Meditación sobre Is 42,1-9
En el Nuevo Testamento, y en la tradición cristiana, la figura del Siervo se ha entendido en sentido mesiánico: Cristo Jesús, Rey y Profeta, es el verdadero Siervo del Señor. Con este horizonte meditamos este Canto. Estas primeras estrofas no pueden ser más profundas ni más bonitas. Solo el Hijo de Dios hecho hombre puede hacer honor a estas palabras, como se manifestará en el Bautismo del Señor.
He aquí mi Siervo a quien yo sostengo,
mi elegido en quien se complace mi alma.
He puesto mi Espíritu sobre él:
dictará ley a las naciones.
Qué preciosidad. El Siervo del Señor es el elegido al que Dios sostiene; en él se complace su alma y en él ha puesto su Espíritu. El Siervo es el encargado de llevar la ley de Dios a las naciones.
San Mateo nos dice que esta página de las Escrituras de Israel se cumplió el día en que Jesús fue a ser bautizado por Juan en el Jordán:
Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre Él. Y una voz que salía de los cielos decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco.»
Qué día tan grande. Ya tenemos al Siervo del Señor entre nosotros. Ya sabemos quién es el Siervo de Dios.
Ahora el Señor nos revela la manera como su Siervo va a cumplir la misión que le ha encargado:
No vociferará ni alzará el tono,
y no hará oír en la calle su voz.
Caña quebrada no partirá,
y mecha mortecina no apagará;
lealmente hará justicia.
No desmayará ni se quebrará
hasta implantar en la tierra el derecho,
y su instrucción atenderán las islas.
Qué forma tan humana de llevar a cabo el encargo recibido de Dios. Nada de agresividad; nada de violencia; nada de falsedad. Todo es amabilidad, cuidado, lealtad. La razón es clara: tiene que implantar en la tierra el derecho, la justicia de Dios; tiene que invitar a las gentes a acoger libremente su instrucción.
Ahora Dios se presenta como el Creador, y nos revela los rasgos fuertes de su obra creadora. Es una estrofa magnífica:
Así dice el Dios Yahveh,
el que crea los cielos y los extiende,
el que hace firme la tierra y lo que en ella brota,
el que da aliento al pueblo que hay en ella,
y espíritu a los que por ella andan.
Dios Creador es el Dios que nos ha dado espíritu para que podamos escuchar su Palabra. Se va a dirigir a su Siervo, al que ha destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes. Sobre su obra de Creación el Señor Dios edificará su obra de Salvación. Siempre es así en las Escrituras de Israel:
“Yo, Yahveh, te he llamado en justicia,
te así de la mano, te formé,
y te he destinado a ser alianza del pueblo
y luz de las gentes,
para abrir los ojos ciegos,
para sacar del calabozo al preso,
de la cárcel a los que viven en tinieblas”.
Llamado por el Señor en justicia, formado y destinado a ser alianza del pueblo. ¿Alianza entre quienes? Entre Dios y su pueblo. San Pablo, en la segunda Carta a los Corintios, nos dirá:
Por tanto, el que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación, porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres.
El Siervo, en el que está Dios reconciliando al mundo consigo porque lo ha destinado a ser alianza del pueblo, ha sido destinado también por Dios a ser luz de las gentes. Mucho tiempo después, enseñando en el templo de Jerusalén, Jesús nos dirá que las palabras de este primer Canto del Siervo se cumplirán el Él en toda su riqueza:
“Yo soy la Luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida”.
Y, cuando se presentaron unos discípulos de Juan Bautista pidiéndole: “Juan el Bautista nos ha enviado a decirte: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” Jesús les respondió:
“Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva. ¡Y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!”
En la vida y en la obra del Siervo del Señor todo proviene de Dios, todo es dar la vida.
Ahora el Canto nos va a revelar el nombre de Dios:
“Yo, Yahveh, ese es mi Nombre,
mi gloria a otro no cedo,
ni mi prez a los ídolos.
Lo de antes ya ha llegado,
y anuncio cosas nuevas;
antes que se produzcan os las hago saber”.
El nombre de Dios es el Nombre que reveló a Moisés en el episodio de la zarza ardiente. Es el Nombre del único Existente. El Nombre del único Dios.
El Siervo del Señor es humilde: no va a apropiarse la gloria de Dios; no va a actuar en nombre propio. Es el Siervo; ese es su nombre. Y el Siervo nos anuncia cosas nuevas, porque son cosas que Dios nos revela. Esto nos reveló Jesús, nos dice San Juan:
“Si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros pecados... El que me ha enviado es veraz, y lo que le he oído a Él es lo que hablo al mundo... Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy, y que no hago nada por mi propia cuenta sino que, lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que hablo. Y el que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque Yo hago siempre lo que le agrada a Él”.
Qué cosas tan bonitas nos dice este Canto sobre quién es el Siervo de Dios, el Siervo al que Dios sostiene, al que ha elegido, en el que se complace su alma, al que ha ungido con su Espíritu y ha enviado al mundo a traernos su justicia.
El Evangelio de Mateo, que tiene especial interés en señalar que en Jesús se han cumplido las Escrituras de Israel, cita un oráculo de Isaías para mostrar que Jesús es el Siervo del Señor, cuya labor, amable y discreta, había de traer el juicio, el derecho que regula las relaciones de Dios con los hombres, y que se manifiesta en la Revelación cristiana.
Jesús se había retirado a un sitio apartado, y mandó enérgicamente a sus discípulos que no le descubrieran, para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías:
«He aquí mi Siervo, a quien elegí,
mi Amado, en quien mi alma se complace.
Pondré mi Espíritu sobre Él,
y anunciará el juicio a las naciones.
No disputará ni gritará,
ni oirá nadie en las plazas su voz.
La caña cascada no la quebrará,
ni apagará la mecha humeante,
hasta que lleve a la victoria el juicio:
en su Nombre pondrán las naciones su esperanza».
Qué precioso final. En el nombre de Cristo Jesús, el Hijo de Dios e Hijo del hombre, el Siervo del Señor, pondremos los hombres la esperanza.
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