Meditación sobre Col 3,1-17
San Pablo nos ha dicho que en Cristo reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente. Y nos ha dicho también que, sepultados con Él por medio del Bautismo, también hemos sido resucitados con Él mediante la fe en el poder de Dios, que lo resucitó de entre los muertos.
Con este horizonte seguimos escuchando al Apóstol:
Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vida vuestra, se manifieste, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con Él.
Qué misterio tan admirable. Qué designio tan asombroso tiene Dios para nosotros. ¿Por qué? Por el amor que nos tiene. No hay otra explicación. Nunca hay otra explicación. Por el amor que nos tiene, Dios nos ha enviado a su Hijo, y por el amor que nos tiene hará que llegue un día en el que apareceremos gloriosos con Él. Con el corazón rebosante de gozo y agradecimiento, lo que nos toca ahora es manifestar que hemos resucitado con Cristo.
Pablo se va a detener en lo que se sigue de que nuestra vida está escondida con Cristo en Dios:
Por tanto, mortificad vuestros miembros terrenos: fornicación, impureza, pasiones, malos deseos y la codicia, que es una idolatría, todo lo cual atrae la cólera de Dios sobre los rebeldes, y que también vosotros practicasteis en otro tiempo, cuando vivíais entre ellas. Mas ahora, desechad también vosotros todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de vuestra boca. No os mintáis unos a otros.
Despojarse y revestirse. Con estos dos verbos expresa el Apóstol el misterio de la vida cristiana. Hay que dejar en el ámbito de la muerte todo lo que pertenezca al hombre viejo con sus obras, y hay que revestirse del hombre nuevo.
Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador, donde no hay griego y judío, circuncisión e incircuncisión, bárbaro, escita, esclavo, libre, sino que Cristo es todo en todos.
El discípulo de Cristo, que ha sido renovado y vive para el Señor, posee un nuevo y más perfecto conocimiento de Dios y del mundo, ve las cosas con una perspectiva más alta, con visión sobrenatural. Ese conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador, de que habla el Apóstol culmina en que Cristo sea todo en todos. Por eso ya no hay razón para divisiones de ningún tipo.
Ahora Pablo se centra en lo que significa revestirse del hombre nuevo:
Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo. Y sed agradecidos.
Esta página es tan admirable, y nos entrega una revelación tan poderosa, que lo que hay que hacer es escucharla, meditarla en la oración y, con la gracia de Dios, vivirla. En esta página está expresada la esperanza que Dios tiene puesta en nosotros; y la fe que tenemos que tener en nosotros mismos. Porque tenemos que tener fe en que somos hijos amados de Dios, que hemos resucitado con Cristo, y que caminamos hacia la participación plena de la gloria de Jesucristo; tenemos que creer que podemos complacer a nuestro Padre Dios con nuestra vida, y que llegaremos a ser lo que el apóstol nos dice en esta página admirable. No es extraño que termine pidiéndonos: Y sed agradecidos.
El Apóstol nos va a invitar de nuevo a vivir dando gracias a Dios:
Que la palabra de Cristo habite en vosotros abundantemente. Enseñaos con la verdadera sabiduría, animaos unos a otros con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando agradecidos a Dios en vuestros corazones. Y todo cuanto hagáis de palabra o de obra, hacedlo todo en Nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de Él.
Qué consejos tan preciosos nos deja el Apóstol. Nuestro corazón es hogar privilegiado para la palabra de Dios. Y si dejamos que habite en nosotros en abundancia, podremos enseñar con la verdadera sabiduría; porque no hay otra sabiduría más que la que procede de la palabra de Cristo. Podremos enseñar y podremos animar, cantando agradecidos a Dios en nuestros corazones.
El último párrafo es insuperable. Esa es la vida del cristiano. Con la ayuda de Dios, claro, esa es la vida del cristiano. Si hacemos las cosas como nos dice San Pablo no habrá nada en nuestra vida que tenga poco valor a los ojos de Dios. Porque se hace todo en Nombre del Señor Jesús, y todo culmina en dar gracias a Dios Padre por medio de Él.
Comentarios
Publicar un comentario