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Si me amáis, guardaréis mis mandamientos

Meditación sobre Jn 14,15-26

Estamos en el Cenáculo. Judas, el traidor, ya ha salido a la noche. Jesús está a solas con los suyos. La conversación se hace particularmente íntima:

“Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y Yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de la Verdad; que el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce, pero vosotros le conocéis porque permanece a vuestro lado y está en vosotros”.

Jesús invita. Jesús no fuerza ni manipula. Jesús invita. Siempre el respeto de Dios por nuestra libertad. Si le amamos, nos dice, guardaremos sus mandamientos. No se trata de emociones y cosas parecidas; el único modo de saber que amamos a Jesús es que escuchamos sus palabras, las meditamos en la oración, dejamos que se graben en el corazón, y las vivimos.

   Si amamos a Jesús, el Hijo nos introduce en su oración: rogará al Padre para que nos envíe al Espíritu de la Verdad. Y el Espíritu de la Verdad nos va guiando por el camino del amor a Jesucristo, y nos va enseñando a guardar sus mandamientos.

   El mundo, que no ama a Jesús, no puede entender nada de esto. Es muy triste, pero no nos puede sorprender: el mundo, que no cree en Jesús, no puede guardar sus palabras. El mundo no puede recibir al Espíritu de la Verdad, porque no le ve ni le conoce. El mundo está bajo el poder del Príncipe de este mundo, del que Jesús, en cierta ocasión, reveló:

“Era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira”.

El Señor continúa desarrollando las maravillas que se siguen de amarlo:

“No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros me veréis, porque Yo vivo y vosotros viviréis. Aquel día conoceréis que Yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y Yo en vosotros”.

Jesús está a punto de encaminarse al encuentro con la Cruz para dar su vida por nosotros. Pero no nos dejará huérfanos. Y el amor a Jesucristo, que es más fuerte que la muerte, nos hará capaces de verlo vivo porque, al que le ama, el Señor le dará a participar de su Resurrección. Aquel día conoceremos que permaneceremos para siempre en una comunión de vida asombrosa: “Yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y Yo en vosotros”.

Seguimos escuchando:

“El que recibe mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y Yo le amaré y me manifestaré a él”.

El Señor insiste en la estrecha relación entre amarle y guardar sus mandamientos. Y nos dice que, si le amamos, viviremos envueltos en el Amor del Padre y en el amor con el que Él nos ama; y seremos capaces de encontrarnos con Él en todas las circunstancias de la vida.

Jesús sigue profundizando su revelación:

Le dice Judas, no el Iscariote:

   “Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?” 

Jesús le respondió:

   “Si alguno me ama guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras; y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado”.

Por tercera vez nos dice el Señor que si alguno le ama guardará su palabra. Y lo que se sigue de amarle es alucinante. Jesús va desplegando delante de nuestros ojos un panorama asombroso, en el que se contiene el designio de Dios para cada uno. Me parece que lo que hay que hacer es dejar que estas palabras de Jesús, que tienen una cadencia perfecta, se nos graben en el corazón y vayan resonando a lo largo de nuestra vida. Qué camino tan divino el que va desde amar a Jesús hasta ser morada de la Santísima Trinidad y vivir envueltos en su Amor.

Jesús es el Hijo. Todo lo recibe del Padre, también su palabra. Por eso solo las palabras de Jesús son «palabra de Dios» en sentido propio. No amar a Jesús es rechazar las palabras que Él recibe del Padre, las palabras que son portadoras de amor y de vida eterna, y que son las únicas palabras que pueden transformarnos el corazón y hacernos capaces de pasar por el mundo haciendo el bien.

Jesús vuelve a hablarnos del Paráclito, que el Padre enviará en su Nombre, y al que ahora llama Espíritu Santo:

“Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que Yo os he dicho”.

Siempre la obra de la Santísima Trinidad. Nuestra salvación es obra de las tres Personas divinas. El Padre nos enviará al Espíritu Santo en Nombre de Jesús. Y el Espíritu Santo nos lleva a la verdad completa de la Redención obrada por Cristo. Nada se perderá. La vida de la Iglesia es el testimonio irrefutable de la seriedad de estas palabras del Señor.

Qué cosas tan asombrosas se siguen de amar a Jesucristo y de guardar su palabra; por qué caminos tan insospechados nos lleva el Espíritu de la Verdad. Hay que pedirle que nos guíe por los caminos del amor a Jesús, y de la guarda de sus palabras; por los caminos que nos hacen cada más conscientes del Amor que el Padre y el Hijo nos tienen, y de la maravilla de que quieran hacer morada en nosotros. Escuchas a Jesús, meditas con calma sus palabras en la oración, y la vida queda transformada en un continua acción de gracias a Dios por el amor que nos tiene.



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