Ir al contenido principal

Creer en Cristo Jesús

Meditación sobre Jn 16,7-11

En el Cenáculo, cuando está a punto de dejar a sus discípulos para volver al Padre, Jesús les dice lo que les espera. Entre otras cosas les anuncia:

“Os expulsarán de las sinagogas; más aún, llega la hora en la que todo el que os dé muerte pensará que hace un servicio a Dios. Y esto os lo harán porque no han conocido a mi Padre ni a mí”.

Qué terrible lo que se sigue de no conocer a Dios Padre ni a su Hijo Jesucristo. ¿Cómo se puede evitar eso? ¿Cómo se puede conocer al Padre y a su Hijo Encarnado? Solo hay un modo: creer en Cristo Jesús.

El Espíritu Santo nos revelará que el no creer en Jesucristo es la razón última de ese comportamiento que lleva a pensar que el dar muerte a los cristianos es hacer un servicio a Dios. Por eso la conveniencia de que Jesús, una vez que haya vuelto al Padre, nos envíe al Paráclito:

“Pero Yo os digo la verdad: os conviene que Yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito, pero si me voy, os lo enviaré. Y cuando Él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio. En lo referente al pecado, porque no creen en mí; en lo referente a la justicia porque me voy al Padre, y ya no me veréis; en lo referente al juicio, porque el Príncipe de este mundo está juzgado.

Es muy importante que Jesús pueda enviarnos al Paráclito para que nos convenza de que la Cruz responde al designio salvador de Dios, que es el corazón de ese designio. Y el Paráclito, que es el Espíritu de la Verdad, nos convencerá de que la falta de fe en Jesucristo está en el origen del pecado; y que el pecado, todo pecado, descarga en el Crucificado. San Pedro, en su primera Carta, lo expresa admirablemente.

También Cristo padeció por vosotros.

(...)

Subiendo al madero,

Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo,

a fin de que, muertos a nuestros pecados,

vivamos para la justicia;

y por sus llagas fuisteis sanados.

Qué palabras tan conmovedoras. Jesús, que es Dios, sube a la Cruz despojado de sus vestiduras, cubierto con toda la pestilencia y repugnante suciedad de nuestros pecados, con todo lo que es odioso y vil en la conducta humana.

   El Paráclito nos convence de que la causa última de la Cruz es el no creer en Jesús. Si escuchas al Espíritu Santo y te dejas convencer por Él, todos los caminos te llevarán a la fe en Cristo Jesús. El Espíritu de la Verdad nos convence para que vivamos de fe; siempre y solo de fe. Todo lo que en nuestra vida no sea manifestación de fe en Cristo descargará como violencia sobre el Crucificado.

Si la fe en Jesús es tan importante, ¿cómo podemos obtenerla y cómo podemos crecer en la fe? El Señor nos lo enseña. Solo Él puede hacerlo. Nos dice San Juan que Jesús, en la sinagoga de Cafarnaúm, reveló:

“La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado”. 

La fe en Jesucristo es la obra de Dios. Solo de Dios. La obra de Dios tiene dos momentos: el Padre nos envía a su Hijo y, luego, nos lleva a creer en quien Él ha enviado. Solo el Padre puede enviarnos a su Hijo; y solo el Padre puede llevarnos a conocer en el Crucificado a su Unigénito. Creer en Cristo Jesús es el fruto de dejar obrar a Dios en nuestra alma.

   En el origen de la fe está nuestra libertad. La falta de fe en Jesucristo, el no acoger sus palabras y guardarlas, es plenamente responsable, porque supone el rechazo de la obra de Dios en el alma. Aquí está la clave sobre nuestro estilo de vida, que tiene que ser tal que facilite el que Dios pueda obrar en nosotros. La fe en Cristo Jesús es manifestación de confianza en Dios y en su obra.

San Pablo entendió perfectamente lo que significa vivir de fe. En la Carta a los Gálatas lo expresa en unas palabras admirables:

Con Cristo estoy crucificado: vivo, pero ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Y la vida que vivo ahora en la carne la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí.

Qué modo de entender la propia vida a la luz de la fe en Cristo Jesús. De este modo de entender la vida brota el agradecimiento a Dios y el deseo de corresponder a su obrar en nosotros. De todo esto nos convence el Espíritu de la Verdad.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Las mujeres de Galilea

Meditación sobre el Evangelio de San Lucas  Después de relatarnos el encuentro de Jesús con la pecadora arrepentida, San Lucas nos dice: Y aconteció luego de esto que recorrió Él una tras otra las ciudades y aldeas predicando y anunciando el Evangelio del Reino de Dios. Con Él iban los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, la llamada Magdalena, de la cual habían salido siete demonios, y Juana, la mujer de Cuza, procurador de Herodes, y Susana, y otras muchas, las cuales le servían de sus bienes. Qué tierra tan privilegiada es Galilea. En Galilea se encarnó el Hijo de Dios, allí vivió la Sagrada Familia tantos años, y en esa región comenzó Jesús a proclamar la Buena Nueva de Dios. Ninguna otra tierra en el mundo ha tenido una relación tan estrecha con el Señor. Los escrituristas que conocen bien esta región  consideran que ha dejado una huella profunda en Jesús, y que sus parábolas se adaptan admirablemente a Galilea: ...

Yo y el Padre somos uno

  Meditación sobre Jn 10,22-30 Otra vez está Jesús enseñando en el Templo de Jerusalén. La profunda revelación que vamos a escuchar brota de la pregunta que le hacen los judíos. Se celebró por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno. Jesús paseaba por el Templo, en el pórtico de Salomón. Le rodearon los judíos, y le decían: “¿Hasta cuándo vas tenernos en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente”. Es igual cómo se lo diga porque, como no creen en Él, no van a recibir su palabra como Palabra de Dios; las recibirán como palabra de hombre; y la palabra de hombre no nos puede llevar al misterio de Jesús, el Cristo, al misterio del Hijo de Dios.    Pero Jesús no habla solo para ese puñado de judíos que se acercan a Él en el pórtico de Salomón. Eso sería perder el tiempo. Jesús habla para los millones de cristianos que creerán en Él a lo largo de los siglos, y que están deseando acoger sus palabras en la fe como Palabra de Dios. Por eso la poderosa...

El encuentro con la pecadora

Meditación sobre Lc 7,36-50 El relato que Lucas nos ha dejado del encuentro de Jesús con la mujer pecadora es conmovedor. El Espíritu Santo, con la colaboración de los Profetas, ha grabado en el corazón de esta mujer el sello del Israel fiel: la conciencia del propio pecado y la seguridad de que su Dios es grande en perdonar. Escuchemos el relato: Un fariseo le rogó que comiera con él, y entrando en la casa del fariseo se puso a la mesa. Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume y, estando detrás de Él, a sus pies, llorando, comenzó a bañar con lágrimas sus pies y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies y los ungía con el perfume.  Esta mujer conoce a Jesús. Del modo que sólo el Espíritu Santo sabe, esta mujer ha adquirido la certeza de que en Jesús de Nazaret ha venido al mundo la misericordia de Dios. Y va a su encuentro. Sabe que el Señor entenderá el lenguaje de...