Ir al contenido principal

Pecáis contra Cristo

 1 Cor 8,1-13


La enseñanza que nos deja San Pablo en esta página de su Carta es la verdadera «gnosis» cristiana: la revelación que el Hijo de Dios, el único que conoce al Padre y lo puede revelar, nos ha traído. Es la revelación que se acoge en la fe en Jesucristo. 

   La Carta pone de relieve lo profundo de la formación que los cristianos de Corinto han recibido del Apóstol; es una muestra del sólido trabajo que Pablo realizaba con las Iglesias que iba fundando.

   Esta página pone claramente de relieve el ambiente pagano de la ciudad de Corinto, que es el ambiente en el que la Iglesia de Corinto, y las demás Iglesias fundadas por el Apóstol, tienen que afirmarse y crecer. 


En cuanto a los animales sacrificados a los ídolos, somos conscientes de que todos sabemos discernir. Pero la ciencia hincha, sólo la caridad edifica. Si alguno piensa que sabe algo, todavía no sabe como le conviene saber; pero si uno ama a Dios, ese ha sido conocido por Él. 


La caridad edifica; solo la caridad edifica. Y Dios conoce como hijos suyos a los que edifican su vida con la caridad, con el amor a Dios y al prójimo. Esto, y solo esto, es lo que le conviene saber al cristiano.

   El cristianismo no es una filosofía; el cristianismo es una relación personal de amor con Dios y con el prójimo. La fuente de todos los males no está en la falta de ciencia, sino en que el saber no esté al servicio de la caridad; es la caridad lo que hace de la ciencia un saber que humaniza el mundo. Hasta que esto lo tengamos claro y lo vivamos, todavía no sabemos como nos conviene saber. Sin caridad, el saber se convierte en instrumento del orgullo y del desprecio de los demás.


El ambiente religioso de las ciudades griegas estaba lleno de dioses y señores, de ídolos, sacrificios, banquetes. El Apóstol no habla de eso. Pablo, como siempre, va a lo esencial: el amor y, muy en concreto, el amor que Dios nos tiene, que es lo que fundamenta todo y lo que da razón y sentido a todo. El Apóstol habla de ese amor de Dios que le lleva a conocernos como hijos suyos; y nos hace capaces de amarle y manifestar ese amor en el amor al prójimo. Así nuestro saber edifica la Iglesia. 


La enseñanza que nos deja ahora San Pablo es magnífica; y magnífica es la forma tan natural como el Apóstol expone el misterio de Dios. Pablo se dirige a los cristianos. Por eso va a usar el nosotros. No habla a las gentes que viven en el mundo de los ídolos, a los que llaman dioses y señores en el cielo o en la tierra. La frontera entre cristianos e idólatras pasa por la fe en Jesucristo, la fe que nos lleva a acoger la revelación que el Hijo de Dios nos ha traído, y a vivir en ella. 


Ahora bien, en cuanto a comer de los animales sacrificados a los ídolos, somos conscientes de que no hay ídolos en el mundo, y que no hay más que un Dios. Porque, aunque algunos sean llamados dioses en el cielo o en la tierra, como si de hecho hubiera muchos dioses y muchos señores. Para nosotros, sin embargo, no hay más que un solo Dios, el Padre, de quien todo procede y para quien somos nosotros, y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas, y nosotros también por Él.


El Apóstol condensa de un modo admirable lo esencial del cristianismo: no hay más que un Dios, el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, del que procede todo y para quien somos nosotros como hijos en Cristo; y no hay más que un solo Señor, Jesucristo, el Hijo Unigénito del Padre, preexistente a la creación del mundo y por quien todo fue hecho. Por Él son todas las cosas y nosotros también. Él es nuestro Salvador.


Esta verdad fundamental lo pone todo en su sitio: ídolos, dioses, señores; sean muchos o pocos; en el cielo o en la tierra. Da igual. Todo son inventos que no sirven para nada ni tienen ninguna importancia en nuestra vida, porque no tienen el poder de trasplantarnos del reino del pecado y de la muerte al Reino de Dios.


San Pablo sigue con su enseñanza admirable: 


Pero no todos tienen este saber: algunos, acostumbrados hasta ahora a los ídolos, comen esa carne como sacrificada a los ídolos, y su conciencia, que es débil, se mancha. La comida, desde luego, no nos favorecerá ante Dios; ni tendremos menos si no comemos, ni tendremos más si comemos. No obstante, tened cuidado de que vuestra libertad no vaya a ser tropiezo para los débiles. Porque si alguno te ve a ti, que tienes este saber, sentado a la mesa en un santuario idolátrico, su conciencia, que es débil, ¿no se verá animada a comer las carnes sacrificadas a los ídolos? Y por tu saber se perderá el débil, el hermano por el que murió Cristo. Y pecando así contra los hermanos e hiriendo su débil conciencia, pecáis contra Cristo. Por eso, si una comida escandaliza a mi hermano, no comeré carne jamás, para no escandalizar a mi hermano.


Lo único que importa, lo único que tiene valor absoluto en la vida, es lo que lleva a Dios, lo que lleva a vivir complaciendo a Dios. La comida, desde luego, no nos favorecerá ante Dios; no tiene nada que ver con nuestra relación con Dios. Evitar el escándalo de un hermano más débil si tiene importancia en nuestra relación con Dios. Por eso hay que cuidar de que nuestra libertad no vaya a ser tropiezo para los débiles.

   También la libertad hay que verla con este enfoque: no tiene en sí misma valor absoluto; su valor, como todo en nuestra vida, brota de nuestra relación con Dios. Por eso la caridad prevalece sobre la libertad, pues el escándalo puede llevar a que se pierda alguno, por el que Cristo ha muerto.

   Y Pablo llega a la Cruz de Cristo. Su gran tema; el que lo aclara todo y el que da sentido y valor a todo. Cristo ha muerto por todos, también por ese hermano que tiene una conciencia débil; pecando contra los hermanos, poniéndoles en peligro de que se pierdan, pecamos contra Cristo.


Qué magnífica enseñanza. Estas palabras del Apóstol resplandecen con la luz del Sacrificio de Cristo, y en ellas resuena el eco de la revelación de Jesús sobre el Juicio Final: 

“En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis”.

Esto es lo que está siempre detrás de nuestras relaciones humanas. A la vista de este misterio se entiende la rotunda conclusión de San Pablo.


La enseñanza que San Pablo nos ha dejado en esta página de la Carta es completamente admirable; y totalmente desconocida de toda otra religión o ideología. Con unas pocas palabras el Apóstol libera a los cristianos del agobiante –e inmoral– mundo de las religiones politeístas de Asia, de Grecia, y de Roma –todas estaban activas en Corinto–. Y sitúa nuestra vida en la comunión de conocimiento y amor de la Santísima Trinidad: hijos de Dios en Cristo. A medida que vayamos conociendo y viviendo con más profundidad este misterio, iremos llegando a saber como conviene saber.

   Leyendo con atención a San Pablo, te vas dando cuenta del ambiente en el que los primeros cristianos tuvieron que vivir su fe: un mundo de ídolos, dioses, señores, de animales sacrificados a los ídolos que se comían en muy diversas celebraciones de las que no era fácil ausentarse, etc. En ese mundo nació, creció, y se fortaleció la Iglesia. Cuántas gracias tenemos que dar a Dios por la reciedumbre en la fe de estos primeros cristianos. 



Comentarios

Entradas populares de este blog

Las mujeres de Galilea

Meditación sobre el Evangelio de San Lucas  Después de relatarnos el encuentro de Jesús con la pecadora arrepentida, San Lucas nos dice: Y aconteció luego de esto que recorrió Él una tras otra las ciudades y aldeas predicando y anunciando el Evangelio del Reino de Dios. Con Él iban los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, la llamada Magdalena, de la cual habían salido siete demonios, y Juana, la mujer de Cuza, procurador de Herodes, y Susana, y otras muchas, las cuales le servían de sus bienes. Qué tierra tan privilegiada es Galilea. En Galilea se encarnó el Hijo de Dios, allí vivió la Sagrada Familia tantos años, y en esa región comenzó Jesús a proclamar la Buena Nueva de Dios. Ninguna otra tierra en el mundo ha tenido una relación tan estrecha con el Señor. Los escrituristas que conocen bien esta región  consideran que ha dejado una huella profunda en Jesús, y que sus parábolas se adaptan admirablemente a Galilea: ...

El encuentro con la pecadora

Meditación sobre Lc 7,36-50 El relato que Lucas nos ha dejado del encuentro de Jesús con la mujer pecadora es conmovedor. El Espíritu Santo, con la colaboración de los Profetas, ha grabado en el corazón de esta mujer el sello del Israel fiel: la conciencia del propio pecado y la seguridad de que su Dios es grande en perdonar. Escuchemos el relato: Un fariseo le rogó que comiera con él, y entrando en la casa del fariseo se puso a la mesa. Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume y, estando detrás de Él, a sus pies, llorando, comenzó a bañar con lágrimas sus pies y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies y los ungía con el perfume.  Esta mujer conoce a Jesús. Del modo que sólo el Espíritu Santo sabe, esta mujer ha adquirido la certeza de que en Jesús de Nazaret ha venido al mundo la misericordia de Dios. Y va a su encuentro. Sabe que el Señor entenderá el lenguaje de...

Embajadores de Cristo

Meditación sobre 2 Cor 5,10–21 Un rasgo muy de agradecer en San Pablo es que va siempre a lo esencial: Porque todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba conforme a lo bueno o malo que hizo durante su vida mortal. Por tanto, conscientes del temor del Señor, tratamos de persuadir a los hombres, pues ante Dios estamos al descubierto. La vida mortal tiene una importancia extrema, porque es tiempo para preparar la comparecencia ante el tribunal de Cristo. Hacer el bien es la única inversión rentable en nuestra vida. Las palabras de Pablo llenan el corazón de paz: sé lo que tengo que hacer, y la gracia de Cristo no me va a faltar. Dios me conoce; ante Él estoy al descubierto; si tengo que pedirle perdón se lo pediré cuantas veces sea necesario. Así que, tranquilo y a la tarea, a pasar por este mundo haciendo el bien. Y a no descuidar los actos de contrición.    Las palabras de Pablo llenan el corazón del santo temor del Señor, del único temor digno...