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La oración de intercesión

Meditación sobre Lc 23,33-34

Las Escrituras de Israel están cuajadas de oraciones de intercesión. Muchas de ellas son magníficas. Forman como un largo camino que Israel, que sabe que su Dios es grande en perdonar, fue recorriendo con confianza. Se puede decir que este camino alcanza su etapa decisiva en la oración de Jesús en la Pasión y culmina a la diestra de Dios, donde Cristo Jesús está intercediendo por nosotros.

   La oración de Jesús en el Cenáculo es, según el Evangelio de San Juan, la puerta por la que Jesús entra en su Pasión. Esencialmente es una oración de intercesión. Jesús pide al Padre por sus discípulos: “Padre santo, cuida en tu Nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros”; y un poco después: “No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y Yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado”.

   La oración en el Cenáculo es la hora para que Jesús pida al Padre por los que creen en Él. La oración en la Cruz es la hora en la que Jesús pide al Padre por el mundo entero.

Del relato de la Pasión según San Lucas:

Cuando llegaron al lugar llamado Calvario, lo crucificaron allí a Él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

La primera palabra de Jesús desde la Cruz, según Lucas, es la petición al Padre. Jesús acoge el pecado del mundo y lo transforma en oración de intercesión. Por el amor obediente a su Padre que le lleva la Cruz, Jesús ha ganado en su Pasión el poder de hacer de la ofrenda de su vida oración de intercesión por nosotros. Desde ese día la petición del Hijo encarnado envuelve el cielo y la tierra, y graba el sello de la esperanza en el corazón de toda persona: pase lo que pase en nuestra vida tenemos la seguridad de que Jesús intercede ante su Padre Dios por nosotros; hasta el último momento podremos abrir el corazón a su oración y convertirnos.

   Con su oración Jesús nos enseña que nosotros no tenemos que juzgar, que el juicio es cosa de Dios; nosotros tenemos que interceder. Así abrimos espacio al perdón de Dios en nuestro mundo. Unida a la intercesión de Jesús, nuestra oración tiene un poder que no podemos sospechar.

   Es una admirable gracia de Dios: siempre podemos interceder y, tantas veces, no podemos hacer otra cosa. Y todo lo podemos convertir en oración de intercesión; así la vida ordinaria adquiere un valor verdaderamente divino. En la oración nadie nos resulta extraño; el corazón se dilata, se hace católico, conozco que toda persona necesita de mi oración y yo necesito de la oración de todos. La oración de intercesión es la gran escuela de la sabiduría cristiana.

   Jesús nos ha dejado su poder de interceder en la Santa Misa. En el Sacrificio Eucarístico nos asocia a su ofrenda al Padre por nosotros; nos asociada a su intercesión. El poder que tenemos ante Dios no deriva de ningún mérito nuestro, sino de que el Crucificado se ha puesto en nuestras manos para que lo ofrezcamos al Padre como Víctima de propiciación por los pecados de los hombres –los nuestros los primeros–.

   En el Calvario, Jesús asocia de un modo único a su Madre a su oración. Y cuando nos la da por Madre, nos la da también por Intercesora. El Espíritu Santo ha ido llevando a la Iglesia a tener clara conciencia del poder de intercesión de la Madre de Jesús. Esa conciencia se manifiesta en la vida de los cristianos de mil maneras. Una de estas maneras es rezar el Ave María; esta sencilla oración nos llena el corazón de confianza.

La oración de intercesión del Crucificado no termina con su muerte: el Resucitado intercede ahora por nosotros y por el mundo entero. Nos dice San Juan en la primera de sus Cartas:

Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.

Qué palabras tan conmovedoras. Estas palabras del discípulo amado llenan el corazón de consuelo y esperanza. Dios está con nosotros. Cristo Jesús no nos condenará. El Crucificado está ahora ante el Padre mostrándole las huellas de los clavos y la lanza e intercediendo por nosotros. El día que Dios nos llame a su presencia nos encontraremos con Él y con su oración por nuestros pecados.

Jesucristo lleva a una plenitud insospechada esta admirable tradición de la intercesión ante Dios; es una dimensión fundamental de su Sacerdocio. Y Jesucristo nos incorpora a su oración de intercesión; así la intercesión se convierte en dimensión principal de nuestra vida cristiana. Con la oración de intercesión aprendemos que nosotros somos pecadores pero, lo que es mucho más importante, que nuestro Dios es un Dios compasivo y misericordioso, grande en perdonar.


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