Meditación sobre Mc 15,16-20
En la Anunciación, el ángel Gabriel reveló a la Virgen:
No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.
El Señor Dios entronizará a Jesús como el Mesías de Israel, que reinará sobre la de Jacob, y su Reino no tendrá fin. Pero forma parte del designio de Dios el ofrecer a Israel el que reconozca al Hijo del Altísimo como su Rey. Eso fue la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén. Las autoridades de Israel no lo acogieron como el Mesías Rey, y días después lo entregaron a los romanos.
Pilato, obrando del modo más innoble por miedo a los judíos, hace que, antes de la crucifixión, Jesús sea sometido a una ceremonia de coronación. En esta ceremonia no falta ningún elemento, pero todo es pura burla. Pilato, después de haber hecho azotar a Jesús, lo entregó para que fuera crucificado.
Los soldados lo condujeron dentro del patio, es decir, el pretorio, y convocaron a toda la cohorte. Lo vistieron de púrpura y le pusieron una corona de espinas que habían trenzado. Y comenzaron a saludarle: «Salve, Rey de los Judíos». Y le golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían, e hincando las rodillas se postraban ante Él. Cuando se hubieron burlado de Él, le despojaron de la púrpura y le colocaron sus vestiduras. Entonces lo sacaron para crucificarlo.
El vestido de púrpura, la corona, el cetro, el homenaje, la postración. No falta ninguno de los elementos de la coronación de un rey; pero todo es una burla. La maldad que descarga sobre el Señor en su Pasión tiene un alto contenido de burla. Si meditas despacio los cuatro Evangelios te sorprenderá la cantidad de burlas a las que Jesús se somete sin una queja. Te sorprenderá la cantidad y variedad de personas que se consideran con el derecho y la autoridad de burlarse de Jesús. Y pensarás: «yo soy uno de los que, tantas veces, me he burlado del Señor».
Las burlas de Jesús manifiestan la particular vileza del corazón pecador; y la humildad de Jesús. ¿Por qué Jesús, que es Dios, se somete a las burlas? La respuesta es clara: para llevar hasta el final la obra que el Padre le ha encomendado realizar; por amor obediente y humilde a su Padre Dios. Jesús asume en su Pasión el pecado del mundo y, por eso, todas las burlas de la historia; desde ese día, nadie las ha sufrido ni las sufrirá solo; y esas burlas adquirirán, a los ojos de Dios, valor de Redención.
El evangelista expresa con particular fuerza: Cuando se hubieron burlado de Él. Si dejas que estas palabras se te graben en el corazón sentirás el deseo de reparar esas burlas. Y descubrirás que Jesús ha querido quedarse en la Eucaristía para que podamos dar satisfacción a ese deseo de nuestro corazón; y crecerá el amor al culto Eucarístico, esa gran escuela en la que aprendemos a desagraviar al Señor por todas las burlas que los hombres hemos descargado sobre Él. Ahora podemos doblar la rodilla ante Cristo Jesús en adoración. En toda genuflexión ante el Sagrario hay una referencia a las burlas de la Pasión, a ese: le escupían, e hincando las rodillas se postraban ante Él.
Pero esa coronación de burlas no tendrá la última palabra. Esto ya había quedado claro en el encuentro de Jesús con el sumo sacerdote la noche anterior, delante de todo el Sanedrín:
Entonces el sumo sacerdote se puso de pie en el centro y le preguntó a Jesús: “¿No respondes nada a lo que éstos testifican contra ti?” Pero Él permanecía en silencio y nada respondió. De nuevo el sumo sacerdote le pregunta. Y le dice: “¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?” Jesús respondió: “Yo soy, y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo”.
El Señor revela que se cumplirán las palabras que el ángel Gabriel dirigió a María; y veremos a Jesucristo sentado a la diestra de su Padre. El cielo y la tierra tiene un solo Rey: Cristo Jesús. Y nosotros doblaremos la rodilla ante el Señor glorioso, adorándolo con el corazón rebosante de alegría. Para gloria de Dios Padre. Se terminaron las burlas.
Qué valor tan admirable tiene una genuflexión ante el Santísimo Sacramento del Sagrario. Por una parte es un acto de desagravio que mira a la Pasión del Señor, a ese día en el que los soldados del pretorio, hincando las rodillas, se postraban ante Él. Por otra parte, una genuflexión ante Cristo en la Eucaristía, es un acto de adoración que mira hacia adelante, al final de la historia, cuando veamos al Hijo del Hombre, sentado a la diestra del Poder, venir sobre las nubes del cielo. Será un día glorioso.
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