Ir al contenido principal

El taller de Nazaret

Meditación sobre Jn 17,1-5


San Juan nos dice que el comienzo de la oración que Jesús dirigió a su Padre en el Cenáculo, justo antes de encaminarse al encuentro con la Cruz, fue así:

Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: “Padre, ha llegado la Hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que Tú le has dado. Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que Tú has enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame Tú junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese”.

Ha llegado la Hora. Jesús termina su vida en la tierra. Ha sido una vida de trabajo. Hasta el bautismo en el Jordán trabajó la madera en el taller de Nazaret; después, hasta la Pasión, trabajó la palabra por los caminos de Galilea; y, por último, el trabajo por excelencia del Hijo de Dios que es la Cruz. Ahora nos da la clave del valor de su vida: ha llevado a cabo la obra que su Padre le ha encomendado realizar; así le ha glorificado en la tierra.

La Sagrada Escritura se abre con el relato del trabajo de Dios. Cuando Dios da por concluida su obra, la pone en manos del hombre para que cuide de ella. Con el trabajo el hombre, imagen de Dios, grabará en la creación el Amor y la Sabiduría del Creador; el trabajo es la manifestación de la confianza que Dios tiene en el hombre.
  Pero el hombre defrauda la esperanza de Dios, y la naturaleza de su actividad queda profundamente alterada y pasa, en la medida del pecado, del campo del cuidado de la vida al campo de la cultura de la muerte; y es terreno donde el pecado despliega ampliamente su poder al servicio de la destrucción y de la muerte.

Dios no consentirá que el trabajo quede definitivamente pervertido, y establece la Alianza con Israel para enseñar a su pueblo a poner el trabajo al servicio de la vida. Y el Israel fiel es un pueblo humilde y trabajador. Así lo expresa el Salmo 128:

Bienaventurado todo el que teme a Yahveh;

el que va por sus caminos.

Del trabajo de tus manos comerás;

¡Dichoso tú, que todo te irá bien!

Tu esposa será como parra fecunda en el secreto de tu casa.

Tus hijos, como brotes de olivo en torno a tu mesa.

Así será bendito el hombre que teme a Yahveh.

En José el carpintero llega a plenitud el Israel que trabaja según Dios. Él será el hombre elegido y preparado por Dios para introducir a su Hijo en el mundo del trabajo. Y Jesús dará gloria a su Padre y nos salvará trabajando. José le enseñará a trabajar.

   Y el trabajo de Jesús, tanto con la madera como con la palabra, llevará el sello del taller de Nazaret. Y el que fue un verdadero artesano con la palabra, lo fue también con la madera. Seguro. Estas cosas no se improvisan. Y el taller de Nazaret pondrá su sello en el modo de ser hombre del Hijo de Dios: Jesús es un trabajador competente, recio, económico, servicial, cuidadoso, noble y amable con las personas. Es la grandeza de José y, en José, del Israel que ha aprendido de su Dios a valorar el trabajo.

   Qué gran misterio el del taller de Nazaret: es el misterio del trabajo del Hijo de Dios, que se hace hombre para poder obedecer y llevar a cabo la tarea que su Padre le ha encomendado. Cuando el Hijo de Dios asume el trabajo humano lo transforma en realidad en la que se da gloria a Dios, y en ámbito en el que se vive la filiación divina. Y todo trabajo que lleve el sello del taller de Nazaret es trabajo de un hijo de Dios, trabajo que glorifica a Dios en la tierra y hace el mundo más humano.

   Dios, en Jesús, trabaja con todo hombre. Si el trabajo es honrado, ya nadie trabaja solo, ningún sudor se derrama en vano, ninguna fatiga es inútil. ¿Para qué se ha asumido la naturaleza humana el Hijo de Dios? Para que el taller de Nazaret se dilate hasta contener todo el trabajo del hombre; para que todo verdadero trabajo lleve el sello del taller de Nazaret y sea recibido por Dios como una ofrenda agradable, verdadera Eucaristía. Es la asombrosa fecundidad de los años de Nazaret.

   La vida del cristiano consiste en preguntarse al final de cada jornada: ¿He llevado a cabo la obra que mi Padre Dios me ha encomendado realizar hoy? Si la respuesta es sí, ese trabajo ha llevado el sello del taller de Nazaret, ha sido el trabajo de un hijo de Dios, ha hecho el mundo más humano, ha sido santo y santificador, ha glorificado a Dios en la tierra. Y ha sido un paso hacia la participación en la gloria que Jesús, el hijo del carpintero, tiene hoy junto a su Padre Dios.

Cuando en el camino del Calvario Jesús recibió el travesaño de la cruz estoy seguro que, en cuanto sujetó la madera, la identificó. Y esa madera le traería con fuerza el recuerdo del taller de Nazaret. Y se acordaría de la primera vez que se había encontrado con ella y cómo José le había enseñado sus secretos y el modo de trabajarla. Y los recuerdos del taller de Nazaret se le harían especialmente vivos. Y la memoria de José, su padre en la tierra, le acompañaría en su Pasión. Y esos recuerdos le supondrían un gran consuelo en la Hora en la que todo el odio de la historia descargó sobre Él.

   El motivo por el que Jesús fue ejecutado en la cruz es, según opinión unánime, el deseo de humillarle, de matar hasta su recuerdo (la damnatio memoriae del mundo romano) eligiendo el suplicio más deshonroso, el reservado para los esclavos. Esta opinión, que expresa el proyecto de los verdugos, me parece muy verdadera. Pero la crucifixión de Jesús responde al designio de Dios, y aquí me parece que apunta otro motivo para la crucifixión: la madera. En la cruz sólo le quedan a Jesús la madera y la palabra –las siete palabras–; justo los dos materiales con los que Jesús ha llevado a cabo la obra que el Padre le ha encomendado realizar. La Cruz es el trabajo con el que el Hijo de Dios culmina esa obra. Así alcanza la plenitud de sentido su oración: “Yo te he glorificado en la tierra”.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Las mujeres de Galilea

Meditación sobre el Evangelio de San Lucas  Después de relatarnos el encuentro de Jesús con la pecadora arrepentida, San Lucas nos dice: Y aconteció luego de esto que recorrió Él una tras otra las ciudades y aldeas predicando y anunciando el Evangelio del Reino de Dios. Con Él iban los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, la llamada Magdalena, de la cual habían salido siete demonios, y Juana, la mujer de Cuza, procurador de Herodes, y Susana, y otras muchas, las cuales le servían de sus bienes. Qué tierra tan privilegiada es Galilea. En Galilea se encarnó el Hijo de Dios, allí vivió la Sagrada Familia tantos años, y en esa región comenzó Jesús a proclamar la Buena Nueva de Dios. Ninguna otra tierra en el mundo ha tenido una relación tan estrecha con el Señor. Los escrituristas que conocen bien esta región  consideran que ha dejado una huella profunda en Jesús, y que sus parábolas se adaptan admirablemente a Galilea: ...

El encuentro con la pecadora

Meditación sobre Lc 7,36-50 El relato que Lucas nos ha dejado del encuentro de Jesús con la mujer pecadora es conmovedor. El Espíritu Santo, con la colaboración de los Profetas, ha grabado en el corazón de esta mujer el sello del Israel fiel: la conciencia del propio pecado y la seguridad de que su Dios es grande en perdonar. Escuchemos el relato: Un fariseo le rogó que comiera con él, y entrando en la casa del fariseo se puso a la mesa. Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume y, estando detrás de Él, a sus pies, llorando, comenzó a bañar con lágrimas sus pies y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies y los ungía con el perfume.  Esta mujer conoce a Jesús. Del modo que sólo el Espíritu Santo sabe, esta mujer ha adquirido la certeza de que en Jesús de Nazaret ha venido al mundo la misericordia de Dios. Y va a su encuentro. Sabe que el Señor entenderá el lenguaje de...

Embajadores de Cristo

Meditación sobre 2 Cor 5,10–21 Un rasgo muy de agradecer en San Pablo es que va siempre a lo esencial: Porque todos debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba conforme a lo bueno o malo que hizo durante su vida mortal. Por tanto, conscientes del temor del Señor, tratamos de persuadir a los hombres, pues ante Dios estamos al descubierto. La vida mortal tiene una importancia extrema, porque es tiempo para preparar la comparecencia ante el tribunal de Cristo. Hacer el bien es la única inversión rentable en nuestra vida. Las palabras de Pablo llenan el corazón de paz: sé lo que tengo que hacer, y la gracia de Cristo no me va a faltar. Dios me conoce; ante Él estoy al descubierto; si tengo que pedirle perdón se lo pediré cuantas veces sea necesario. Así que, tranquilo y a la tarea, a pasar por este mundo haciendo el bien. Y a no descuidar los actos de contrición.    Las palabras de Pablo llenan el corazón del santo temor del Señor, del único temor digno...