Meditación sobre 1 Cor 1,17-31
Después del saludo y la acción de gracias, que tiene en esta Carta una particular densidad, el Apóstol exhorta a los cristianos de Corinto a vivir la unidad y, como no quiere ser motivo de división, les aclara que, desde que se encontró con Jesús en el camino de Damasco, él conoce la misión para la que Cristo le envió, y cómo tiene que llevarla a cabo:
Porque Cristo no me envió a bautizar sino a anunciar el Evangelio, y no con sabiduría de palabras, para no desvirtuar la Cruz de Cristo. Realmente la palabra de la Cruz es una necedad para los que están en vías de perdición; mas para los que están en vías de salvación, para nosotros, es fuerza de Dios. Porque escrito está:
Destruiré la sabiduría de los sabios,
y anularé la inteligencia de los inteligentes.
¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el escriba? ¿Dónde el investigador de las cosas de este mundo? ¿No convirtió Dios en necedad la sabiduría del mundo?
La palabra de la Cruz. Qué expresión tan poderosa y sugerente. Pablo ha sido enviado por Cristo a evangelizar, para que resuene en el mundo la palabra de la Cruz.
La Cruz es la palabra que revela, de modo pleno y definitivo, el amor que el Padre nos tiene, ese amor del que Jesús habló a Nicodemo:
“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”.
La palabra de la Cruz es palabra de salvación y de vida eterna.
La palabra de la Cruz nos revela el amor de Cristo hasta el extremo; ese amor que le llevó a derramar su sangre por nosotros. Y la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo como víctima inmaculada a Dios, limpiará de las obras muertas nuestra conciencia para dar culto al Dios vivo.
La palabra de la Cruz revela el abismo de maldad del pecado del mundo; y revela que el corazón de la Redención es el amor obediente y humilde de Jesús a su Padre. Así nos lo aseguró cuando, en el Cenáculo, a punto de encaminarse al encuentro con la Cruz, nos dijo:
“Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado”.
En la Cruz, Jesús acoge el odio a Dios del pecado y toda la violencia que de ese odio brota; y lo transforma en sufrimiento redentor.
La palabra de la Cruz nos enseña que podemos unir nuestros dolores a los de Cristo. Realmente, fuera de esa palabra no hay respuesta con sentido a la existencia del dolor en el mundo.
La vía de la ciencia humana no ha llevado al mundo a conocer a Dios en su sabiduría. Por eso Dios convierte en necedad la sabiduría del mundo y elige el camino de la fe para salvar al hombre:
Porque, como en el diseño de la sabiduría de Dios, el mundo con toda su sabiduría, no ha conocido a Dios, quiso Dios salvar a los creyentes por medio de la necedad de la predicación. Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, Cristo, poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres.
Sólo en la fe se puede conocer que Cristo crucificado es poder de Dios y sabiduría de Dios. La sabiduría de los hombres no puede llegar, desde el mundo, la ciencia y la cultura, hasta la Cruz de Cristo; y los griegos entendían de sabiduría. No hay nadie experimentado en el poder que pueda reconocer en la Cruz de Cristo el poder salvador de Dios; y los romanos entendían de poder. No hay semiótica que pueda identificar en el Crucificado el signo de Dios por excelencia, el signo con el que Dios nos reconcilia con Él; y los judíos entendían de signos.
Nosotros predicamos a Cristo crucificado. Sin la palabra de la Cruz nos hacemos «cristos» a nuestro capricho, de acuerdo con nuestras preferencias y los valores dominantes de nuestra cultura; y son esos «cristos» los que predicamos. Pero en estos «cristos» –muchos a lo largo de la historia– no nos llega la sabiduría y la fuerza salvadora de Dios; en esos «cristos» Dios no nos está reconciliando con Él. La predicación queda reducida a pura palabra humana.
Cristo, poder de Dios y sabiduría de Dios. En la fe se abre espacio a la libertad de Dios. La palabra de la Cruz revela que Dios es soberano y sigue su propio camino. Los griegos estaban encadenados al mismo planteamiento de los judíos: unos y otros buscaban afirmarse a sí mismos ante Dios. Se sienten autorizados a establecer normas y condiciones al obrar de Dios; tienen ideas preconcebidas de cómo debe actuar Dios. Niegan a Dios la libertad de obrar como y cuando quiera; y cuando Dios obra, y desde luego Dios obra como y cuando quiere, unos lo consideran un escándalo y otros pura necedad. Pobres.
San Pablo nos dice que en la escucha de la palabra de la Cruz nos lo jugamos todo. Esa escucha es la que nos pone en vías de salvación. Por eso deberíamos preguntarnos: ¿hay alguna persona humana que haya escuchado de un modo pleno la palabra de la Cruz y pueda enseñarnos? Sí, hay una; solo una; no habrá otra. Esa persona es la Madre de Jesús, que estuvo en el Calvario junto a su Hijo crucificado, donde vivió la plena experiencia de lo que revela la palabra de la Cruz y, así, la plena experiencia de la escucha de esa palabra. Por eso Jesús nos la dio allí por Madre, para que nos enseñe el arte de escuchar la palabra de la Cruz.
Pablo se va a centrar ahora en cómo obra la sabiduría de Dios:
¡Mirad, hermanos, quiénes habéis sido llamados! No hay muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios. De Él os viene que estéis en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención, a fin de que, como dice la Escritura: El que se gloríe, gloríese en el Señor.
La clave es la cita de la Escritura con la que el Apóstol cierra el párrafo. Dios ha obrado como lo ha hecho para que ningún mortal se gloríe en su presencia. No hay motivo para gloriarse más que en Dios, porque todo nos viene de Él; de Él nos viene que estemos en Cristo Jesús, en el cual encontramos, porque Dios lo ha hecho para nosotros, sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención. Qué asombroso es el poder y la sabiduría de Dios; y el amor que nos tiene.
Vistas las cosas desde la sabiduría y el poder de Dios, que es verlas desde Jesucristo, resulta que es una gran gracia de Dios que pertenezcamos a ese grupo de los llamados que no son sabios según la carne, ni poderosos, ni de la nobleza; a los que ha escogido Dios porque es lo necio, lo débil, lo plebeyo y despreciable del mundo. Así Dios confunde a los sabios y fuertes del mundo; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Qué misterio tan insondable es el del obrar de Dios.
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