Meditación sobre Is 50,4-10
El Señor Dios. Con esta expresión, que resuena en todas las estrofas, se abre el Canto. El Siervo expresa la obra que el Señor Dios ha hecho en él.
El Señor Dios me ha dado
lengua de discípulo,
para que haga saber al cansado
una palabra alentadora.
Cada mañana despierta mi oído,
para escuchar como los discípulos.
El Señor Dios le ha dado a su Siervo una misión bien determinada: que haga saber al cansado una palabra alentadora. Para eso le da lengua de discípulo y, para eso, cada mañana despierta su oído y le enseña a escuchar como los discípulos.
Una palabra especialmente alentadora es la invitación que Jesús nos dirigió en cierta ocasión:
“Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y Yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera”.
Este es el obrar del Señor Dios en su Hijo Jesús. Todas las palabras que Jesús nos dirige son palabras que ha oído a su Padre; Jesús habla lo que el Padre le ha enseñado; y nada más. Y esas palabras nos dan descanso para nuestras almas.
En este mundo nuestro nada es tan consolador como la escucha y meditación de las palabras de Jesús; y nada tan eficaz, de cara a la santidad, como guardar las palabras del Señor. Guardando las palabras de Jesús permaneceremos en el amor que nos tiene.
Ahora el Siervo va a escuchar lo que el Señor Dios espera de él:
El Señor Dios me ha abierto el oído.
Y yo no me resistí,
ni me hice atrás.
Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban,
mis mejillas a los que mesaban mi barba.
Mi rostro no hurté
a los insultos y salivazos.
En estas pocas líneas está contenido el misterio de la Pasión de Jesús. Fiel a la palabra de Dios, ha salido el Siervo al encuentro de la violencia, de las humillaciones, y de las burlas que descargaban sobre él; no se ha echado atrás ni ha ocultado su rostro a las afrentas y salivazos. La Pasión es esencial en la misión que Dios encarga a su Siervo. Para que pueda entender esto, el Señor Dios le abre el oído. Los relatos de la Pasión de Jesús citarán estas palabras del Siervo del Señor. Entre este Canto del Siervo y la Pasión de Cristo transcurren varios siglos. Durante esos cientos de años este Canto ha estado esperando a que Jesucristo venga a vivirlo. Y una vez que Cristo lo ha vivido en su Pasión, este Canto ya no quedará atrás. Qué misterio tan insondable.
Ahora el Siervo nos va a dar la razón de su comportamiento en el encuentro con el sufrimiento:
El Señor Dios me sostiene,
por eso no me siento avergonzado;
por eso he endurecido mi rostro como el pedernal,
y sé que no quedaré avergonzado.
El Siervo lo soporta todo porque el Señor Dios lo sostiene. Punto. Es este apoyo de Dios el que le hace superar toda burla y todo desprecio, el que le endurece ante toda violencia. Si meditas la Pasión del Señor con el horizonte de estas palabras, te das cuenta que el Tercer Canto del Siervo te está entregando una revelación clave de la biografía de Jesús. Y, por otra parte, ¿quién podría pensar en el modo como la Pasión de Cristo, que culmina en la Exaltación, cumple este Canto?
El Siervo se sabe sostenido por el Señor Dios, y sabe que el Señor Dios, que es el que lo justifica, no le deja solo, no se aparta de él; que el Señor Dios le ayuda siempre:
Cerca está el que me justifica:
¿quién disputará conmigo? presentémonos juntos;
¿quién me acusa? que se llegue a mí.
He aquí que el el Señor Dios me ayuda:
¿quién me condenará?
Pues todos ellos como un vestido se gastarán,
la polilla se los comerá.
Todo el que intente disputar en el tribunal con el Siervo de Dios, todo el que intente acusarlo ante la justicia de este mundo, todo el que intente condenarlo, se encontrará con que el Señor Dios le ayuda. Y todos terminarán en poder de la muerte, como expresa esa imagen tan gráfica del vestido comido por la polilla.
El Canto termina revelándonos la relación entre el temor de Dios y el oír la voz del Siervo:
¿Quién de vosotros teme al Señor
oiga la voz de su siervo?
¡El que camine en tinieblas
y carezca de claridad,
confíe en el Nombre del Señor,
apóyese en su Dios.
La Sagrada Escritura invita. Siempre invita. No fuerza ni manipula. Invita. Aquí nos invita a vivir en el temor de Dios y oír la voz de su Siervo. Y el Siervo nos invita a confiar en el Nombre del Señor y a apoyarse en Dios. Así ya no andará a oscuras, no vivirá envuelto en la tiniebla; las palabras del Siervo de Dios le iluminarán con la luz de la vida. Qué relieve alcanza este final del Canto a la luz de Jesucristo.
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