Meditación sobre 1 Cor 3,16-4,5
Desde el comienzo de la Carta, el Apóstol ha salido al paso de las divisiones y discordias que existen en la Iglesia de Corinto. Esas divisiones y discordias son el fruto de dejarse guiar por la sabiduría según el mundo, la sabiduría que da una importancia que no tiene a cosas que no son esenciales en el cristianismo. El Apóstol va a dejar claro que la sabiduría de este mundo es necedad delante de Dios. Y, les dice el Apóstol, lo único que conseguirán es destruir la Iglesia:
¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, que sois vosotros, es santo.
Qué palabras tan preciosas. Qué dignidad tenemos los cristianos. Somos templo de Dios y el Espíritu de Dios habita en nosotros. Y en ese templo de Dios, que es santo, tiene que reinar la caridad. Por eso Pablo exhorta a los cristianos de Corinto a que nadie se gloríe en los hombres:
Nadie se engañe: si alguno de vosotros se tiene por sabio según el mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio. Pues la sabiduría de este mundo es necedad delante de Dios. Porque está escrito:
Él atrapa a los sabios en su propia astucia.
Y en otro lugar:
El Señor conoce los pensamientos de los sabios, y sabe que son vanos.
Por tanto, que nadie se gloríe en los hombres; porque todas las cosas son vuestras: ya sea Pablo o Apolo o Cefas; ya sea el mundo, la vida o la muerte; ya sea lo presente o lo futuro; todas las cosas son vuestras, vosotros sois de Cristo, y Cristo de Dios.
La única verdadera sabiduría a los ojos de Dios es la Cruz de Cristo. Todo lo demás es necedad. Desde siglos antes de enviarnos a su Verbo, Dios nos ha revelado en las Escrituras de Israel que conoce los pensamientos de los sabios y sabe que son vanos. No se puede edificar sobre ellos nada que permanezca para la vida eterna. Ni sobre la astucia de los sabios ni sobre nada del ámbito del mundo marcado por el pecado. Sobre lo que es necedad delante de Dios no se puede edificar su Iglesia. Por eso el Apóstol nos exhorta para que nos hagamos necios según el mundo para llegar a ser sabios ante Dios. Así llegaremos a ser colaboradores de Dios en la edificación del santo templo de Dios; el templo, que somos nosotros, donde reina la unidad con Dios y de unos con otros, es santo.
Todo lo ha hecho Dios para nosotros. Todo es un don que Dios nos ha hecho. Por eso todas las cosas son nuestras; y nosotros somos un don que el Padre ha hecho a su Hijo. Esto significa que todo lo ha creado Dios y nos lo ha dado para que seamos cada vez más de Cristo. Ese es el sentido del designio de Dios. Porque somos de Cristo, Él es nuestro único Señor; y ese señorío da unidad a todo el ámbito de nuestra vida. Y porque somos de Cristo podemos edificar y arraigar nuestra vida en Él y, así, nada se perderá.
Todas las cosas son vuestras, vosotros sois de Cristo, y Cristo de Dios. Qué manera tan preciosa de expresar el misterio de la unidad en la Iglesia, expresión de la sabiduría de Dios. Esta es la verdadera antropología cristiana. Qué importante es que tengamos conciencia de nuestra dignidad y grandeza a los ojos de Dios. Todo le sirve al cristiano y el cristiano solo sirve a Cristo, que es nuestro único Señor. Este es el único servir que nos hace reinar en libertad. Porque somos de Cristo y Cristo es de Dios, hemos sido hechos ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Y podemos poner todo el ámbito de la creación, que es nuestro, al servicio de nuestro ministerio:
Así han de considerarnos los hombres: ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Por lo demás, lo que se busca en los administradores es que sean fieles. En cuanto a mí, poco me importa ser juzgado por vosotros o por un tribunal humano. Ni siquiera yo mismo me juzgo. Pues aunque en nada me remuerde la conciencia, no por eso quedo justificado. Quien me juzga es el Señor. Por tanto, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor: él iluminará lo oculto de las tinieblas y pondrá de manifiesto las intenciones de los corazones; entonces cada uno recibirá de parte de Dios la alabanza debida.
Lo que Dios quiere es que seamos fieles. Esa es la esperanza que tiene puesta en nosotros y, para que seamos fieles, nos dará toda la gracia necesaria. Esa fidelidad en el servicio de Cristo y en la administración de los misterios de Dios solo la puede juzgar el Señor. Con qué fuerza lo dice San Pablo: Quien me juzga es el Señor. Solo Él nos juzgará. Eso nos llena el corazón de paz: no me afecta el juicio de los hombres, y tampoco tengo que juzgarme a mí mismo.
Y ya llegará el día en el que lo conoceremos todo a la luz del Señor; todo, hasta las intenciones más escondidas del corazón. Quiera Dios que ese día nos coja preparados y no tengamos que llenarnos de vergüenza. Ese día cada uno recibirá de parte de Dios la alabanza debida. Lo único que tiene sentido en nuestra vida es pasar por este mundo siendo fieles, con la vista puesta en la alabanza que recibiremos de parte de Dios. Eso sí que vale la pena.
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