Cuando venga el Cristo, ¿hará más señales que las que ha hecho éste?” Al oír los fariseos que la multitud comentaba esto de él, los príncipes de los sacerdotes y los fariseos enviaron alguaciles para prenderlo.
En el largo proceso a Jesús que es el Evangelio de San Juan, nos encontramos con un intento de prendimiento. Es claro que en Jerusalén Jesús está siempre expuesto a ser detenido por las autoridades judías, que tenían un control total de la ciudad. Desde este punto de vista, Judas no aportó nada a la detención de Jesús. Si Jesús no es detenido este día en el Templo no es porque los fariseos tengan miedo a la gente –tema al que San Juan no da ningún peso en su Evangelio–; la clave nos la da la palabra de Jesús: Él decide cuándo ha llegado la hora de su vuelta al Padre. Cuando llegue esa hora, la hora de la muerte y resurrección establecida por Dios, no decidida por los hombres, Jesús será detenido por los esbirros del sanedrín; pero no porque estas gentes tengan ningún poder sobre Él, sino para que el mundo conozca que Él obra por amor y obediencia a su Padre Dios.
Jesús nos dice: “Juzgad con juicio justo”. Y esas palabras se aplican, de un modo especial a Él: hay que juzgar con justo juicio sobre quién es Jesús de Nazaret, de dónde viene, quién le ha enviado y para qué, si su doctrina es de Dios o habla por su cuenta. Son cosas que solo el Hijo de Dios nos puede revelar. Si acogemos su palabra entonces podremos juzgar con juicio justo en el tema verdaderamente decisivo.
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