Meditación sobre Lc 10,38-42
San Juan termina el prólogo de su Evangelio diciéndonos:
A Dios nadie lo ha visto jamás;
el Unigénito, Dios,
el que está en el seno del Padre,
Él mismo lo dio a conocer.
El Hijo de Dios ha venido al mundo a darnos a conocer a su Padre. Solo Él, que está en el seno del Padre, puede hacerlo. Y Jesús recorre los caminos de Palestina y, luego, con la colaboración de su Iglesia, los caminos del mundo, para darnos a conocer a su Padre. Por eso es decisivo escucharlo, como el mismo Jesús subraya en esta página del Evangelio de San Lucas:
Cuando iban de camino entró en cierta aldea, y una mujer que se llamaba Marta le recibió en su casa. Tenía esta una hermana llamada María que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra; Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude”.
Le respondió el Señor: “Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas. Pero una sola cosa es necesaria. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada”.
Una vez más Jesús está en camino. Desde que salió del Padre y vino al mundo, Jesús recorre los caminos de la tierra para venirnos al encuentro y entregarnos sus palabras. ¿Por qué? ¿Qué le mueve? Le mueve el amor y la obediencia a su Padre Dios, y su amor por nosotros. María acierta plenamente en la elección que ha hecho. Como el Señor le dice a Marta, “María ha elegido la parte buena”; una de las características de la parte que ha elegido María es que no le será quitada.
Estar junto a Jesús escuchando sus palabras nos abre la puerta del conocimiento del Padre. Y vivir sus palabras es el modo de permanecer en el amor que el Señor nos tiene. Eso es lo único necesario; la parte buena, porque viene del Dios bueno; la que nada ni nadie nos quitará. Todo lo demás está marcado con el sello de la muerte.
Jesús intenta, sin crítica ninguna, que Marta entienda esto; intenta conducirla a lo esencial, a lo único necesario, que es escuchar su palabra. Cuando se tiene la dicha de recibir a Jesús, escucharle debe ser el principal cuidado; hay que poner todos los medios para que las palabras del Señor no se pierdan.
Esa labor que Jesús ha hecho con Marta la sigue haciendo ahora contando con nosotros. Jesús necesita nuestra colaboración para llevar a las personas al encuentro con Él, a la escucha de su palabra. La misión del cristiano es ayudar a la gente a elegir la única cosa necesaria, la parte buena, la que nadie podrá quitarles. Llevar a todos a tener una conciencia cada vez más clara y firme del amor que Jesucristo nos tiene; y de que permaneceremos en ese amor si escuchamos sus palabras y las vivimos. Convencerles de que solo en el amor de Jesús podemos fundamentar y arraigar nuestra vida; que todo lo demás pasará.
Las primeras palabras de Jesús recogidas en el Evangelio las dirige el Señor, en el Templo de Jerusalén, a su madre:
Le dijo su madre: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo, angustiados, te buscábamos”.
Y Él les dijo: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre?”
Ellos no comprendieron lo que les dijo, pero nos dice San Lucas:Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Las palabras de Jesús, que son extraordinariamente reveladoras, no se pierden. Su Madre las guarda en su corazón y allí permanecerán para siempre. Y su Madre las ha entregado a la Iglesia; así las podemos escuchar nosotros.
Ante las primeras palabras de su Hijo, nuestra Madre nos deja una lección admirable: haz todo lo que puedas para que las palabras de mi Hijo no se pierdan; escucha a Jesús, guarda sus palabras en el corazón, y vívelas. Esta es la clave del cristianismo.
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