Meditación sobre Mt 20,1–16
El evangelista nos ha dicho que, en cierta ocasión, se acercó a Jesús un hombre y le preguntó:
“Maestro, ¿qué obra buena debo hacer para alcanzar la vida eterna?”
Jesús le respondió:
“¿Por qué me preguntas sobre lo bueno? Uno solo es el bueno. Pero si quieres entrar en la Vida, guarda los mandamientos”.
La conversación continúa, pero nosotros nos detenemos aquí porque el Señor ha dicho lo esencial: solo Dios es bueno. Y porque solo Dios es bueno, guardar sus mandamientos es el único camino para entrar en la Vida.
Jesucristo ha venido al mundo a revelarnos que solo Dios es bueno; y a traernos la bondad de Dios. Eso es la Redención; y ese es el sentido último de las palabras y obras de Jesús, que abren espacio a la bondad de Dios en nuestro mundo.
Con este horizonte escuchamos al Señor hablarnos de la bondad y de la libertad de Dios. Lo hace en una de las parábolas que dedica a revelarnos el misterio del Reino de los Cielos:
“El Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Habiéndose ajustado con los obreros en un denario al día, los envió a su viña. Salió luego hacia la hora tercia y al ver a otros que estaban en la plaza parados, les dijo: «Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo». Y ellos fueron. Volvió a salir a la hora sexta y a la nona e hizo lo mismo. Todavía salió a eso de la hora undécima y, al encontrar a otros que estaban allí, les dice: «¿Por qué estáis aquí todo el día parados?» Dícenle: «Es que nadie nos ha contratado». Díceles: «Id también vosotros a mi viña». Al atardecer, dice el dueño de la viña a su administrador: «Llama a los obreros y págales el jornal, empezando por los últimos hasta los primeros». Vinieron, pues, los de la hora undécima y cobraron un denario cada uno.
Jesús compara el Reino de los Cielos con una viña. El fruto de la viña será, lógicamente, la bondad de Dios; esa bondad que el Señor ha venido a traernos. El propietario sale una y otra vez a buscar obreros para su viña, para que el fruto sea abundante.
Ésto es la vocación cristiana: hemos sido llamados por el Señor para trabajar en su viña, y llevar la bondad de Dios a todos los rincones de la tierra; para abrir espacio, con nuestra vida, a la bondad de Dios en este mundo nuestro. Por eso la alegría de la misión que Dios nos ha encargado. No puede haber nada más grande que trabajar en la viña del Señor. Y dejar la recompensa en las manos de Dios, sabiendo que no se deja ganar en generosidad.
La parábola continúa:
Al venir los primeros pensaron que cobrarían más, pero ellos también cobraron un denario cada uno. Y al cobrarlo, murmuraban contra el propietario, diciendo: «Estos últimos no han trabajado más que una hora, y les pagas como a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el calor».
Pero él contestó a uno de ellos: «Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en un denario? Pues toma lo tuyo y vete. Por mi parte, quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O es que vas a ver con malos ojos que yo sea bueno?» Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos”.
Dios es bueno cuando vive la justicia pactada con los primeros llamados, y cuando vive la caridad con los últimos. Así, en el hogar de estos últimos, no faltará lo necesario para la cena.
El Señor de la viña deja claro que él es bueno, y deja claro también que es libre, y hace con lo suyo lo que quiere.
Las palabras finales son una advertencia que el Señor dirige a los que quieren poner condiciones al obrar de Dios. Ninguna institución humana puede condicionar la libertad de Dios. Él decide quienes serán los primeros y quienes serán los últimos. Por eso hay que vivir en vigilia de oración.
Dios es bueno, y lo manifiesta con plena libertad. La parábola es una lección para que aprendamos a acoger de corazón el modo de proceder de Dios. La bondad y la libertad de Dios nos tienen que llenar el corazón de gozo.
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