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Embajadores de Cristo

Meditación sobre 2 Cor 5,10–21

Un rasgo muy de agradecer en San Pablo es que va siempre a lo esencial:

Porque todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba conforme a lo bueno o malo que hizo durante su vida mortal. Por tanto, conscientes del temor del Señor, tratamos de persuadir a los hombres, pues ante Dios estamos al descubierto.

La vida mortal tiene una importancia extrema, porque es tiempo para preparar la comparecencia ante el tribunal de Cristo. Hacer el bien es la única inversión rentable en nuestra vida. Las palabras de Pablo llenan el corazón de paz: sé lo que tengo que hacer, y la gracia de Cristo no me va a faltar. Dios me conoce; ante Él estoy al descubierto; si tengo que pedirle perdón se lo pediré cuantas veces sea necesario. Así que, tranquilo y a la tarea, a pasar por este mundo haciendo el bien. Y a no descuidar los actos de contrición.

   Las palabras de Pablo llenan el corazón del santo temor del Señor, del único temor digno de un cristiano: el temor de defraudar la esperanza que Jesús ha puesto en nosotros.

   San Pablo nos dice que hay que procurar persuadir a los hombres de estas verdades centrales; para que sean conscientes de la seriedad de la vida; para que no se engañen ni se dejen engañar. Persuadir a los hombres en orden a la salvación es la misión que Dios nos encarga a todos.

Un poco más adelante, San Pablo dice:

Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron. Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. Así que, en adelante, ya no conocemos a nadie según la carne. Y si conocimos a Cristo según la carne, ya no le conocemos así. Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo.

Qué precioso. El amor que Cristo nos tiene es la razón de su morir y resucitar por todos; no solo de su morir, sino de su morir y resucitar para reconciliarnos con Dios. Si acogemos el amor de Cristo, si dejamos que nos apremie, ya no viviremos para nosotros mismos, sino para Él. En Él somos una nueva creación. Vivir en Cristo es colaborar con Él en la salvación de las almas, que es la más divina de todas las cosas divinas.

El Apóstol continúa:

Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió con Él por medio de Cristo y nos confirió el ministerio de la reconciliación. Porque en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo, sin imputarle sus delitos, y puso en nosotros la palabra de reconciliación.

   Somos, pues, embajadores en nombre de Cristo, como si Dios os exhortase por medio de nosotros. En nombre de Cristo os rogamos: reconciliaos con Dios. A Él, que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que llegásemos a ser en Él justicia de Dios.

Pablo va al fundamento. Lo hace en tres momentos: todo proviene de Dios; en Cristo está Dios reconciliando al mundo consigo; y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación.

   Dios nos ha hecho embajadores de Cristo. Ese es el sello que marca nuestra vida. Tenemos que vivir de tal modo que pasemos por el mundo conscientes de nuestra dignidad a los ojos de Dios; y conscientes de nuestra misión. Qué confianza tiene Dios en nosotros y qué misión tan noble nos ha encargado. Hay motivos para sentirse santamente orgullosos. Y para ser agradecidos.

   El Apóstol nos ha dicho: el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Ahora nos dice cómo: Dios, por el amor que nos tiene, nos ha enviado a su Hijo. Y lo ha hecho pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en Él. Jesús ha acogido y hecho suyo nuestro corazón pecador, y nos ha dado su corazón santo. Qué misterio tan asombroso el de la Humanidad de Jesucristo.


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