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Yo soy el Pan de vida

 Meditación sobre Jn 6,35-47


Estamos en la sinagoga de Cafarnaúm. Jesús nos ha revelado que Él es el pan de Dios que baja del cielo y da la vida al mundo. Ahora se va a centrar en este misterio:


Les dijo Jesús: “Yo soy el Pan de vida; el que venga a mí no tendrá hambre, y el que crea en mí no tendrá nunca sed. Pero os lo he dicho: me habéis visto y no creéis. Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él tenga vida eterna, y que Yo lo resucite el último día”.


Qué poderosa revelación. Solo Jesús conoce al Padre y solo Él nos puede revelar su voluntad. Es lo que hace con sus palabras y con sus obras, porque el Hijo ha bajado del cielo no para hacer su voluntad, sino la voluntad del que le ha enviado. Toda la vida de Jesús es revelación del Padre. 

   Jesús expresa cuál es la voluntad de su Padre con unas palabras profundas y preciosas. Unas palabras que hay que meditar despacio en la oración, porque nos llevan a conocer a Dios Padre de una manera única. A conocer al Padre, a conocer a Jesucristo, y a conocernos a nosotros mismos, porque somos el objeto de la voluntad de Dios: somos un don que el Padre ha hecho a su Hijo para que nos resucite el último día. Solo a la luz de la voluntad de Dios podemos llegar a conocernos.

   En este misterio de la voluntad del Padre, ¿qué es lo que Dios espera de nosotros? Dios espera que le dejemos obrar, que creamos en el que Él ha enviado, que nos dejemos llevar a Jesucristo, y que le dejemos resucitarnos el último día. La voluntad del Padre configura la vida del cristiano –como ha configurado la de Jesús de Nazaret– y la abre a la eternidad, a la filiación divina. 

   Estas palabras de Jesús son las únicas importantes en la vida. El cielo y la tierra pasarán, pero estas palabras en las que Jesús nos dice quién es Él y para qué ha venido al mundo, cuál es la voluntad de su Padre y qué es lo que espera de nosotros, no pasarán.

   Jesús es el Pan de vida, que ha bajado del cielo no para hacer su voluntad, sino la voluntad del que le ha enviado. Jesús nos revela que la voluntad del Padre que le ha enviado es que no pierda nada de lo que le ha dado, que todo el que vea al Hijo y crea en Él tenga vida eterna, y Él lo resucitará el último día. Qué poderosa revelación.

   Jesús nos ve como un don que el Padre le ha hecho; y todo lo que le dé el Padre irá a Él, y al que vaya a Él no lo echará fuera. Detrás de estas palabras está el misterio de la Cruz. Hasta la Cruz está Jesús dispuesto a llegar para acoger a todo el que el Padre le ha dado y para que nadie se pierda. Desde luego nuestra vida de cristianos es también un misterio asombroso.

   El que se deja llevar por el Padre al encuentro con Jesús ya no tendrá hambre y no tendrá nunca sed. Pero podemos rechazar el obrar del Padre, y que las terribles palabras que Jesús dirige a sus interlocutores en Cafarnaúm –“Pero os lo he dicho: me habéis visto y no creéis”– nos las dirija también a nosotros. Y es que Jesucristo siempre habla en el horizonte escatológico, el horizonte de la última hora, el horizonte del juicio. Escuchando a Jesucristo siempre comparece nuestra libertad en su forma más radical.


La reacción de los judíos:


Los judíos murmuraban de Él porque había dicho: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo». Y decían: “¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: «He bajado del cielo»?” 


La Humanidad de Jesucristo es la piedra de escándalo. Siempre ha sido así. Siempre será así. Que Jesús de Nazaret es el Hijo que el Padre nos envía para que nos resucite el último día solo se puede aceptar en la fe. No hay ciencia humana que nos pueda llevar del hijo de José al Unigénito de Dios. Por eso Jesús insiste en que somos un don que el Padre le ha hecho, en que nadie puede ir a Él si no se lo concede el Padre. La clave es dejar obrar al Padre en nuestra alma.


En su respuesta Jesús insiste en el obrar del Padre, que nos lleva a la fe en Él:


Jesús les respondió: “No murmuréis entre vosotros. Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y Yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los Profetas: «Serán todos enseñados por Dios». Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No que alguno haya visto al Padre, sino aquel que vino de Dios; éste ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna”.


Nadie puede ir a Jesús si el Padre, que le ha enviado, no lo atrae. Esa es la obra de Dios, cuyo fruto es: “y Yo lo resucitaré el último día”. Pero el Padre nos lleva a su Hijo sin violencia. El Padre atrae al que se deja atraer. Y al que se deje atraer Jesús le resucitará el último día. Una y otra vez repite Jesús esta expresión, que hace referencia a la plenitud de nuestra vida de hijos de Dios; a nuestra participación en la vida de Cristo Resucitado.

   Como el mismo Dios nos ha revelado en las Escrituras de Israel, toda su enseñanza tiene como finalidad llevarnos a Jesucristo. Por eso las Escrituras siguen siendo actuales. La clave es dejarse enseñar por Dios; escuchar al Padre y aprender. Y el Padre nos llevará a creer en el que Él nos ha enviado. Esta es la obra de Dios.

   Jesús está hablando como el Hijo Encarnado, como el único que ha venido de Dios y ha visto al Padre. Está hablando para todo hombre. Toda persona, sin excepción ninguna, puede dejar obrar a Dios en él, conocer y obedecer la voluntad de Dios, escuchar al Padre y aprender de Él para dejarse llevar a la fe en Jesucristo, y que el Señor le resucite en el último día. ¿Cómo? Eso solo lo sabe Dios. Ése es el secreto más íntimo del corazón del hombre. Siempre que escuchamos a Jesús sus palabras nos ponen ante la opción radical de nuestra libertad.


Qué solemnes son las últimas palabras de Jesús: 

“En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna”

Qué importancia tiene lo que nos dijo al comienzo de esta revelación: 

“La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado”.

La fe. Siempre le fe en Jesucristo.



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