Meditación sobre Mc 14,41-52
Jesús termina la oración en Getsemaní con un anuncio dramático a sus discípulos:
“Basta ya. Llegó la hora. Mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. Levantaos! ¡vámonos! Mirad, el que me va a entregar está cerca”.
Jesús sabe que ha llegado la hora decretada por el Padre, y se introduce en la Pasión con particular señorío; y de forma serena y deliberada se dejó entregar en manos de los pecadores.
Todavía estaba hablando, cuando de pronto se presenta Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes, de los escribas y de los ancianos. El que le iba a entregar les había dado esta contraseña: «Aquel a quien yo dé un beso, ése es, prendedle y llevadle con cautela». Nada más llegar, se acerca a él y le dice: «Rabbí», y le dio un beso. Ellos le echaron mano y le prendieron. Uno de los presentes, sacando la espada, hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le llevó la oreja.
El evangelista deja claro que el que entrega a Jesús es uno de los Doce. ¿Por qué? ¿Es que los sumos sacerdotes necesitaban de Judas? Eso es una bobada; esos hombres tenían un control exhaustivo de Jerusalén. Utilizan a este pobre hombre para que a Jesús no le falte ningún sufrimiento en su Pasión -ni el de ser entregado por uno de los suyos–, y para desprestigiar el cristianismo naciente. Jesús, que es manso y humilde de corazón, acepta el innoble gesto de Judas. En este marco, qué ridícula resulta la débil reacción del que sacó la espada e hirió al siervo del Sumo Sacerdote.
Ahora llega lo importante: la revelación de Jesús:
Tomando la palabra Jesús, les dijo: “¿Como contra un salteador habéis salido a prenderme con espadas y palos? Todos los días estaba junto a vosotros enseñando en el Templo, y no me detuvisteis. Pero es para que se cumplan las Escrituras”.
Jesús no dirige sus palabras a esos pobres esbirros, sino a los que les envían: los sumos sacerdotes, los escribas, y los ancianos. Deja claro que ha estado enseñando en el Templo todos los días. Y da también la razón de por qué no le detuvieron: “Pero es para que se cumplan las Escrituras”. Estos hombres actúan libremente, pero todo responde al designio de Dios que el Hijo ha venido a cumplir. Jesús recorre un camino cuyas etapas principales están grabadas en las Escrituras con la palabra de Dios.
El relato termina:
Y abandonándole huyeron todos. Un joven le seguía cubierto sólo de un lienzo; y le detienen. Pero él, dejando el lienzo, se escapó desnudo.
Todos huyen. Se siguen cumpliendo las Escrituras que Jesús les había anunciado cuando dejaron el Cenáculo para encaminarse al monte de los Olivos:
“Todos os vais a escandalizar, ya que está escrito: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas»”.
El relato del prendimiento de Jesús es de una sobriedad particular. Es asombroso lo que sucede: el Hijo Unigénito de Dios es detenido como un vulgar salteador; y es asombrosa la sencillez con la que se relata este extraordinario suceso. Ahora Jesús se dirigirá al encuentro con el Sumo Sacerdote.
Comentarios
Publicar un comentario