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Segundo Canto del Siervo

 Meditación sobre Is 49,1-6


El Señor, que ha manifestado su poder en la Creación y ha mostrado sus designios de Salvación con los hechos realizados en la historia, anuncia una nueva etapa en sus acciones para salvar a los hombres. En esa tarea, desempeñará una función decisiva el Siervo de Dios. Escuchémosle:


¡Escuchadme, islas! 

¡Poned atención, pueblos lejanos! 

El Señor me ha llamado desde el seno materno, 

desde las entrañas de mi madre 

ha pronunciado mi nombre. 


Qué importancia tiene, en los Cantos del Siervo, la elección de Dios, la llamada a su Siervo desde el seno materno, el pronunciar su nombre desde las entrañas de su madre. Todo en la vida del Siervo responderá a esta vocación y a la misión que Dios le encarga. El Siervo del Señor invita a las islas a escucharle, a los pueblos lejanos a poner atención. 

   ¿Por qué esta invitación a escucharle, esa insistencia en que pongamos atención, y la revelación de que Dios le ha elegido y enviado desde las entrañas de su madre para que su anuncio alcance el mundo entero? La razón es clara: el Siervo del Señor es portador de la Palabra de Dios que nos trae la Salvación. De cada uno depende escuchar esta palabra. Los Cantos del Siervo del Señor nos ponen ante una responsabilidad grande.


Porque es portador de la Palabra de Dios, el Siervo nos revela: 


Ha hecho mi boca como espada afilada, 

me ha escondido a la sombra de su mano, 

me ha hecho saeta aguda, 

en su carcaj me guardó. 

Y me dijo: “Tú eres mi siervo, Israel, 

en quien me glorío”.


Dios ha hecho la boca de su Siervo como espada afilada. Nos dice San Juan que Jesús «gritó» poco antes de encaminarse a su Pasión:


Jesús gritó y dijo: “El que cree en mí, no cree en mí, sino en Aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve a Aquel que me ha enviado. Yo, la Luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas. 

   Si alguno oye mis palabras y no las guarda, Yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzgue: la Palabra que Yo he hablado, ésa le juzgará el último día. 

   Porque Yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y Yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso, lo que Yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí”.


Junto con la palabra que es como espada afilada, Dios ha hecho a su Siervo saeta aguda, lo ha guardado en su carcaj, y lo ha escondido a la sombra de su mano. 


Luego le dice que es su Siervo, en quien se gloría. Qué grandeza tiene el Israel fiel a los ojos de Dios. Y que responsabilidad tan grande la de hacer honor a la gloria de Dios. El Israel fiel no le fallará a su Dios.


Israel, que debe de estar atravesando un período de profundo desánimo –frecuente en la historia de los Profetas–, le dice: 


Yo le he respondido: “En vano me he fatigado, para nada e inútilmente he consumido mis fuerzas; pero, cierto, mi derecho está junto al Señor, mi recompensa junto a mi Dios”. 


Por encima de su fracaso y de su desánimo, está la confianza del Siervo en su Dios: su derecho está junto al Señor, y su recompensa junto a su Dios.


El Canto concluye:


Ahora, pues, dice el Señor, el que me plasmó desde el seno materno para siervo suyo, para hacer que Jacob vuelva a Él, y que Israel se le una. Mas yo era glorificado a los ojos de el Señor, mi Dios era mi fuerza. 

   “Poco es que seas mi siervo, en orden a levantar las tribus de Jacob, y de hacer volver los preservados de Israel. Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra”.


El Siervo vuelve a su origen y al destino que Dios le dió. Y el Siervo subraya que su vida es complacer a Dios y que su Dios es su fuerza. Porque su Dios es su fuerza puede, el Siervo, vivir envuelto en la gloria de Dios. 

   Y, como ya dijo en la primera estrofa del Canto, la misión con la que Dios envía a su Siervo al mundo tiene que alcanzar el mundo entero; será puesto como luz de las gentes para que la salvación sea universal. 

   Jesucristo, el verdadero Siervo de Dios, llevará estas palabras a cumplimiento. Eso es la historia de la Iglesia. Nosotros somos colaboradores en la obra de la salvación.



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