Meditación sobre Heb 9,11s
San Juan nos dice que el encuentro de Jesús Resucitado con María Magdalena fue así:
[María] se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?” Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré”. Jesús le dice: “María”. Ella se vuelve y le dice en hebreo: “Rabbuní” –que quiere decir: «Maestro»–. Dícele Jesús: “No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios”. Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.
Jesús da mucha importancia a que todavía no ha subido al Padre. Para llevar a plenitud la obra que Dios le ha encargado realizar, Jesús tiene que subir al Padre. La Carta a los Hebreos nos explica la razón de la Ascensión del Señor.
Esta Carta contempla el Misterio Pascual de Cristo en el trasfondo de la liturgia del Templo de Jerusalén. Una vez al año el sumo sacerdote entra en el Santo de los Santos con la sangre de las víctimas, para ofrecer por sí mismo y por los pecados del pueblo. Pero es evidente que todo eso no era más que una figura, porque la sangre de las víctimas de los sacrificios no tiene el poder de expiar los pecados y reconciliar al hombre con Dios. Por eso este simbolismo se repetía año tras año. Durante siglos. Hasta que Dios nos envió a su Hijo.
El contraste:
Pero se presentó Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes futuros, a través de un tabernáculo mayor y más perfecto, no fabricado por mano de hombre, es decir, no de este mundo. Y penetró en el Santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia Sangre, consiguiendo una Redención eterna.
Es la Ascensión: Cristo, verdadero Sumo Sacerdote de los bienes que se abren a la vida eterna, penetra en el verdadero Santuario con su propia Sangre –es Sacerdote y Víctima– y lleva a plenitud, ante el Trono de Dios, la Redención eterna. De una vez para siempre; no hay nada que repetir.
El autor de la Carta continúa:
Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la Sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!
Las obras muertas son los pecados, que nos impiden rendir culto al Dios vivo. La Sangre de Cristo, que contiene el amor y la obediencia humilde de Jesús a su Padre, tiene el poder de purificar nuestra conciencia, de hacernos capaces de vivir dando gloria al Dios vivo, de transformar nuestra vida en una ofrenda que Dios acepta con agrado. Y, desde el Trono de Dios, la Sangre de Cristo, la ofrenda que Jesús ha hecho de sí mismo a Dios por el Espíritu Eterno, alcanza a todo hombre; a todo hombre que no rechace el amor de la Santísima Trinidad. Dios respeta siempre nuestra libertad. Eso está contenido en el misterio de su llamada a recibir la herencia prometida:
Por eso es mediador de una nueva Alianza; para que, interviniendo su muerte para remisión de las transgresiones de la primera Alianza, los que han sido llamados reciban la herencia eterna prometida.
Jesucristo es el Mediador de una nueva Alianza. Su muerte ha intervenido para remisión de las transgresiones de la primera Alianza. Ahora, los que escuchen la llamada de Dios, recibirán la herencia eterna prometida. Jesús les resucitará el último día.
La Carta a los Hebreos vuelve a centrarse en la Ascensión de Cristo:
Pues no penetró Cristo en un santuario hecho por mano de hombre, en una reproducción del verdadero, sino en el mismo Cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro, y no para ofrecerse a sí mismo repetidas veces al modo como el Sumo Sacerdote entra cada año en el santuario con sangre ajena. Para ello habría tenido que sufrir muchas veces desde la creación del mundo. Sino que se ha manifestado ahora una sola vez, en la plenitud de los tiempos, para la destrucción del pecado mediante su Sacrificio.
Qué página tan magnífica. El Sacrificio Redentor lo consuma Cristo, no en el Calvario, sino en el mismo Cielo, donde se presenta, con su propia Sangre, ante el acatamiento de Dios en favor nuestro. Una sola vez; en la plenitud de los tiempos; para la destrucción del pecado mediante su Sacrificio.
La Carta insiste una vez más en que Cristo se ha ofrecido una sola vez. Ese único Sacrificio ha quitado los pecados de muchos. Y la Carta nos dice también que la Ascensión del Señor se orienta a su Venida, cuando aparecerá por segunda vez para llevarnos con Él:
Y del mismo modo que está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio, así también Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados de la multitud, se aparecerá por segunda vez sin relación ya con el pecado a los que le esperan para su salvación.
Dios ha establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio. Qué seriedad tiene nuestra vida ante Dios. Y qué consoladora revelación la de la segunda venida de Cristo, a los que le esperan para su salvación. En vivir esperando la venida del Señor nos lo jugamos todo.
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