Meditación sobre Jn 6,22-34
Con cinco panes de cebada y dos peces, que reparte después de rezar la acción de gracias, Jesús ha alimentado a una enorme muchedumbre. Es el signo del pan. Jesús les va a ir llevando a entenderlo. Lo hará con paciencia. Es un proceso largo en el que nos va a ir revelando el misterio de la Eucaristía. Nosotros le acompañamos.
Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar vio que allí no había más que una barca y que Jesús no había entrado en la barca con sus discípulos, sino que los discípulos se habían marchado solos. Llegaron otras barcas de Tiberíades cerca del lugar donde habían comido pan después que rezó el Señor la acción de gracias. Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús.
También nosotros vamos a Cafarnaúm para asistir al encuentro y escuchar al Señor. Va a ser una revelación de una importancia especial. Jesús conoce el corazón del hombre y sabe por qué le buscan esas gentes.
Al encontrarlo a la orilla del mar, le dijeron: “Maestro, ¿cuándo has llegado aquí?” Jesús les respondió: “En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, pues a éste lo confirmó Dios Padre con su sello”. Ellos le dijeron: “¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?” Jesús les respondió: “La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado”.
Jesús nos dice que lo único importante en nuestra vida es la obra de Dios; lo que Dios obra en nosotros. Esta obra tiene dos momentos: nos envía a su Hijo y nos lleva a la fe en Jesucristo. Solo el Padre puede enviarnos a su Hijo, y solo el Padre puede llevarnos a conocer a su Hijo en el Niño de Belén y en el Crucificado en el Calvario. No hay ciencia humana que nos pueda llevar desde Jesús de Nazaret hasta el Hijo Unigénito de Dios. Por eso la fe en Jesucristo brota del dejar obrar a Dios en nuestra alma; y en el origen de la fe está nuestra libertad. La falta de fe en Jesucristo, la incredulidad ante sus palabras y sus obras, es plenamente responsable, porque supone el rechazo de la obra de Dios en el alma.
Si acogemos la obra de Dios, si acogemos la fe en quien Él ha enviado, todo nuestro obrar queda transformado: ahora todo es obrar las obras de Dios, obras que se abren a la vida eterna. Y nuestra vida ordinaria queda profundamente transformada. En este misterio está contenida toda la moral cristiana.
Jesús nos aconseja obrar, no por el alimento perecedero sino por el alimento que permanece para vida eterna. Para hacer las obras de Dios, obras que se abren a la eternidad porque Dios las acoge con agrado, hay que dejar obrar a Dios; hay que creer que Jesucristo es el Hijo del hombre al que Dios ha enviado para darnos el alimento que permanece para vida eterna. Solo Él, al que Dios Padre ha confirmado con su sello, puede hacerlo.
Estos hombres han entendido que Jesús está hablando de Él. Por eso la pregunta que le van a hacer. Con la respuesta Jesús nos va a revelar una dimensión particular de la fe en Él; una manifestación poderosa, quizá la más poderosa, de que estamos dejando obrar a Dios:
Ellos entonces le dijeron: “¿Qué señal haces tú para que la veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: «Pan del cielo les dio a comer»”. Jesús les respondió: “En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del Cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo”. Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”.
La fe en Jesucristo nos lleva a acoger esta obra de Dios que es darnos a su Hijo, que ha bajado del cielo como verdadero pan de Dios para dar la vida al mundo. Jesús se revela como el pan del Cielo que el Padre nos da a comer. No hay otro alimento que pueda darnos la vida eterna, la vida de hijos de Dios. El maná fue un signo que estaba esperando su cumplimiento. El cumplimiento es Cristo Jesús, el que baja del cielo y da la vida al mundo. La señal que hace, la obra que realiza, es la Eucaristía. Si dejamos obrar a Dios, si miramos la Eucaristía con fe, entonces conoceremos que Jesús es el verdadero pan de Dios; y le pediremos: «Señor, danos siempre de ese pan».
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