Meditación sobre 1 Cor 10,14-22
San Pablo es un gran campeón de la unidad de la Iglesia. Su primera Carta a los Corintios es una defensa poderosa de la unidad. Pablo entiende claramente que, sin unidad, la Iglesia no tiene futuro; y que la unidad es luz que alumbra el camino para vivir centrados en lo esencial.
El Apóstol comienza este capítulo de su Carta diciendo:
No quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar; y todos fueron bautizados en Moisés, por la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que les seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no fueron del agrado de Dios, y por eso sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto.
¿Por qué los cuerpos de la mayoría de los israelitas que vivieron unas gracias tan extraordinarias de Dios no entraron en la Tierra Prometida? La respuesta de Pablo es clara: no fueron del agrado de Dios. Punto. Y todo esto sucedió como ejemplo para nosotros; para que nos quede claro, y se nos grave en el corazón, que la clave de nuestra vida es vivir agradando a Dios. Y, para ser del agrado de Dios, lo primero es huir de la idolatría:
Por eso, queridos, huid de la idolatría. Os hablo como a prudentes. Juzgad vosotros lo que digo. La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan.
La comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo nos lleva a huir de la idolatría; nos lleva a vivir agradando a Dios; y es la clave de la unidad en la Iglesia de Cristo.
Qué palabras tan preciosas. En el mundo grecoromano eran muy frecuentes los banquetes en los que se comían las carnes de las víctimas sacrificadas a los ídolos. Desde esta práctica idolátrica, de la que Pablo nos dice que hay que huir, el Apóstol nos lleva hasta la comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Y desde aquí razona. Así hace siempre. Pablo es un cristiano y razona siempre desde Jesucristo y su Misterio Pascual. Qué potencia tiene su razonamiento, y qué luz brota de él para vivir centrados en lo esencial.
Lo esencial es la «comunión». Al beber la copa de la bendición comulgamos con la Sangre de Cristo, la Sangre que ha derramado por nuestros pecados. Al comer el pan comulgamos con el Cuerpo de Cristo, que se ha entregado al Padre para reconciliarnos con Él. Cuerpo entregado y Sangre derramada. Es el misterio del Sacrificio de Cristo y de la Comunión Eucarística. De este misterio brota la comunión con Cristo Jesús y la unidad entre nosotros en la Iglesia. Esto es lo esencial de la unidad.
San Pablo sigue hablándonos de unidad:
Fijaos en el Israel según la carne. Los que comen de las víctimas ¿no están acaso en comunión con el altar? ¿Qué digo, pues? ¿Que lo inmolado a los ídolos es algo? O ¿que los ídolos son algo? Pero si lo que inmolan los gentiles, ¡lo inmolan a los demonios y no a Dios! Y yo no quiero que entréis en comunión con los demonios.
No podéis beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios. No podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios. ¿O es que queremos provocar los celos del Señor? ¿Somos acaso más fuertes que Él?
Con un lenguaje contundente, San Pablo nos deja claro que tenemos que elegir: entrar en comunión con el Señor o con los demonios. Esa es la elección que, en último extremo, da sentido y valor a la vida del cristiano. Cristo nos une a Él y transforma nuestra vida en una ofrenda agradable a Dios. Lo que en nuestra vida no sea del agrado de Dios, no es nada, no vale nada, es participar de la mesa de los demonios.
Cada uno tiene que elegir si quiere vivir en comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo y, así, fortalecer la unidad de la Iglesia. Siempre está en juego la libertad. Siempre está en juego la unidad de la Iglesia. Por eso siempre nos encontramos con el juicio.
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