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Siento compasión de esta gente

 Meditación sobre Mc 8,1-21


Para entender lo que vamos a escuchar ahora hay que tener claro que Jesús no ha venido al mundo a resolver carencias sociales, sino a reconciliarnos con su Padre Dios como hijos. Por eso este milagro es un gran signo. Un signo que tiene un doble sentido. Escuchemos al evangelista:


Por aquellos días, habiendo de nuevo mucha gente y no teniendo qué comer, llama Jesús a sus discípulos y les dice: “Siento compasión de esta gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Si los despido en ayunas a sus casas, desfallecerán en el camino, y algunos de ellos han venido de lejos”. Sus discípulos le respondieron: “¿Cómo podrá alguien saciar de pan a éstos aquí en el desierto? Él les preguntaba: “¿Cuántos panes tenéis?” Ellos le respondieron: “Siete”. Entonces mandó a la gente acomodarse sobre la tierra, y tomando los siete panes y dando gracias, los partió e iba dándolos a sus discípulos para que los sirvieran, y ellos los sirvieron a la gente. Tenían también unos pocos pececillos. Y, pronunciando la bendición sobre ellos, mandó que también los sirvieran. Comieron y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes siete espuertas. Fueron unos cuatro mil; y Jesús los despidió.


El primer sentido de este signo nos lleva al Corazón de Dios: la compasión es la razón de su obrar. Dios no puede padecer, pero Dios puede compadecer, y se compadece del hombre sometido al poder de la muerte. En Jesús de Nazaret habita la plenitud de la compasión de Dios. Por eso siente compasión de esta gente, de toda la gente, de tí y de mí. Jesucristo ha venido al mundo para darnos el alimento que nos permita caminar hasta la Casa del Padre sin desfallecer en el camino. Cuál es ese alimento es el segundo sentido del signo que es este milagro.


En la Sinagoga de Cafarnaúm, en conversación con los judíos, Jesús nos revela el profundo significado de su obra:


“¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: ‘Pan del cielo les dio a comer’”. Jesús les respondió: “En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo”. Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”. Les dijo Jesús: “Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed”.


Admirable misterio. Para profundizar en él, hay que escuchar las palabras de Jesús, guardarlas en el corazón, y meditarlas en la oración. Jesús es el Pan de la vida, y ha venido al mundo para alimentarnos con su Palabra, con su Carne, y con su Sangre. Sólo Él puede saciar el hambre y la sed de plenitud y eternidad del corazón del hombre. Sólo Él nos puede hacer capaces de conocer el amor que Dios Padre nos tiene y vivir dándole gracias.


Volvemos a San Marcos:


Subió a continuación a la barca con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanutá. Y salieron los fariseos y comenzaron a discutir con Él, pidiéndole una señal del cielo, con el fin de ponerlo a prueba. Dando un profundo gemido desde lo íntimo de su ser, dice: “¿Por qué esta generación pide una señal? Yo os aseguro: no se dará a esta generación ninguna señal”. Y, dejándolos, se embarcó de nuevo y se fue a la orilla opuesta.


¿Qué derecho tiene el hombre para pedir a Dios una señal? Ninguno. ¿Qué autoridad tiene el hombre para decidir lo que es o lo que no es señal de Dios? Ninguna. Jesús es la «señal del cielo» que, por pura compasión, el Padre nos ha dado. No hay otra. De cada uno depende el acogerla.


El relato termina:


Se habían olvidado de tomar panes, y no llevaban consigo en la barca más que un pan. Él les hacía esta advertencia: “Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes”. Ellos hablaban entre sí que no tenían panes. Dándose cuenta, les dice: “¿Por qué estáis hablando de que no tenéis panes? ¿Aún no comprendéis ni entendéis? ¿Es que tenéis la mente embotada? ¿Teniendo ojos no véis y teniendo oídos no oís? ¿No os acordáis de cuando partí los cinco panes para los cinco mil? ¿Cuántos canastos llenos de trozos recogisteis?” “Doce”, le dicen. “Y cuando partí los siete entre los cuatro mil, ¿cuántas espuertas llenas de trozos recogisteis?” Le dicen: “Siete”. Y continuó: “¿Aún no entendéis?”


Jesús nos invita a abrir los ojos; a no pasar por el mundo atocinados; a comprender la realidad en la que vivimos y a entender los muchos signos que el Señor hace cada día delante de nuestros ojos. 


La levadura de Herodes es clara: sólo tiene valor el poder y la riqueza. Para dar culto a estos ídolos hay que estar dispuesto a todo, incluso a decapitar a Juan Bautista. Es la levadura que lo corrompe todo. 

   La levadura de los fariseos es tentar a Dios. Ponerlo a prueba. Negarle la libertad para actuar como quiera. El fruto de esta levadura es la crucifixión del que Dios Padre nos ha enviado como Pan de vida.


San Marcos nos dice: no llevaban consigo en la barca más que un pan. Es verdad. Tenían en la barca al Pan de vida, el Pan que el Padre nos ha dado, el Pan que baja del cielo y da la vida al mundo. Esto es lo que Jesús se esfuerza en que entiendan sus discípulos.



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