Meditación sobre Mc 7,1-23
Los evangelios nos han dejado el relato de un largo juicio al que los sacerdotes, los escribas, y los fariseos someten a Jesús. Desde que comenzó a anunciar la cercanía del Reino de Dios, el Señor está sometido a juicio por las autoridades religiosas de Jerusalén. Cuando, en el comienzo de la Pasión, lleven a Jesús ante el Sanedrín presidido por el Sumo Sacerdote estaremos asistiendo a la última escena de esta gigantesca farsa. Con este horizonte escuchamos a San Marcos:
Se reúnen junto a Él los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén. Y vieron a algunos de sus discípulos que comían los panes con manos impuras, es decir, sin lavar. Como los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen, y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas, por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: “¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?”
Jesús hace caso omiso del juicio de estos hombres. Lo que va a hacer, con una cita del profeta Isaías, es revelarles lo que realmente está en juego, e invitarlos a la conversión, para que lleguen a tener una verdadera relación con Dios.
Él les dijo: “Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito:
Este pueblo me honra con los labios,
pero su corazón está lejos de mí.
En vano me rinden culto,
ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres.
Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres”.
Qué fuertes son las palabras de Jesús. Estos hombres son unos hipócritas; se manifiestan religiosos cuando el mismo Dios les dice que tienen el corazón lejos de Él; y que el culto que le rinden es vano, ya que responde a doctrinas que son preceptos de hombres. Y Jesús concluye: “Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres”.
La situación de estos hombres es muy triste y, si no se deciden a convertirse, la situación llegará a ser desesperada. Jesús recurre al profeta Isaías para que estos hombres comprendan que lo que de verdad está en juego es el corazón. La clave es que tienen el corazón lejos de Dios. Por eso la necesidad de la conversión, que es a lo que Jesús les está invitando.
El Señor da a la cita que ha hecho de la profecía de Isaías, y a la que ahora va a hacer de Moisés, la autoridad que solo Él puede darles. Para que esta gente, que tiene el corazón endurecido por el alejamiento de Dios y la sustitución de la verdadera religión por doctrinas que son preceptos de hombres, se convierta, Jesús recurre a la ironía:
Les decía también: “¡Qué bien violáis el mandamiento de Dios para conservar vuestra tradición! Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre. Y el que maldiga a su padre o a su madre, sea castigado con la muerte. Vosotros, en cambio, decís que si un hombre le dice a su padre o a su madre: «Que sea declarada Corbán –que significa ‘ofrenda’– cualquier cosa que pudieras recibir de mí»; ya no le permitís hacer nada por el padre o por la madre. Con ello anuláis la palabra de Dios por vuestra tradición, que vosotros mismos habéis establecido; y hacéis otras muchas cosas parecidas a éstas”.
Qué palabras tan fuertes. Estos hombres violan el mandamiento de Dios y anulan su palabra. Y todo por las tradiciones que ellos mismos han establecido. Lo que Jesús les dice es que se olviden de sus antepasados, que escuchen a Moisés y a los Profetas y se conviertan para que Dios los pueda salvar. El corazón de estos escribas y fariseos está lejos de Dios. Si no se convierten, ese alejamiento se hará permanente.
Jesús vuelve al tema de la pureza ritual:
Llamó otra vez a la gente y les dijo: “Oídme todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre”.
Día glorioso aquel en el que Jesús pronunció estas palabras que liberan al hombre de todas las tradiciones sobre la pureza ritual de alimentos, vajilla, etc. Es un día grande para toda la humanidad. Se terminó para siempre todo el asunto de alimentos puros e impuros. Para el que quiera oirle, el Señor declara que eso no tiene nada que ver con el designio de salvación de Dios.
Jesús vuelve a casa:
Y cuando, apartándose de la gente, entró en casa, sus discípulos le preguntaban sobre la parábola. Él les dijo: “¿Conque también vosotros estáis sin inteligencia? ¿No comprendéis que todo lo que de fuera entra en el hombre no puede contaminarle, pues no entra en su corazón, sino en el vientre y va a parar al excusado?” –así declaraba puros todos los alimentos–.
Y decía: “Lo que sale del hombre es lo que hace impuro al hombre. Porque del interior del corazón de los hombres proceden los malos pensamientos, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, los deseos avariciosos, las maldades, el fraude, la deshonestidad, la envidia, la blasfemia, la soberbia y la insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre”.
Sólo importa el corazón. El hombre vive desde el corazón; desde la relación de su corazón con Dios. Solo el mal que sale del corazón del hombre puede contaminarlo ante Dios. Del corazón del hombre ha salido toda la maldad, la crueldad, y el sufrimiento de la historia.
Pero del interior del corazón del hombre puede también proceder el amor con el que Dios Padre nos ama. San Pablo, en la Carta a los Romanos, lo expresa con fuerza:
El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos. En verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir. Mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.
Qué asombroso es el amor que Dios nos tiene y la prueba que nos ha dado de su amor: el Padre nos envía a su Hijo para que dé su vida por nosotros, y al Espíritu Santo para que derrame su amor en nuestros corazones. Si no ponemos obstáculos a la acción del Espíritu Santo, si abrimos de par en par las puertas del corazón para que nos lo llene con el amor de Dios, recorreremos los caminos de la tierra amando con el amor con el que Dios Padre nos ama, abriendo espacio en nuestro mundo al amor de Dios. Esto es lo verdaderamente importante que los cristianos podemos aportar a este mundo nuestro; lo que el mundo realmente necesita.
Jesús nos revela que el corazón del hombre es un misterio insondable. Del mismo corazón puede proceder lo peor –el pecado–, y lo mejor –el amor de Dios–. En estas palabras de Jesús está contenida la invitación a la guarda del corazón; y la necesidad de la conversión.
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