Meditación sobre Jn 13,33-38
Una vez que Judas ha salido del Cenáculo y se ha sumergido en las tinieblas de la noche –claro símbolo en San Juan de las tinieblas del mundo del pecado–, Jesús y sus discípulos se encuentran en un ambiente de intimidad familiar. En ese ambiente empieza Jesús a despedirse de los suyos. Lo hace de un modo extraordinariamente cariñoso:
“Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis y, lo mismo que les dije a los judíos, que adonde Yo voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a vosotros”.
Jesús sabe exactamente lo que tiene que hacer. Sabe cuál es el camino que Dios quiere que recorra. Jesús obra movido por el amor y la obediencia a su Padre Dios. En el camino que Jesús tiene por delante sus discípulos no le pueden acompañar. Es un camino que tiene que recorrer Él solo. Estamos en la hora escatológica; no es cuestión de afectos y sentimientos.
Ahora nos deja su mandamiento. Qué hora tan decisiva en la historia de la humanidad. Aquí está el camino, el único camino, que nos puede llevar a la vida eterna:
“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros; que, como Yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros”.
Para amarnos con corazón humano se ha hecho hombre el Hijo de Dios. Para darnos el poder de amarnos unos a otros con el amor con el que Él nos ama va a recorrer, a través de la Pasión y de la Cruz, el camino que le llevará al Padre; entonces nos dará al Espíritu Santo, que derramará el amor de Dios en nuestros corazones.
El mandamiento de Jesús es un mandamiento nuevo porque brota de su Corazón. Es un amor que se estrena cada mañana, en el que no cabe rutina ni acostumbramiento. Un amor en el que sólo hay una razón para amar y un criterio de medida: el amor con el que Jesús nos ama.
Este mandamiento de Jesús es el sello distintivo del cristiano. No hay otro modo de manifestar que somos discípulos de Jesús más que amándonos unos a otros con el amor con el que Él nos ama. Así le haremos presente en nuestro mundo, que tanta necesidad tiene de Él y de su amor. Solo así podremos transformar el mundo y convertirlo en un mundo humano.
Quizá en estas palabras de Jesús, y en la referencia a ser sus discípulos, esté la razón de la traición de Judas; de por qué permitió que Satanás entrase en él y le sugiriese entregar a Jesús.
Pedro, que no está nada acertado esta noche, interviene. Como no ha prestado atención a las importantes palabras de Jesús; pasa por alto lo esencial y, movido por una susceptibilidad vanidosa, se detiene en un aspecto secundario:
Simón Pedro le dice: “Señor, ¿a dónde vas?” Jesús le respondió: “Adonde Yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde”. Pedro le dice: “¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti”. Le responde Jesús: “¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces”.
Jesús, con admirable paciencia, le explica que el designio de Dios tiene sus tiempos para cada uno, tiempos que sólo Dios conoce. Como Pedro insiste de un modo impertinente –es como si estuviera pidiendo cuentas a Jesús–, el Señor le dice adónde va a conducirlo su comportamiento.
Qué terribles las últimas palabras del Señor a Pedro. Palabras dichas con toda solemnidad; Palabras que se cumplirán a su tiempo, pocas horas después en el patio de la casa del Sumo sacerdote:
La muchacha portera dice a Pedro: "¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?" Dice él: "No lo soy”. Estaba allí Simón Pedro calentándose y le dijeron: "¿No eres tú también de sus discípulos?" Él lo negó diciendo: "No lo soy”. Uno de los siervos del Sumo Sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dice: "¿No te vi yo en el huerto con él?" Pedro volvió a negar, y al instante cantó un gallo.
Qué noche tan terrible. Hace un rato Judas se ha hundido en la noche para entregar a Jesús. Ahora el Señor le dice a Pedro que también él, en esta noche, va a ser dominado por el poder de las tinieblas y le va a negar tres veces. Entre la traición de Judas, y la inminente negación de Pedro resuena, poderoso, el mandamiento nuevo de Jesús. Si amamos con el Corazón de Jesús nunca le negaremos. Ésa es la única garantía de fidelidad a Jesucristo. Así conocerán todos que somos sus discípulos.
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